– Es la hora, Alonso.
La voz acaricia, en su tono grave y solemne, los oídos del nombrado. De fuera llega el sonido metálico de toques de agonía en las campanas de la cercana iglesia de Santiago, hasta siete que anuncian la muerte de un hombre.

Alonso de los Nidos mira alrededor suyo, como en una bruma desde el lecho en que yace su cuerpo. No recuerda cuándo le pusieron la mortaja de lino blanco, ni cuándo unos cirios alumbran la oscura habitación desde el cabecero de la cama mientras unas mujeres de negro, a las que no conoce, sisean una interminable oración. La escena no le produce sorpresa, ni tristeza, ni siquiera le embarga el cansancio de los últimos años.
– Es la hora, Alonso – repite impaciente la voz.
A Alonso de los Nidos le llaman el Viejo: “Me llamaban”, piensa mejor. Estuvo convencido, sin atisbar entonces que le faltaba por vivir más vida que la que llevaba ya a cuestas con sus cincuenta y tantos inviernos, que encontraría cualquier día la muerte digna y noble de un señor de armas. No fue así. De la maldita y en mala hora enésima lucha por el maestrazgo de la orden de Alcántara, una excusa para cruzar aceros con el bando rival de familias de su alcurnia, sólo ganó una excomunión.
Por su apoyo a Alonso de Monroy en sus pretensiones como maestre de la orden de Alcántara frente a las de Juan de Zúñiga, Alonso de los Nidos y otros nobles cacereños y extremeños fueron excomulgados y anatemizados según consta en el monitorio dado en Salamanca en 1478 por el arcediano de esta ciudad, de acuerdo con las letras apostólicas del papa Sixto IV.
Y con la excomunión, el derecho de sus paisanos de apedrearle si les apetecía. Si no lo hicieron, quizá fuera por miedo a un mal avenido señor de las armas, a su furia y su espada, o quizá porque desde esos años de 1470 y tantos, Alonso de los Nidos se hizo viejo.
Un señor muy viejo.
Le llamaron, con razón, el Viejo.
En Cáceres, sus compañeros de armas, sus rivales de armas, y muchos de quienes olvidaron el que se permitiera lanzarle piedras por excomulgado y anatemizado, fueron haciéndose igualmente viejos, no tan viejos como él, y fueron poco a poco nutriendo las sepulturas de las parroquias de la villa, mientras él hacía honores para ganarse su apodo.
A los 115 años se cansó de contar los inviernos.
Algunos años después se cansó por fin de vivirlos.
– Ya era hora, vieja. El tiempo esperó demasiado por mí – alcanza a responder a la Parca.
La calle Nidos de Cáceres recibe tal nombre porque se hizo popular llamarla desde el siglo XVI como la calle de Alonso de los Nidos. El protagonista nació en 1422 y murió en fecha incierta sobre 1540.
FUENTE:
MAYORALGO Y LODO, JOSÉ MIGUEL DE. La familia de doña Mencía de los Nidos.
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