Cáceres en sus piedras

Portentoso milagro de Nuestra Señora de la Montaña

­­­PORTENTOSO MILAGRO

que ha obrado Nuestra Señora de la Montaña con un devoto suyo, el día 2 de Febrero de este presente año, en la villa de Fuente de Cantos

 

Sagrada virgen María

protectora y abogada

refugio de pescadores

y amparo de nuestras almas;

dad luz a mi entendimiento

y a mi torpe pluma gracia

para que pueda escribir

cosa de tanta importancia;

escuchen pues con atención

que ya voy a declararla:

vivía en Fuente de Cantos

Francisco López y Olalla

con su esposa Catalina

que Méndez se apellidaba.

Tan virtuoso matrimonio

que en bondades abundaba,

los bienes de la fortuna

por desgracia le faltaban.

Tenía este matrimonio

seis de familia en su casa

que el mayorcillo de todos

a diez no llegaba.

Padeció ese tal Francisco

una enfermedad tan larga,

que ya esperando la muerte

postrado en la cama estaba

sin tener otro auxilio

mas que las limosnas santas

que sus hijos por el pueblo

recogían en su casa.

Pero el enfermo sin fuerzas

sin alimento de nada

y viéndose en gran peligro

pues la muerte se acercaba,

a su mujer le decía

que a un sacerdote llamara,

que quería confesarse

y que le auxiliara.

Ya su mujer sin consuelo,

ya el aliento se le acaba

y que sus niños se quedan

sin consuelo ya de nada

y sin amparo de un padre

que pudiera remediarlas.

Su madre muy afligida

les dice aquestas palabras:

Hijos de mi corazón

y de todas mis entrañas,

ya os quedasteis sin padre

criaturas desgraciadas.

Y los cogió de la mano

y a un cuartito los llevaba

donde tiene en un retrato

la virgen de la Montaña,

que con tanta devoción

aquella mujer aclama

por sus inocentes niños

que sin padre se quedaban.

Fue tanta la exclamación

que aquella mujer mostraba,

que hincándose de rodillas

ante la divina estampa

con aquellos inocentes,

le dice aquestas palabras:

— ¡Oh, princesa de los cielos!

¡Oh, virgen de la Montaña,

tened de mí compasión

y de estos niños del alma

que llorando os suplican

vuestro amparo, virgen santa,

porque se quedan sin padre

si el poder de vuestra gracia

no nos tiene compasión!

¡Oídnos pues, virgen santa!

Apenas dijeron esto

en la habitación entraba

un resplandor tan hermoso

con unas luces tan claras

y presentándose una señora

tan hermosa y tan bizarra

a consolar a los tristes

que de corazón la llaman.

La madre se quedó yerta

sin poder hablar palabra,

pero el niño más pequeño

que a dos años no llegaba,

le dice: — Madre, no temas,

la virgen de la Montaña

es la que vemos aquí

tan hermosa y tan gallarda,

que viene a darle salud

a mi padre de mi alma.

La madre no pudo hablar

porque estaba aletargada

y la virgen muy risueña

le dice aquestas palabras:

— No temas devota mía,

no temas ya tu desgracia,

tus oraciones han sido

de venir yo aquí la causa;

ya tu marido está sano

del mal que le atormentaba

y mañana lo verás

paseándose en la sala,

donde tendrás el consuelo

que tanto me demandabas.

Y volviendo del letargo

en que la mujer se hallaba

hechos sus ojos raudales

de lágrimas que derrama,

a sus niños abrazó

y a la virgen los mostraba,

con dolor de corazón

les dirige estas palabras:

— Hijos de mi corazón,

demos rendidos las gracias

por el bien que nos ha hecho

la virgen de la Montaña.

Con lágrimas en los ojos

de rodillas se postraban

ante esta divina imagen

con humildad extremada

diciendo: — Noble señora,

¡Oh virgen de la Montaña,

amparo de pecadores

y de todo el que te llama!

¿Cómo he merecido yo

de tu clemencia tal gracia?

Estando en estas razones

entra su esposo en la sala

y a los niños abrazaba

estampándoles sus labios

a los niños en la cara,

que de alegría no puede

hablarles una palabra;

y su esposa se quedó

al verle entrar en la sala

como una estatua de mármol

que de gozo no acertaba

a hablarle a su marido

una tan sola palabra:

pues se quedaron los dos

como visión presentada,

que a no ser por la clemencia

de la virgen soberana,

diría que era visión

del otro mundo bajada.

Los dos por fin se animaron

y como esposos se abrazan,

rompiendo los dos en llanto

con lágrimas que arrancaban

el corazón a los niños

que estaban en su compañía;

mas el padre con amor

a los niños abrazaba

diciéndoles: — Hijos míos,

hijos de toda mi alma,

ya hallamos aquel consuelo,

ya se acabó la desgracia;

y mirando a su esposa

le dirige estas palabras:

— ¿Cómo ha sido, esposa mía

mi cura tan abreviada?

Y la mujer le responde

Con halagüeñas palabras:

— Sabrás que cuando te vi

ya tan postrado en la cama

con agonías de muerte

me encerré en aquesta sala

con estos niños ya triste

sin consuelo y desgraciada;

nos postramos de rodillas

ante esta divina estampa,

le pedí de corazón

el alcanzar por su gracia

restablezcas tu salud,

cuando de pronto en la sala

se presentó un resplandor,

una señora tan blanca,

tan risueña y tan hermosa

que gloria daba el mirarla;

yo me quedé sin sentido,

sin poder hablar palabra;

pero el niño más pequeño

conoció a la virgen santa

y con todo su poder

pronunció aquestas palabras:

— Madre, aquesta señora

que ves aquí en esta sala

es la reina de los cielos,

la virgen de la Montaña,

que viene a darle salud

a mi padre del alma.

Me quedé como mortal

al oír esas palabras

de un inocente niño

de dolor me trastornaba,

sin saber dónde me hallo

ni de lo que me pasaba;

y así, esposo de mi vida

la virgen de la Montaña

es quien te ha dado salud

con su poder y su gracia

y quien desterró el mal

que a la tumba te llevaba;

pero tenemos que ir

a ver su santa casa,

en clase de peregrinos

para rendirle las gracias

y quedar una memoria

en su honra y alabanza;

y para que esta voz llegue

a tomar fama en la España,

he de mandar se publique

tan maravillosa hazaña,

que los españoles sepan

que tenemos en España

una fuente de virtudes

un mar de gloria y de gracia,

una imagen milagrosa,

la virgen de la Montaña,

que con su grande poder

a sus devotos ampara

y a todo aquel pecador

que con devoción la llama,

que es madre de pecadores,

conque cristianos, llamadla;

tengámosle devoción

a esta imagen tan santa,

y pedirle de corazón

nos ampare con su gracia

y que de su Hijo alcance

el perdón de nuestras almas.