Cáceres en sus piedras

EL FABULOSO AULLÓN DE 1792

 

– Regresábamos a nuestras casas de anochecida, luego de un duro día en el campo. Y, de pronto, comenzaron a escucharse unos aullidos horrorosos,

‘ que no podían ser de personas,

‘ que helaban la sangre.

El primero de los aullones de los que se tiene noticia en la villa de Cáceres sorprendió, allá por el lejano 1792, a propios y extraños, que no esperaban que se hicieran realidad las leyendas y las creencias en espectros y seres encantados que pululaban por la zona intramuros.

Una buena noche de invierno, comenzaron a escucharse extraños aullidos, que se propagaban fácilmente por las calles y callejones, convirtiéndose en un eco insano e infernal que dejó consternadas a unas gentes supersticiosas y temerosas.

 

Iglesia de Santiago

 

Los ruidos continuaron las noches siguientes, y todo el mundo tuvo la fuerte convicción de que algún fantasma se había hecho dueño de la Parte Antigua, y que condenaría a todo aquél que se cruzara en su deambular. A la anochecida, los vecinos volvían presurosos a sus casas, y cerraban puertas a cal y canto, mientras los aullidos comenzaban a escucharse, si bien lejanos, como salidos de alguno de los cementerios que, por aquel año, aún rodeaban las viejas iglesias.

– ¡No pueden ser de personas! – era la expresión que más se escuchaba en las tertulias y en los metideros, y que erizaba la piel de todos los presentes.

Los aullidos eran cada vez más horribles y el consiguiente pánico colectivo que se vivió aquel invierno, movilizó por fin a la autoridad, no muy convencida de lo que esta sucediendo.

Y buscando al espectro, los alguaciles se toparon con un aullón. ¡O más bien tres! Pues tres eran las personas de carne y hueso que estaban detrás de lo que parecía ser una macabra broma, y que resultaron ser…

Manuel Sanabria, hijo de un escribano de la villa;

Francisco Rodríguez, clérigo harto conocido en el vecindario por su afición a todo género de vicios, si bien salvaba su reputación malamente el no conocérsele el de la embriaguez;

Y un destacado militar del que no se dio a conocer su nombre, quizá para salvar su maltrecho honor y su tambaleante carrera. Aún así, destacaba sobremanera su asiduidad a ser fuente de rumores sobre su personas y sus hechos circulaban por la población. Se decía que más de un matrimonio se había roto por su habilidad en obtener fruto de sus insistentes cortejos. No obstante, su nombre se perdió en el recuerdo y no se dejó rastro en los documentos.

El que vestía a modo de marimanta era Manuel Sanabria. Se le encontró vestido de blanco y con una larga capa. Era hombre pendenciero, un vago amante del lujo y de la vida disipada, para quebranto de la bien ganada reputación que ostentaba su padre, el señor Esteban Ramón Sanabria, entre el vecindario.

Detrás iban sus compañeros en la macabra ronda, portando un formidable aparato que, con manivela y bocina, producía el fabuloso y escalofriante aullido que mantenía a todos agazapados en sus casas.

Sólo el clérigo y el aspirante a escribano fueron llevados ante la Real Audiencia de Extremadura, para que se juzgase sus conductas. Y sólo el que no llevaba mentor, a saber Sanabria, fue el que finalmente de los tres pagó cara la broma, siendo encarcelado por ella.

El que se libró fue el militar…

 

Seguramente, a Manuel Sanabria le vino bien pasar por las cárceles de la villa, pues pocos años después, en 1797, aparece de nuevo en la historia local con el cargo de procurador y, comenzado el nuevo siglo, al frente de la escribanía que dejó el anciano Esteban Ramón Sanabria.

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

WEB. www.norbacaesarina.blogspot.com

 

José Luis Hinojal Santos

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