El día de santa Catalina de 1695, hacia la hora de vísperas (29 de abril al anochecer – nota del autor), se le aparecieron hasta tres espíritus infernales a una niña cacereña de cinco años llamada, precisamente, Catalina. Lo hicieron aprovechando unas tercianas, enfermedad frecuente y temible en la época, que el médico que la asistió, Antonio Flores, no pudo curar como quisiera.
Las tercianas y las cuartanas, en aquellos tiempos, eran endémicas en la villa de Cáceres, principalmente por los malos aires debidos a la ausencia de aseo y sanidad de las calles, la mayoría sin acerar y verdaderos depósitos de inmundicias donde se tiraban desde las casas deposiciones, orines y todo tipo de desperdicios, al grito de “¡Agua va!”. Eran unas calenturas, con fiebres altas, escalofríos y sudores, que se presentaban cada tres (tercianas) o cuatro días (cuartanas) y de las que no se conocía cura alguna, hasta entrado el siglo XVII.
El galeno empleó sangrías y otros remedios aconsejados, entre los que bien pudiera estar la quinina, que apenas unas décadas antes había sido traída de las Indias, con formidables efectos sobre las tercianas. Del empleo de la quinina no dejó constancia alguna, pues corría el riesgo de contraer pecado mortal. Donde unos veían las curaciones que obraba esta sustancia como milagrosas, la Iglesia las atribuía a pactos que los indios de aquellos lejanos territorios tenían con el demonio, anatemizando a quien la empleara.

Se cuenta que las furias infernales obligaban a Catalina a acciones y palabras tan desmedidas, que causaban horror a cuantas personas las presenciaban y escuchaban. El mal agravó a un mal de corazón, o gota coral. Más sangrías, agárico mezclado con vino de jengible…
¡No respondía a medicinas!
La epilepsia ofrece una historia amplia en el pasado, basada en sus síntomas y en cómo se entendían éstos desde la sociedad y desde la religión. Estar poseídos o endemoniados, la luna como causa, o sencillamente enfermos mentales, se la ha conocido de múltiples maneras, hasta el grado de aparecer como la enfermedad de los 1000 nombres: mal de corazón, gota coral, enfermedad sagrada, morbus hercúleus…
El médico de la villa, el citado Antonio Flores, formó juicio de que tras los episodios compulsivos y violentos que él mismo había presenciado, y de los que manifestó sentirse maravillado, se hallaba una causa oculta. Y allí donde los conocimientos científicos de la época no dieron respuestas y hallaron forma de curación alguna, las creencias y supersticiones convencieron a los padres y a todos los que conocían del caso de que los demonios habían entrado en Catalina.
Determinaron llevarla hasta el santuario de la virgen de Guadalupe, buscando su intercesión, pero a vista de la imagen le dieron tales convulsiones que hasta ocho hombres la sujetaron a duras penas.
Catalina creció, en adelante, en compañía de sus demonios, alternando tiempos calmos, con otros en los que parecía descender al mismísimo infierno, prodigándose ante ella apariciones de todo tipo y locuciones a modo de amenazas, las cuales atenazaban su voluntad y conciencia. Hallándose en tales trances, a veces parecía recibir invisibles golpes, y gran espanto causó el día en que la vieron arrastrada por los cabellos y arrojada por los aires de pared en pared, hasta el grado en que su atribulada familia temía por su vida y la ataban de pies y manos. No pudiéndose manifestar de otro modo, a gritos declaraba entonces que se le arrancaban las entrañas y que deseaba vomitar trazas de las furias infernales que removían tan ardiente como miserablemente el interior de su cuerpo.
Pasados unos años casó con un trujillano, un tal Francisco Espada, que la llevó a su villa natal. Pero en Trujillo no cesaron los trabajos de los espíritus malignos, y fue muy comentado un episodio, siendo el año de 1719, que perdió la conciencia y le vino de nuevo acostada en una zahúrda acompañada de cerdos y llena de pulgas.
Cansada del mal que la rondaba toda su vida, pidió en sus oraciones la intercesión de san Pedro Nolasco, a quien rezaban en el cercano convento de Nuestra Señora de la Merced Redención de Cautivos, para conocer cómo encontrar alivio de tales padecimientos.

– ¿Qué debo hacer para agradar a Dios?
El santo, escuchando sus plegarias, se le apareció oyéndole una voz muy clara y apacible que, por tres veces, le dijo:
– ¡El hábito! ¡ El hábito! ¡El hábito!
Catalina no dudó y el 9 de agosto de 1720 entró como monja en el citado convento de la Merced de Trujillo, tomando el nombre de sor Catalina de san Pedro Nolasco.
Allí vivió y murió, descansando su cuerpo en sepultura señalada.
Allí vivieron y murieron con ella sus furias infernales.
FUENTE:
GUZMÁN, FRAY JUAN DE. Vida de la venerable sor Catalina de San Pedro Nolasco, tercera profesa del Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced de Cautivos, hija de hábito y profesión del convento de la ciudad de Trujillo, en Extremadura.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
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