En 1229, Cáceres pasó definitivamente a manos cristianas, las del reino de León, que aquel año hizo de estas tierras su frontera del sur. Vinieron a repoblarlas familias del norte, de Galicia y de Asturias principalmente, que trajeron consigo además buena parte de sus creencias y supersticiones, de sus miedos y de cómo protegerse de ellos.
Una de estas creencias era la existencia de licántropos, que, en tierras de la Alta Extremadura, desde el Guadiana a las sierras hurdanas, heredaron el nombre de lobisomes o lobushomes.
Es frecuente confundir la licantropía con hombres-lobo, pero, a diferencia de estos últimos, más enraizados en las leyendas y las fábulas, los lobisomes eran personas a las que les afectaba sobremanera la llegada de la luna llena o de noches especialmente propicias como las de san Juan. Cuando esto sucedía mudaban el carácter, volviéndose más huraños y agresivos de lo que por sí eran, pudiendo atacar no sólo a animales sino, incluso, a vecinos si se ponían en su camino, motivo por el que sus familiares, los que aún vivieran con ellos, decidían atarlos fuertemente dentro de las casas durante los plenilunios para evitar su salida y lo que pudiera suceder. Su aspecto desaliñado aumentaba el rechazo que sufrían y el espanto que provocaban, por lo que terminaban por vivir en los campos, alejados de las aldeas y de las villas.
Las acciones de algunos de ellos fueron tales, que se construyeron relatos en los que aparecían convertidos realmente en lobos, y las gentes los tuvieron por tan ciertos, que cuando se cazaba alguno de estos animales que fuera de especial tamaño, le cortaban una de las patas mientras recitaban una oración breve, seguramente a san Antonio, y esperaban unos intensos y angustiosos minutos para comprobar si se convertía
‘ en una pierna humana.
Entretanto, los pastores por las noches encendían troncos de verbascos secos al sol y untados de grasa para alejar a estas criaturas, fueran lobisomes o solo lobos, pues de esta manera los ahuyentaban con el fuego y con la pestilencia que emanaba de la planta quemada.
Uno nacía con esta maldición si resultaba ser el último varón de una serie de siete seguidos sin mediar mujer. Su nacimiento provocaba desesperanzas y recelos, y una de las primeras, si no la primera, precauciones que se tomaban tras el parto, era mirar si en el paladar del neonato aparecía reflejada una marca que semejara la rueda de santa Catalina o la cruz de Caravaca.
Si no era así, la forma de librar su destino era que fuera bautizado por su hermano mayor.
La señal lo convertía, en cambio, en saludador.
Los saludadores devenían en curanderos que gozaban de cierta reputación entre el pueblo, no así de la Iglesia y de las autoridades, que los veían como embaucadores, si no a todos, a la mayoría. Las gentes decían que curaban la rabia con su saliva, escupiendo sobre las mordeduras mientras pronunciaban jaculatorias en honor a santa Catalina o a santa Quiteria y otras fórmulas. También espantaban la desgracia y las epidemias de los rebaños de ganado e, incluso, de la presencia del demonio.
Para su oficio, nada más entrar en una población acudían a rezar a la iglesia y, en estas tierras, a hacerse de agua bendita, que mezclaban con sus babas para luego untar un manojo de ramas con el mejunje y esparcirlo por las habitaciones del hidrófobo o por el campo, para el bien de la cabaña de animales.
El Clero y los médicos de algunas villas tomaban precauciones para evitar los que se aprovechaban de la fama de estos personajes para ganar unos dineros a costa de la credulidad del pueblo, así que en muchos lugares se adoptó como precaución someter a los saludadores a una “sencilla” prueba, que debían superar si no querían ser castigados por mentirosos:
‘ tenían que apagar una barra de hierro incandescente con la lengua.
FOTO: Detalle del edificio núm. 3 de la avenida de España, del arquitecto Ángel Pérez (1927).
FUENTES:
DOMÍNGUEZ MORENO, JOSÉ MARÍA. La licantropía en Extremadura.
ESPINO, ISRAEL J. Extremadura secreta. El hombre lobo extremeño: cómo convertirse en lobisome.
HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Supersticiones extremeñas.
SUÁREZ DE RIBERA, FRANCISCO. Cirugía natural infalible. 1721
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