Cáceres en sus piedras

EL EMPLAZAMIENTO DE UN REY

 

La casa de Carvajal se alza señera en el inicio de la calle Amargura, marcando la espalda a la iglesia de Santa María, pues enfrenta su fachada al ábside del templo. Austera, al unísono del resto de palacios cacereños, destacan a primera vista su famosa torre Redonda, de la Higuera o de los Carvajales, y el magnífico y sobrio blasón que nos recuerda que éste fue el solar primitivo y cuna de esta familia en la villa de Cáceres.

A finales del siglo XIX, la casa de Carvajal sufrió un aparatoso incendio que amenazó su ruina, dejándola en tal estado que, en las décadas siguientes, mediando asimismo su abandono, recibió el nombre popular de Casa Quemada, y así la conocieron nuestros padres.

El dibujo en piedra de su escudo es omnipresente en la zona monumental, dado los frecuentes matrimonios y entronques con otros apellidos de la nobleza local; quizá como ningún otro. Sus armas son notoriamente sencillas: sobre campo dorado, una barra o faja negra, ancha, que desciende del revés; algunos dicen que la banda fue después acrecentada en recuerdo de la historia que en breve seguirá.

Las leyendas dicen que el primer caballero que las llevó en su escudo, las hizo honor y merecimiento combatiendo y saliendo victorioso en todas las lides en las que participó, siendo la más recordada una que se celebró en un lugar donde había, en aquellos tiempos lejanos, muchos robles, que llaman carvallos en tierras gallegas y astures. Y lo mismo que donde hay tantos robles se llama robledal, el citado solar se llamaba carvallal, de lo que tomó apellido el esforzado caballero y sus descendientes, corrompiéndose el nombre por el de Carvajal.

Se cuenta que los de este linaje en Cáceres descienden de quienes la historia y antiguas canciones mencionan como los hermanos carvajales, protagonistas de una tragedia que tuvo origen en un desafortunado riepto, o duelo entre miembros de bandos rivales, aunque las brumas del olvido se cernieron sobre lo que sucediera en realidad…

Una noche fue encontrado muerto un tal Juan Alonso de Benavides, al que habían cortado la cabeza. Aun cuando nadie podía dar testimonio fiel de lo sucedido y de sus causantes, circuló la sospecha de que tras la ominosa muerte estaban los hermanos Juan y Pedro de Carvajal, caballeros de la Orden de Calatrava, que se habían significado como rivales de los Benavides. Era, también, rumor extendido los amores secretos que Pedro mantenía con la hermana del asesinado, quien, enterado de ellos, les habría mostrado su total oposición.

Conocedor de la infame muerte, el rey Fernando IV, amigo íntimo de Juan Alonso, aprovechó la ocasión para hacer particular justicia en los carvajales, a quienes tenía por desleales y traidores a su causa. A toda prisa, y sin saber la verdad ni examinarla con el rigor que exigía el caso, los hizo ajusticiar. Sentenció que morirían arrojados desde lo alto de la gran peña de Martos.

Al día señalado, siete de agosto de 1312, el monarca acudió sereno y gozoso, sin temblarle la razón. Antes de ser lanzados al vacío, uno de los hermanos, alzando las manos al cielo, le maldijo.

¡Rey de Castilla! recuerda
que existe un Dios justiciero;
ante su presencia iguales
son el cayado y el cetro.
Nos haces morir, ahogando
la oculta voz que en tu pecho
tu error y nuestra inocencia
a gritos te está diciendo.
Nos haces morir, ¡oh, Rey!,
mas de tu fallo sangriento
al tribunal inmutable
apelamos del Eterno,
y antes que el sol treinta veces
del mar se oculte en el seno,
ante el solio te emplazamos
del Juez único y supremo.
Extracto del romance “La peña de Martos” de JOSÉ LAMARQUE DE NOVOA

 

Fernando IV, ante el silencio de los presentes, mandó encerrarlos en una gran jaula, provista de afiladas puntas de acero dirigidas hacia su interior. Los despeñaron, y cuando la herraje llegó abajo, no encontraron en su interior nada que recordara a los carvajales, sino un amasijo irreconocible de carne y huesos.

Cumplíase el plazo de los treinta días del emplazamiento de los caballeros el siete de septiembre, víspera de Santa María, y en la historia queda que el Rey, entrado en sus aposentos tras una dura mañana de lucha contra los musulmanes, se echó a dormir, silenciado su belicoso carácter por una dolencia muy grande. Y poco después del medio día, lo hallaron muerto en la cama, en guisa que ninguno lo vio morir, ni supo motivo.

No obstante, en la mente de muchos aún resonaban las palabras del Carvajal, y así lo cantaron los juglares por todas las plazas…

 

El plazo estaba cumplido,

Dios castigaba al culpable.

Clara la inocencia era

de los nobles Carvajales.

 

La familia Carvajal, para que en la posteridad se recordase al linaje limpio de toda sospecha, en honor y amparo del suceso referido resaltó el color negro de la banda de su escudo en eterno testimonio de la inocencia de dos de sus vástagos.

 

FOTO DE CABECERA: Escudo de Carvajal en el ábside de la iglesia de santa María.

FUENTES:

GALÍNDEZ DE CARVAJAL. El memorial de los Carvajales.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

PÉREZ ORTEGA, MANUEL URBANO. Un romance olvidado de los Carvajales y “El Emplazado”, de José Lamarque de Novoa.

 

 

José Luis Hinojal Santos

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