– Señor: apenas sabemos leer. ¿Cómo quiere que sepamos de historias y de apellidos? – se disculparon al unísono, con gorra en mano, los obreros que habían sido llamados con urgencia para explicar el error.
Quedó pensativo Juan Manuel González Valcárcel, el arquitecto responsable. Años atrás, su amigo Alfonso Díaz de Bustamante, a la sazón la máxima autoridad de Cáceres en aquellos tiempos, y que se hallaba a su lado igualmente tribulado mirando el frontispicio de la monumental puerta que se alzaba ante ellos en el adarve del obispo Álvarez de Castro, le había encomendado que llevara a cabo un lavado de cara de la zona antigua de la ciudad que regentaba.

Los primeros frutos de tamaño proyecto los admiraban juntos aquel día los susodichos, acompañados, entre otros, de Miguel Muñoz de san Pedro, conde de Canilleros, y de Valeriano Gutiérrez Macías, un conocido escritor local. Era espectacular a juicio de todos ellos, que tenían la oportunidad de ser los primeros en pasear por las calles y callejuelas de la rejuvenecida vieja villa intramuros.
– Extraer las piedras para colocarlas en orden llevará tiempo y dineros – comentó el arquitecto pasados unos instantes -. Además, es posible que nadie repare en ello y, en todo caso, quedará como una curiosidad al paso.
Con esta idea quedó conforme el edil, y en la misma opinión el resto. Al fin y al cabo, se había salvado del escombro y de sufrir, por tanto, igual destino que el edificio donde sirvió de puerta principal durante tres siglos y medio, el antiguo Seminario. A la puerta la habían encontrado buen acomodo en esta nueva ubicación, en el referido adarve, en las traseras del palacio del Obispo. “¡Incluso mejor que en la anterior, alejada de la parte antigua!”, se convencería alguien, justificando el pastiche.
El antiguo Seminario recibió el nombre de Seminario Conciliar de san Pedro Apóstol y la Purísima Concepción, conocido popularmente como Seminario de Galarza, por ser bajo el obispado, y especialmente por su empeño, de Pedro García de Galarza, obispo de la diócesis de Coria, que se levantó el edificio y comenzó su funcionamiento en 1603. No sin disputa con la capital diocesana, Coria, cuyas autoridades presionaron hasta el último momento hasta que el papa Clemente VIII concediera a la villa de Cáceres el honor, “no solo por la multitud de ciudadanos nobles, sino también por la pureza de aire”.A comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, se derribó el emblemático monumento para construir en su solar un mercado de abastos y, posteriormente, más cercano a estos tiempos, un parking público. Del primigenio edificio se salvaron puertas y escudos, que se utilizaron para adornar entre otras fachadas de la villa intramuros, la que nos ocupa, en las traseras del palacio Episcopal u Obispado.
– Bueno, dejémoslo estar. ¡Y Dios dirá…!
Alfonso Díaz de Bustamante había empañado su mandato como alcalde en trabajar para una ciudad moderna y prepararla para el incipiente turismo que en aquellos años, alejada la sombra de la cruel y famélica postguerra, se atisbaba como una fuente nueva de recursos para la ciudad. La idea había surgido en un encuentro cualquiera por boca del conde de Canilleros y, entusiasta, se había sumado a ella rápidamente, arrastrando a otros insignes personajes del Cáceres de la época.
Los demás siguieron la visita, mientras el abstraído alcalde quedaba rezagado,
sin moverse, ensimismado,
con la mirada puesta en lo alto de la nueva puerta falsa trasera del Obispado,
lamentando el inoportuno trueque de dos piedras traídas con mucho cuidado una a una, en perfecto orden para su ensamblado en la nueva ubicación,
leyendo una y otra vez, en el frontal de la portada
DON GARCÍA DE CALARÇA, OBISPO DE GORIA
FUENTES:
FUENTES NOGALES, MARÍA DEL CARMEN. Historia del seminario diocesano de san Pedro Apóstol y la Purísima Concepción.
GUTIÉRREZ GÓMEZ, JUAN DE LA CRUZ. El conde de Canilleros, uno de los artífices de la rehabilitación de la ciudad monumental. En juandelacruzgutierrez.es.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
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