Cáceres en sus piedras

LUZ SOBRE LA SEPULTURA

 

Una sepultura que suscitó la admiración de cuantos tuvieron la oportunidad de contemplarla, y consuelo de los que hicieron experiencia de averiguar lo que en verdad sucedió, fue aquella en la que enterraron a una monja, religiosa en el convento de santa Clara, de alta virtud y perfección, en la víspera del día de la Invención de la Cruz, un dos de mayo.

Isabel de Guzmán, procedente del Arroyo del Puerco (hoy, Arroyo de la Luz), era aún muy joven cuando ingresó y profesó en el citado monasterio cacereño al poco de que este edificio, tras veintiún años de unas obras que parecían eternizarse a causa de los muchos pleitos que hubo que litigar, abriera sus puertas en noviembre de 1614 a las primeras monjas que habían de habitarlo, procedentes del convento de santa Clara la Real de la villa de Toro.

Hasta trece novicias, procedentes de familias hidalgas de la villa de Cáceres y alrededores, aguardaban la llegada de estas fundadoras, y, entre ellas, se hallaba Isabel, quien en su renuncia del mundo destacó sobremanera por sus virtudes y ejemplo de espiritualidad.

 

Espadaña del convento de santa Clara

 

Tuvo una vida de ayunos y penitencia recluida entre las cuatro paredes de su celda, que solo abandonaba para rezar sus oraciones, postrada durante horas, delante de la cabeza entera de una de las once mil vírgenes.

 

Según la tradición, las once mil vírgenes fueron martires cristianas inglesas que en el siglo V acompañaron a la princesa Úrsula en su viaje a Roma. A su regreso, todas fueron capturadas por los ejércitos de Atila y cruelmente torturadas hasta la muerte por negarse a ofrecer su virginidad a los soldados. Pasados los siglos, sus reliquias se repartieron por monasterios y conventos de Europa, siendo muy veneradas por los muchos milagros y favores que concedieron.
Acerca de su controvertido número, en un documento de 922, se encontró, en referencia a santa Úrsula y sus compañeras, la siguiente inscripción latina: “Dei et sanctas Mariae ac ipsarum XI m virginum”. “XI m virginum” fue traducido erróneamente por once mil vírgenes, en lugar de once mártires vírgenes, coincidente más con la historia de la comitiva de estas mujeres.

 

Ésta era una reliquia donada por el noble cacereño don Fernando de Aldana, caballero de la orden de san Juan de Jerusalén, y depositada en el sagrario del altar mayor de la iglesia, para su culto y veneración. No se guarda ningún hecho extraordinario que pudiera haber sido causa de su presencia, si no es el que se narra, y se desconoce si aún sigue en manos de las religiosas.

Isabel de Guzmán fue llamada finalmente por la Parca para subir a los montes eternos de la Bienaventuranza, según cuenta la crónica, siendo el año de 1660. La misma crónica menciona que sus confesores y las demás hermanas clarisas, presentes en la ceremonia que se oficiaba en el humilde cementerio del convento, cuya cerca daba a las dos calles que se llaman de las Damas y la Fuente Nueva, quedaron maravillados…

…pues mientras caía la última palada de tierra sobre el cajón en que reposaba el cuerpo de la bendita, apareció ante sus ojos, surgida de la nada, una columna de luz, clara y suave, que durante algún tiempo irradió desde el montículo que cubría la sepultura hasta una altura que se perdía de la mirada. Todos lo tuvieron por especial favor de Dios en crédito de su sierva, porque a más que investigaron algunos, nadie supo dar cuenta del motivo de tan extraño y particular suceso.

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

MUÑOZ DE SAN PEDRO, MIGUEL. Sor Mariana de la Presentación, ejemplar clarisa cacereña.

SANTA CRUZ, fray JOSEPH DE. Chrónica de la Santa Provincia de San Miguel de la Orden de N. Seráfico Padre S. Francisco.

 

José Luis Hinojal Santos

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