Cáceres en sus piedras

LA REBELIÓN DE LAS MONJAS

 

– El obispo era de rostro fino,

” alargado.

” Los ojos miraban fijamente,

” con dureza.

Don Pedro García de Galarza puede pasar por ser el más conocido y recurrente obispo de Coria al menos para la historia de la villa de Cáceres. Su carácter e inquietudes quedaron reflejados en uno de los personajes de la obra Don Juan de Azorín, en la que aparece la estampa del inicio.

De su vida en Cáceres destacan varios episodios, alguno legendario. Quizá el más sorprendente sea la terca disputa que mantuvo con las monjas de los conventos intramuros de santa María de Jesús, hoy desaparecido, y de san Pablo.

 

El convento de santa María de Jesús estuvo situado entre la iglesia de santa María y el palacio de los Golfines de Abajo, donde hoy se levanta el palacio de la Diputación de Cáceres. El inmueble llegó a ocupar toda una calle que antiguamente existía a oriente de la citada iglesia, y que comunicaba con la actual calle Amargura.

 

El litigio surgió en el deseo del prelado de que las hermanas guardasen en adelante una rigurosa clausura. Aparte de los dogmas del Concilio de Trento, le obligaba su ideario personal, según el cual moralmente a las mujeres no les era lícito andar fuera de casa divagando, porque no peligrara su honestidad y continencia, conforme al refrán que refería con frecuencia para defender su particular pensamiento:

La mujer y la gallina
por andar se pierde aína.

Determinó, pues, que todas las monjas del obispado se sometieran y no salieran de la estrechez de los muros religiosos donde profesaban, a lo que se opusieron ferozmente las interpeladas de los citados conventos cacereños… y con ellas sus familias, la vetusta nobleza cacereña, y el Concejo. Se deseaba mantener la relajación existente, pudiendo salir y entrar libremente de los tales lugares según la costumbre que había de antiguo, con la sola licencia de sus madres superioras, la abadesa del convento de san Pablo y la priora del de santa María de Jesús, quienes encabezaban, por otra parte, la rebelión.

 

Estatua de san Pedro de Alcántara

 

La clausura, con anterioridad al Concilio de Trento, era un mito en muchas partes del orbe, siendo usual el que se inobservase. En la villa de Cáceres era tradición el solo acudir a los coros y ceremonias prescritas por las respectivas reglas…

¡Y luego cada cual a su casa!

Para la nobleza cacereña esta situación era ideal, pues todas las religiosas eran hijas a las que si sometían a clausura muchas se negarían a profesar, extinguiéndose con el tiempo los dos conventos; las familias se verían obligadas a gastarse mayores dineros en ellas que como monjas, pues conforme a su situación social, deberían buscarles matrimonio aventajado y dotarles de manera más espléndida.

Enconadas de tal manera las posturas, las obcecadas monjas no dudaron en litigar cuanto fue necesario para defender sus privilegios, y el asunto fue agriándose hasta el punto de llegar incluso al Vaticano. Lograron que su causa la acaudillase el mismísimo conde de Olivares, Enrique de Guzmán, nombrado embajador español ante la santa Sede, hombre terco y de ideas firmes, que se haría famoso por sus altercados con el también tozudo papa Sixto V.

La congregación vaticana de cardenales intérpretes del Concilio, no obstante, dio razón a Galarza… pero no fue suficiente para el bando contrario, que buscó la complicidad del Concejo Real primero, y del propio rey Felipe II después.

El conflicto convulsionó profundamente la vida del Cáceres de finales del siglo XVI. A las continuas exigencias y llamadas a la obediencia del enérgico e inflexible obispo, que alegaba que sin clausura se comprometía el voto de castidad, se oponían las constantes apelaciones y las dichas demoras de las inusualmente díscolas monjas, muchas de ellas sin vocación alguna y obligadas por sus padres a realizar los votos.

 

Aldaba de la puerta del palacio del Obispo

 

Finalmente, pasados unos años, éstas rindieron su carácter ante la amenaza de excomunión a ellas, a sus confesores, a sus familiares y a todo el que le llevase la contraria en esto a don García de Galarza.

Uno de los extremos a los que llegó todo el asunto se produjo con motivo de la muerte de doña Mencía de Godoy, religiosa del convento de san Pablo. Las monjas, según su uso y costumbre, mandaron aviso al cura de la iglesia de san Mateo, el licenciado Pacheco, para que diese entierro a su hermana, en presencia de las dichas monjas, sacerdotes y familiares, en este caso, seglares. El párroco se querelló ante García de Galarza, pues no deseaba contravenirle y hacer el oficio, por tanto, según las nuevas normas tridentinas, que impedían que monjas y seglares se hallaran juntos en la iglesia. El obispo, bajo pena de excomunión, comunicó que se la enterrase no estando las monjas en el cuerpo de la iglesia, sino en el coro, apartadas de sus familias.

Quien quedó peor parado de todo el litigio fue el abogado de ambos conventos, Alonso del Pozo, quien sí fue excomulgado y muy amonestado por el obispo, y la cosa no pasó a mayores vejaciones contra su persona gracias a su condición de lego, que tuvo, no obstante, que alegar y rogar ante el Para, el Rey, el Nuncio y el mismo Consejo Supremo de…

¡La Inquisición!

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

MAÑAS NÚÑEZ, MANUEL. El de Clausura Monialium de Galarza en el don Juan de Azorín.

MARTÍNEZ SÁNCHEZ CALDERÓN, JUAN ALONSO. Epítome de la gran casa de Guzmán y de las progenies reales qeu la procrean y las que procrea.

PULIDO CORDERO, MERCEDES y MARTÍN PULIDO, CECILIA. El obispo Galarza.

 

José Luis Hinojal Santos

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