La mala vida de sus últimos años había envilecido a Martín Paredes, y su rostro reflejaba sus muchas fechorías y maltrecha existencia desde que hubo de huir a Portugal perseguido por la autoridad española de la época, debido a su pertenencia a la cuadrilla de el Empecinado, liberal otrora héroe de la Guerra de la Independencia, que había caído en desgracia a los ojos del rey Fernando VII.
Paredes acompañaba al denostado militar el amanecer del 12 de octubre, cuando sus tropas atisbaron la villa de Cáceres por los caminos cercanos a la ermita del Espíritu Santo e hicieron que las campanas de las cuatro iglesias y de los conventos cacereños tocaran con urgencia e insistencia para alertar a sus paisanos.

Las defensas orquestadas por el concejo cacereño se colocaron de inmediato y se dio inicio a cinco días intensos y feroces en los que esta población conoció una lucha sanguinaria de españoles contra españoles.
Al fin de ellos, los liberales entraron victoriosos por san Blas y Santiago una lluviosa mañana del día 17, e incendiaron, en represalia, numerosas viviendas a medida que avanzaban por las calles de la población, según las crónicas, asesinando a hombres, violando a mujeres… Tras su paso, destrucción, dolor y ansias de venganza.
Al Empecinado lo capturaron y ejecutaron dos años después en Roa, Burgos. El cacereño Martín Paredes fue condenado a seis años, pero le dio tiempo de huir,
con lo puesto…
perseguido y no alcanzado…
dejando atrás mujer e hijos…
abandonando su vida…
En Portugal la rehizo como pudo. Contrajo segundas nupcias, cuando aún era marido de la primera. Perdió todo y tomó el camino por el que será conocido. Montó a la grupa de un caballo, saca a un lado de la faja y pistolón al otro, rostro parcialmente oculto por un pañuelo que dejaba atisbar sus patillas de boca de hacha. Se hizo ladrón de iglesias y conventos, asaltadiligencias y de todo lo que se pusiera a su alcance, y se encontró de la noche a la mañana también asesino.
Vuelto a su hogar en la villa de Cáceres, amparado en las sombras de la noche y en que sus paisanos no dieran noticia a las autoridades por conocerle desde pequeño, pasados unos días no pudo por más que, en virtud de su malhadada ocupación, y sin parar mientes en agradecimientos vanos ni zarandajas, hacer rapiña una noche en la ermita de nuestra señora de la Montaña, o al menos esta es la historia que circuló tal cual en el boca a boca, sin que nadie tuviera certeza de su implicación.
Y, boca a boca, pronto se expandió el rumor, luego leyenda, de que las alhajas, cálices y hasta la corona robada a la virgen, la escondió el maldito, junto al resto de riquezas ganadas en sus muchas fechorías, en una cueva cercana al santuario.
La citada cueva se cuenta que es la misma que, en 1960, desapareció para siempre de la vista, tras unas obras de ampliación del camino al santuario de nuestra señora de la Montaña, y quizá a la que hacen referencia las leyendas.
Así pues, descubierto el delito, a nadie le cupo duda y a él se volvieron todas las sospechas, por lo que fue buscado, esta vez capturado y, llevado ante la justicia, sentenciado a muerte por garrote.
El cadalso se levantó, como era habitual en aquella época, a los pies de la torre de Bujaco, y el día de su ejecución comenzó saliendo el reo de los calabozos sitos en el actual callejón de san Benito, próximo a la Audiencia, montado en mula, desnudo medio cuerpo arriba y fuertemente atado.
Coincidió, casualidad maldita, que el trayecto pasaba por delante de su propia casa, la que era ahora de su primera mujer y de sus olvidados hijos. La impresión hubo de ser tal que, cuentan, cuando lo quisieron enfrentar al garrote para ajusticiarlo, la muchedumbre pudo ver cómo el
liberal…
bígamo…
ladrón de iglesias y conventos…
asesino Martín Paredes…
llegara a su destino muerto por culpa de un síncope.
¿Y qué fue de su valioso botín?
Nunca se supo, a fe de la verdad, de este, en las creencias de la gente, increíble tesoro. De hacernos eco de las leyendas, aún espera en algún hueco no encontrado de la silenciada cueva, o de la sierra de la Mosca entera. ¡Quién lo encuentre…! Pues no ha aparecido.
FUENTES:
CORRALES GAITÁN, ALONSO JOSÉ ROMÁN. Aproximación a los tesoros escondidos en la provincia de Cáceres y Badajoz.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.
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