Cáceres en sus piedras

LA HIERBA DE LOS HECHICEROS

 

Poco se sabe de las pócimas y otros ungüentos que utilizaban las hechiceras cacereñas que ejercían en la villa. Diría más: poco o nada se sabe que hubiera hechiceras en Cáceres. Pero, como en la mayoría de lugares…

– ¡Haberlas hubo!

Solo que sus nombres pasaron al olvido porque se ocultaron al largo brazo de la Inquisición. Aún así, alguna tuvo que pasar por las cárceles secretas del Santo Oficio (leer Hechiceras en la villa de Cáceres) y ver su sambenito colgado en las paredes de la iglesia de santa María.

Siguiendo con el tema iniciado de los ingredientes, éstos eran variados, y todos se encontraban con mayor o menor dificultad en la naturaleza, no muy lejos de la población. Había una estrecha comunión entre las artes hechiceriles de la zona con lo que podían ofrecer específicamente los montes y campos de alrededor, ya fueran minerales, partes de animales que podían cazarse fácilmente o hierbas. Todos con sus virtudes y obtenidos siguiendo las indicaciones que se transmitían oralmente de las más viejas a las más jóvenes, para que el remedio del que formarían parte tuviera el efecto deseado. Es así, que algunos compuestos de aquellas pócimas o ungüentos debían ser recogidos, las más de las veces,

‘ en determinados momentos del día o de la noche,

‘ bajo ciertos auspicios o circunstancias,

‘ y por mano experta y precisa.

La elaboración tenía su ritual, para no dejar nada al arbitrio, en ocasiones acompañado de unas palabras apropiadas pronunciadas a modo de oración, aunque algo de puesta en escena también ayudaba. Luego, el resultado era un bebedizo, un apósito, un amuleto o sencillamente el cliente entraba en un estado de fascinación tal que podía conseguir, con la ayuda, su oscuro propósito.

Servían para muchos menesteres estos preparados, la mayoría para curar enfermedades, y por este motivo, las hechiceras, que en puridad formaban parte del vecindario, eran queridas y respetadas, pues se daban frecuentes casos en que enfermos desahuciados por los médicos, como último recurso acudían a ellas a dejarse en manos de tales arcanos remedios… y como no fueron flor de un día, se presume que sus artes daban frecuentes y felices resultados.

Luego estaba el uso para satisfacer deseos menos benignos, ya que

‘ el miedo,

‘ la envidia,

‘ la venganza,

también llevaban a algunos a solicitar sus servicios para procurar males de ojo, retiradas de leche, etc; en definitiva,

‘ procurar la desgracia en otros.

En la villa de Cáceres, como en lugares cercanos de su geografía, se hacían las llamadas pócimas del amor, los quereles, que habrá quien piense que perseguían beneficios, pero la realidad era otra. De surtir el ansiado efecto, la víctima quedaba para mucho tiempo reducida a un esclavo cegado y enamorado de quien le había siquiera rozado estando en el estado de fascinación en que le había dejado la hechicera de turno.

Los quereles se elaboraban de noche, aprovechando el influjo de una luna creciente. En el cuenco se machacaban y mezclaban piel de lagarto y tripas de sapo secados previamente al Sol. Terminado el ungüento, con algunas otras extraordinarias sustancias, la persona que había buscado estos servicios se untaba las manos y quedaba a la espera de aprovechar la primera oportunidad que se le presentase para tocar cualquier parte del o de la pretendida. Al parecer, éste o ésta cedían de inmediato a sus efectos y les asaltaba un inevitable, apasionado y obsesivo amor hacia el artífice del engaño.

De los minerales, sobresalía el uso del azogue, o mercurio. De los animales, se experimentaban efectos prodigiosos usando, en forma debida y a modo de ejemplos, de

‘ huesos de pie de sapo limpios de carne;

‘ piedras alojadas en la vejiga de un toro;

‘ hígados de ranas cogidas en noches de luna menguante de marzo;

‘ o testículos de gato negro nacido igualmente en marzo y quitados justo al año siguiente, los cuales invariablemente debían ser machacados y disueltos en agua de cerezas negras.

Entre todas las hierbas sobresalía la Carolina, conocida como la hierba de los hechiceros. Con ella se preparaban filtros amorosos, pero, en la urgencia de una necesidad, se echaba mano de ella para otros usos. Se cuenta que en el año de la gran epidemia de la peste que aquejó a la villa de Cáceres en 1665,

‘ a pesar de que el Concejo cerró las puertas de la Consolación y de Barrionuevo para aislar la población del exterior

‘ a pesar de que los pocos médicos y cirujanos hicieron lo suyo, aun viéndose desbordados,

‘ a pesar de que se buscó la intercesión de la virgen de la Montaña para aplacar el mal,

el castigo de Dios llevó a la sepultura a más de ochocientas personas, y unos, en su insuperable temor a un inminente contagio, recurrieron al oficio pagano y demonizado por la Iglesia de las hechiceras, quienes ofrecieron un remedio, una receta cuya composición se basaba en

‘ raíces de la mencionada hierba de los hechiceros, o Carolina;

‘ raíces de Imperatoria; y

‘ rizoma de la más rara Galanga, también llamada jengibre azul.

Contaban que masticando este elixir se preservaba de la letal enfermedad, con la sola precaución, no poca, de que no se tragase la saliva, pues, de hacerlo, la pestilencia emanada sería peor que la propia peste.

Parece que su eficacia fue tal que algunos médicos se admiraron de ello, y no menospreciaron el remedio; otros seguían pensando que sus efectos eran por

‘ ¡pactos del demonio!

 

FOTO DE CABECERA: Gárgola del palacio de Golfines de Abajo.

 

FUENTES:

ESPINO, ISRAEL J. Blog online blogs.hoy.es/extremadurasecreta.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

SUÁREZ DE RIBERA, FRANCISCO. Medicina Ilustrada, Chymica observada, o Theatros Pharmacologicos, medico practicos, Chymico-Galenicos. 

 

José Luis Hinojal Santos

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