Ella era aún moza. Se había acercado antes de la amanecida a la fuente de Aguas Vivas, en las afueras a poniente de la villa, aprovechando la fresca y que a hora tan tempranera no tuviera que esperar turno alguno.
En sus pensamientos se reproducían historias que le habían contado,
‘ de cosas que sucedían en estos caminos…
Pero empezaba a perder la inocencia y consideraba que eran leyendas y cuentos con los que engañar y asustar a los niños. Aún así, esperaba que hubiera algún vecino yendo para los campos o algún ganadero apostado con su ganado en los cercanos abrevaderos.
Próxima a la cerca de Marrón, sin darse cuenta se sintió extrañamente atraída por una silueta borrosa que se acercaba, lenta pero segura, a ella y que parecía haber surgido de la nada. Poco a poco, la figura fue tomando la forma de un hombre de tez negra, vestido con ropas sucias y desgarradas y con un aspecto desolador, lúgubre y macilento. La sorpresa y curiosidad primero, y el miedo luego, la atenazaron de tal manera que no podía escapar de la subyugante atmósfera que la iba envolviendo y atrapaba sus sentidos.
Todo alrededor se fue apagando: el campo, el camino, las últimas casas de la villa que había dejado atrás. Solo aquella hipnótica criatura y ella irradiaban luz en el centro del vacío.
El hombre de tez negra no articuló palabra alguna. Su boca únicamente dejaba entrever una sonrisa zalamera. Adelantó sus cerradas manos y al abrirlas…
La joven, con movimiento pausado, sin perder vista de aquella mirada, dejó el cántaro que llevaba en el suelo y salió del apagado camino. Finalmente seducida, acompañó al aparecido hacia la nada.
* * *
Antiguamente se contaba que, próximo a la cerca de Marrón, aparecía un espectro, al que llamaban el negro bozal, que dio mucho que hablar en los mentideros de la villa y en el calor de los hogares en los que vivían mozas en edad casadera; por el siglo XVIII, y aún en el XIX.
En centurias anteriores, la esclavitud había sido bastante activa en Cáceres. Se nutría de gentes enemigas vencidas en guerras u obtenidas en los territorios de ultramar, de nacidos de esclavos o de algún liberto que deseara volver a ser vendido. Eran comerciados en la villa principalmente por portugueses; o traídos de Portugal y traficados en la población por otros castellanos o extremeños.
De entre los esclavos, una partida importante eran los llamados bozales.
Bozal es un término que se tomó de las caballerías cerriles, o no domadas. Se llamaban así aquellos esclavos que eran desconocedores de la lengua o costumbres del lugar. Se diferenciaban de los esclavos ladinos, en que estos últimos sí conocían el idioma y los usos de allí donde eran destinados a servir, seguramente por nacer de una sierva esclava o por, siendo libres, dejarse vender de nuevo.
Los bozales eran tratados igual que a una bestia, o tenidos en cuenta como cualquier otro enser de la casa, y lo único que diferenciaba su posición de la de una acémila o de la de un caldero eran los malos tratos a los que eran sometidos con frecuencia. Hartos en sus penalidades, algunos, los menos, se aventuraban a una huida llena de dificultades y de incierto e improbable éxito.
El negro bozal de Cáceres huyó de su señor, no aguantando por más tiempo el trato arbitrario e inhumano de que era objeto. En su huida no llegó lejos, apenas unas millas. Entrar en alguna población cercana era más que una empresa arriesgada; era sentenciar su destino. Sería capturado siquiera por el solo color negro de su piel y azotado hasta la extenuación si era necesario para que diera el nombre de su amo, y serle devuelto para correr igual o peor suerte.
No llegó lejos a causa de su maltrecho cuerpo, despiadado despojo de años de palizas. Murió en la soledad de los campos próximos a la villa, de hambre o de frío, maldiciendo su vida y renegando de su amo y de las gentes de estas tierras.
Su espectro quedó atrapado de este modo en una fatalidad imperecedera, y hasta no hace mucho se contaba que las mozas cacereñas debían cuidarse de vagar solas o descuidadas por los caminos que salían de la población, so riesgo de toparse con el fantasma y ser engatusadas con ciento y un artificios para que le acompañaran en su eterno cautiverio
‘ y aliviar su soledad.
FOTO DE CABECERA: Argolla en un muro en la zona intramuros de Cáceres.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Supersticiones extremeñas.
PERIÁÑEZ GÓMEZ, ROCÍO. La esclavitud en Extremadura (siglos XVI-SVIII).
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