Doña Juana de Moscoso y Becerra tomó hábitos en el desaparecido convento de la Concepción de Cáceres en 1651, procedente de su villa de origen, Badajoz, tomando por nombre sor Juana de la Madre de Dios. Al poco de ingresar, padeció una maligna enfermedad que le duró doce años, al término de los cuales quedó maltrecha y tullida hasta el grado que, en lo que restó de vida, era atendida en todas sus necesidades por varias hermanas.
De la vida, obra y milagros de sor Juana de la Madre de Dios guardó crónica el médico de la villa y confesor del convento don Alonso de Escalón, en un libro apenas conocido, que es el que aparece en las referencias.
Era apreciable este trabajo, por cuanto a sor Juana, en su larga penuria, se le salieron de sus junturas
…los huesos de tobillos, pies, rodillas;
…juego del cuerpo;
…hombros, codos, muñecas y dedos;
…y parecía a veces írsele la cabeza.
Las quijadas era necesario que manos ajenas le ayudasen a cerrarlas y hubieron días en que, por el contrario, había que abrirle la boca con mucha violencia para comulgar o comer. Todos sus nervios quedaron como anudados, y a cada movimiento el dolor crecía hasta desesperar, quedándose postrada en cama con llagas que, finalmente, ocultaron toda su piel…

En definitiva, fueron tales y tantos sus sufrimientos, que en su padecimiento daba gracias a Dios porque le fuera posible tolerarlos, y a quienes la asistían, entre gritos y lamentos, les dijo en más de una ocasión:
– ¡Dejénme, madres, que bien estoy en mi muladar! Mi cuerpo es la ciudad de Jerusalén, que no ha de quedar piedra sobre piedra.
No obstante la fatalidad, hasta su muerte en 1685, tuvo fuerzas y piedad para rezar e interceder por quienes a su conocimiento, en la soledad húmeda y lúgubre de su celda, llegaban noticias de haber sido abandonados por los médicos, desesperanzados después de aplicarles sin efectos los remedios al uso.
Sor Juana presumía que Jesucristo, con quien mantenía coloquios en los momentos más intensos de sus crisis, le concedía el don de mutar el mal ajeno en el suyo propio, y ante la más ligera sospecha de este beneficio, oraba por el moribundo de turno porque su suerte, el mal de que adoleciera, pasara a su cuerpo. Esta virtud la tenían por milagrosa, y son varios los episodios que se atribuyeron a la monja, de personas que sanaron por sus oraciones y sus desvelos.
Se cuenta que, en cierta ocasión, un conocido suyo padeció unas espantosas tercianas, que agravaron a mortales luego de mostrarse ineficaces cuantos cuidados y remedios a base de sangrías y otras recetas le practicaron los médicos.
Las tercianas y las cuartanas, en aquellos tiempos, eran endémicas en la villa de Cáceres, principalmente por los malos aires debidos a la ausencia de aseo y sanidad de las calles, la mayoría sin acerar y verdaderos depósitos de inmundicias donde se tiraban desde las casas deposiciones, orines y todo tipo de desperdicios. Eran unas calenturas, con fiebres altas, escalofríos y sudores, que se presentaban cada tres (tercianas) o cuatros días (cuartanas) y de las que no se conocía cura alguna, hasta entrado el siglo XVII.
El enfermo moría y de su destino se dio nueva a sor Juana, quien mostró mucha preocupación y pesar. Sintióse débil de fuerzas para soportar en ella la enfermedad y los continuos y graves achaques del caballero, por lo que se hallaba inoportunamente renuente a rogar a Dios que la pusiera en su lugar.
Aun así, su confesor da noticia de que Jesucristo escuchó esta silenciosa y temerosa plegaria y no quiso negarla el consuelo:
– Si quieres padecer la enfermedad por el sujeto de tu obligación, aunque te halles sin fuerzas naturales, yo te las daré sobrenaturales.
La madre aceptó caritativa y humilde y, al instante, le dieron las primeras fuertes calenturas que la dejaron maltrecha por días y noches. Al cabo de ellos, sus penas conmutaron y el caballero, gracias a ellas, mejoró y sanó, siendo novedad y admiración de todos aquellos que conocían su mal y el poco consuelo que habían mostrado sobre su improbable mejoría.
FUENTES:
ESCALÓN, ALONSO DE. Historia miscelánea de la vida de sor Juana de la Madre de Dios, religiosa en el convento de descalzas de la Purísima Concepción en la villa de Cáceres, diócesis de Coria.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
Añadir comentario