Cáceres en sus piedras

EL EXORCISMO DE ISABEL GONZÁLEZ

 

Entre los sucesos de Isabel de Orellana y de Juana Vivas (Los exorcismos del convento de san Benito), mayor asombro y expectación causó en la villa, por ser paisana y aún una niña, el caso de Isabel González.

Cierta mañana despertó hechizada, dando señales de haber entrado en ella el mismo demonio, camuflado en una repentina enfermedad que la mudó en un carácter agreste y furioso. Tratada según las reglas de la medicina, no hallaron causa natural que justificase los accesos.

… Y así la tuvieron por endemoniada, pues comenzó por dar muestras de aborrecer, entre otras, las cosas sagradas y espirituales. Por cuenta de esto, los padres emplearon los medios que por entonces se consideraban eficaces.

¡Pero en vano!

 

Era costumbre colocar en la casa del energúmeno una vela previamente bendecida siguiendo particulares oraciones y derramado sobre ella agua bendita, haciendo la señal de la cruz durante la tarea. Luego, se preparaba el aposento, llenándolo de palmas y ramos igualmente bendecidos y, ordinariamente, se usaba asimismo de agua bendita, a la que antiguamente se agregaba sal, para purificarlo.

 

Estos remedios, u otros que se antojasen, no demostraron la eficacia que se esperaba de ellos. Sus padres, Pero Martín Florencio y María Vara, decidieron, esperanzados, llevarla a la ermita de san Benito, confiando en que, por mediación de la imagen del santo, les socorriese y sanara a su hija. Lo hicieron en la dominica del Buen Pastor, el cuarto domingo de Pascua, durante la fiesta y romería que se celebraba en el sitio y a la que concurrían numerosas gentes de la villa de Cáceres y de los pueblos comarcanos. Año 1532.

 

Convento de san Benito, antes de su restauración

 

Estando a las puertas del templo, los padres, auxiliados por monjes y algunos vecinos, iniciaron los conjuros por los cuales obligaron a la posesa a hincarse de rodillas y caminar de tal forma hasta el altar presidido por la venerada efigie. Temblando y profiriendo voces espantosas, subieron a Isabel a este santasanctórum del templo y la encararon con el Viejo, forzándola a abrazar la imagen.

La crónica cuenta que el demonio se debilitó, haciendo tambalear y desvanecer el cuerpo de la niña, que fue sujetada por el padre, al tiempo que éste gritaba:

¡Ladrón, perro, bellaco!

Su fuerza, y la de los presentes, no flaquearon ni dieron tregua al maligno. Ataron a la niña uniendo los dedos pulgares de sus manos, con tal violencia que sólo se escuchaban sus fuertes gemidos y gritos, al tiempo que observaban cómo su cuerpo se retorcía adoptando extraordinarias e inverosímiles posturas, que se incrementaron cuando le echaron encima una estola que habían llevado del párroco de la iglesia de san Mateo.

Pero Martín, invocando el nombre de Dios, dijo entonces:

¡Da señal, puto! ¡Perro!

¡Puta, suéltame, que me iré de aquí! – fue la respuesta que se recibió de boca de la energúmena.

 

En los casos de endemoniados, los mitos y creencias que alrededor de estos casos existían llevaban a los presentes en estos exorcismos a mandar, cuando se atisbaba la rendición del demonio interior, que éste no causara daño al cuerpo que había ocupado y que le dejara sano, libre y desembarazado, exigiéndole una señal de su partida con la que quedar enterados y satisfechos de que el enfermo quedaba totalmente libre.

Quizá para dejar constancia de la veracidad del suceso, el cronista, fray Diego de Mecolaeta, dejó testimonio del diálogo que mantuvieron padre y usurpante, antes de abandonar éste a la niña.

 

¡Da señal!

A cuya orden, en ese mismo instante Isabel echó fuera dos agujetas, una especie de cintas que antiguamente tenían por objeto abombar los vestidos a la altura de la cintura y de las mangas, al tiempo que volvía a escuchársele:

¡Puta, suéltame! Que me quiero ir…

No fue suficiente para los que se encontraban dentro del templo. Los padres, monjes, el escribano Francisco Gómez o el bachiller Ambrosio Becerra, entre otros, estaban admirados presenciando la espectacular escena que se estaba desarrollando delante suya…

¡Da más señal!

 

 

Esta vez fue una blanca lo que escupió, mientras la enferma entraba en una especie de trance, haciendo grandes extremos, hasta que el cuerpo quedó quieto y sólo se escuchaba un leve y esperanzador sollozo:

Padre, suélteme, que ya estoy buena.

El padre, finalmente convencido de que se había obrado el prodigio, desató a su hija, al tiempo que ésta repetía:

¡El señor san Benito me ha curado!

La blanca y las agujetas fueron depositadas en la ermita en recuerdo de lo vivido, junto a los muchos objetos y maravillas que certificaban la mediación del santo en otros tantos sucesos extraordinarios, entre los que destacaban dos caimanes que, según la tradición, fueron cogidos y muertos por favor especial de san Benito.

El testimonio de lo sucedido a Isabel González figuraba en la relación de milagros que obró la imagen del santo en su ermita y que fue copiada (de la tabla que se guardaba en el cenobio) por un caballero principal de la vieja villa a finales del siglo XVI a fray Antonio de Yepes, cronista de la orden de san Benito.

 

Posiblemente, sin que se pueda aportar documentación que lo justifique, el nombre anónimo al que se refieren los cronistas benedictinos, sea el singular don Pedro de Ulloa Golfín, coetáneo de aquél, al que hace mención en su obra “Memorial de la calidad y servicios de la casa de don Álvaro Francisco de Ulloa Golfín y Chaves”, libro firmado, no obstante, por el historiador don José de Pellicer y Tovar.

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

MECOLAETA, fray DIEGO. Vida y Milagros del Glorioso Patriarca de los monges San Benito, con notas, observaciones y discursos del P. Fr. Diego Mecolaeta, Benedictino.

PARRA TALAVERO, JOSÉ MARÍA. Ermita de san Benito de Cáceres (antecedentes histórico-artísticos).

 

José Luis Hinojal Santos

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