Cáceres en sus piedras

LA RONDA

 

Una noche de verano de 1534, un tal Juan de Ulloa, en compañía de varias personas, iba de ronda por las calles intramuros tañendo una guitarra con la que ponía música los cantos del grupo, sin importarles lo inoportuno de la hora y las molestias que ello podía estar causando.

¡En fin…! Lo que parecía una noche apropiada para olvidar de buena gana los calurosos días del estío cacereño…

En pleno jolgorio, cruzaron sus pasos con Alonso de Villarreal, a la sazón teniente de Corregidor de la Villa, al que no debían gustarle tales demostraciones de impudicia. Reprendió fuertemente al acompañamiento y especialmente al joven Ulloa, quien, ebrio de arrogancia o de vino, seguía con su guitarra ignorando a la autoridad.

El agraviado Alonso quiso confiscarle, entonces, el objeto de marras… Fue intentarlo y aparecer en la boca de los presentes palabras mayores:

– ¡Hideputa…! – unos.

– ¡Bellaco…! – otros.

Encendidos, pues, los ánimos, el joven noble, de mala gana, finalmente cedió, pues consideraba estar en desventaja respecto de Villarreal al no llevar armas encima con las que defender su maltratada honra, lo que hizo enardecer su deseo de vengar la afrenta en mejor ocasión.

Y es en este momento cuando empieza a emponzoñarse la historia.

Despojado de su guitarra, Juan de Ulloa mandó llamar a un criado suyo para que acudiese presto a casa de un amigo, Pedro Rol de la Cerda, con el fin de que le mandase unas armas, lo que aceptó el interpelado ingenuamente sin pedir explicaciones, ni ver en ello nada extraordinario, pues ya lo había hecho en otras ocasiones para otros menesteres de menor importancia.

Con las armas, algún criado y dos amigos llamados Francisco Marín y Francisco Cordero, fue a la casa de Alonso de Villarreal, quien ya se estaría olvidando de la disputa en el calor de su hogar. Entrando en sus aposentos por la fuerza y sin mediar palabra le dieron de palos y le llenaron de insultos, para quebranto de su persona y su estima. Y comoquiera que la agresión a la autoridad estaba gravemente penada, decidieron luego ausentarse de la villa hasta que el asunto se olvidara.

Sin demasiados preliminares se movieron rápidamente los hilos de la justicia, encargándose del asunto el alguacil. A Marín y Cordero no les dio tiempo de poner tierra por medio y estando a punto de ser capturados decidieron acogerse a sagrado en el cementerio parroquial de san Juan.

 

Justicia sagrada versus justicia profana. Desde antiguo existió la costumbre de acogerse a sagrado. Los templos, monasterios y cementerios parroquiales se consideraban inviolables y la Iglesia concedía asilo, dentro de esos espacios, a quienes, sin haber cometido delitos graves, eran perseguidos por alguaciles y otros miembros de la autoridad civil. Por cuenta de ello, se aseguraba el respeto a dichos lugares e, igualmente, se manifestaba la omnipotencia de Dios a través del ministerio del perdón de los pecados.

 

De muy poco les valió esta treta, pues el ignorante alguacil demostró poco entendimiento en prebendas y otros beneficios eclesiásticos que amparaban a aquellos que buscaban refugio en lugares sagrados. Entró en el camposanto sin mediar permiso y sacó a la fuerza a los sorprendidos huidos, que no esperaban tal acción.

Metida la Iglesia por medio, tomó cartas como era de esperar en el asunto, mostrando ferozmente su postura por encima de disputas y apaleamientos fuera de su competencia: excomulgó al alguacil y al mismo Villarreal por su impío proceder.

Por otro lado, en Cáceres se personó el Alcalde de Casa y Corte, Pedro Girón, para averiguar lo sucedido y prender a los culpables. Sin embargo, el principal instigador de toda esta tragicomedia, Juan de Ulloa, había cruzado ya la frontera portuguesa, acompañado en su huida por el jovencísimo Pedro Rol, que por si acaso la lluvia del castigo en algo le alcanzara, también había decidido montar caballo y poner tierra por medio.

Ambos en rebeldía, se les condenó a pena de muerte, y nada más se supo de Juan de Ulloa.

No así de Rol de la Cerda, que, acogido también a sagrado, declaró bajo juramento su absoluta ignorancia de todo lo acontecido. Siendo como era clérigo de órdenes menores, se le creyó y se le conmutó la pena a otra de destierro por un año, lo que se logró no antes de que el vicario del convento de santo Domingo presionara a Alonso de Villarreal poniéndolo en temor de Dios para lograr el perdón de Rol.

 

FOTO DE CABECERA: Plaza de san Mateo, vista de los solares de Ulloa.

 

FUENTE:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.

 

José Luis Hinojal Santos

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