Cáceres en sus piedras

BODA NEGRA

 

Los angelitos se asoman

a las ventanas del cielo,

y enmudecen escuchando

cuando canta Frasco Higuero.

Francisco Higuero, al que todos en su tiempo llamaban cariñosamente Frasco, era hijo de Juan Higuero, un zapatero de nuevo que tenía su taller cerca de la plaza Mayor a mediados del siglo XIX, con tan buenas manos en su oficio que llevó a considerársele maestro de obra prima.

Frasco siguió los pasos del padre, pero en la villa su fama le vino no por su destreza con el cuero, sino por ser un excelente cantaor, ejercicio al que se entregaba con pasión en cuanto dejaba los botines tal como estuvieran después del trabajo del día, llenando las calles con su voz, alegría y desparpajo.

No había romería, festejo o ronda de interés en Cáceres que no contara con su presencia y sus cantes, por lo que pronto se hizo popular, para aquellos que gustaban de solazarse en sus propias habilidades, el dicho de:

– ¡Ciá… que no le llegas a la quinta y media a Frasco!

Unió a estas dotes su buena planta, siendo conquistador de grandes maneras y mucha aceptación entre el solterío femenino, labor auspiciada por su contrastada valía en el uso de la copla, los géneros musicales del momento y la guitarra. Así, divertía al vecindario mientras, en parecida medida, beneficiaba su hombría.

Cierto día se cruzó en una de sus rondas una viuda, aún en edad de merecer su atención y de una belleza exultante. El entonces donjuán quedó cautivado al instante por la prodigalidad de virtudes y estar de la dama, y, para sorpresa de todos, no pasó mucho tiempo para que decidiera finalmente dejar en el pasado su otrora vida de notoriedad, libertinaje y agasajo, y unir su destino al de ella para siempre.

¿Para siempre…?

Al poco, él quedó, a mayor desgracia suya, viudo, pues, tras una grave enfermedad, ella…

En la villa de Cáceres, el fatal día las campanas de la iglesia de Santiago tocaron los cinco toques de agonía que informaban que una mujer había muerto.

 

Cuando una mujer moría, las campanas daban cinco toques, llamados de agonía, mientras que si era un hombre, se llegaba a siete.

 

Como era costumbre de la época, el cadáver de la mujer fue sometido a los ceremoniales al uso, con las veleras manteniendo las llamas de los cirios y las rezadoras recitando, en un continuo murmullo, oraciones de difuntos.

A la mañana siguiente, el cadáver fue introducido en una caja de madera de color negro, y luego de misa y un responso y de rociarse el ataúd con agua bendita, se condujo al cementerio de Nuestra Señora de la Montaña, a las afueras de la población, más allá de la ermita de san Blas.

Allí, el desolado Frasco vivió, con un inmenso dolor…

‘ cómo la caja era bajada al fondo de la sepultura abierta en el camposanto;

‘ la tierra tragaba aquella mujer, su esposa, su vida;

‘ y lloró desesperadamente, pues deseaba haberla acompañado al agujero abrazado a su fría carne;

‘ abrazado a sus huesos.

Con estos pensamientos, no tardó en perder el juicio, y en tanto el enterrador terminaba su tarea, en su maltrecha razón decidió que

¡Para siempre

significa

para siempre!

En cuanto llegó la noche, Frasco Higuero agarró su guitarra y tomó camino de nuevo al cementerio. Saltó la tapia y llegó a la tumba donde reposaban los restos de su mujer.

El túmulo de tierra aún revuelto.

Un crespón negro, resistiendo la brisa, adornándolo.

El silencio, roto por algún aullido de perro o resoplido de lechuza.

Allí, junto al montecillo, sentado de cualquier modo en el húmedo suelo, comenzó a rasgar su guitarra y entonar con su potente y hermoso vozarrón tangos, soleaes, jotas y toda suerte de canciones apropiadas para su amada…

…e inapropiadas al lugar

…y por la hora.

Las noches siguientes era triste ver a Francisco Higuero por los caminos que llevaban al cementerio, y luego escuchar su voz rota, que venía unas veces desde dentro y otras desde la puerta de aquél.

Al cabo de unos días, la autoridad, lejos de consolar al viudo, tuvo que intervenir ante el escándalo, que asustaba, por lo macabro, a muchos vecinos. Se presentó en medio de la serenata y se llevó, mediando fuerza, a Frasco, del que nunca volvió a tenerse noticia pública.

 

Por aquellos días, un sacerdote y poeta venezolano, Carlos Borges Requena, dio a conocer su poema Boda Negra, de notable fama, que comenzaba con estos versos:
Oye la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
-Era un amante a quien por suerte impía
su dulce bien arrebató la Parca.
Todas las noches iba al cementerio
a visitar la tumba de su hermosa;
la gente murmuraba con misterio:
“Es un muerto escapado de la fosa”.

 

FOTO DE CABECERA: Torre de los Andrada Cáceres o Espaderos e iglesia de Santiago.

FUENTES:

GARCÍA MORALES, FERNANDO. Ventanas a la ciudad.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.

 

José Luis Hinojal Santos

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