Se hizo costumbre por parte de algunos, hace un par de décadas de ello, en comentar a los cuatro vientos que en la plaza de san Jorge siglos atrás se quemaron mujeres acusadas de practicar la brujería en Cáceres. Imaginaban un lugar preparado para hacerlo digno de un Auto de Fe, y después del consabido paseo infamante desde el, por entonces en las afueras de la villa, convento de la orden de los dominicos, allí esperaban impacientes los leños debidamente amontonados en piras para purificar la carne que iba a alimentar las hogueras.
– ¡Erizante! – pensaban unos.
– ¡Fascinante! – gritaban otros, impactados reviviendo en sus mentes el espectáculo a los pies de la iglesia de san Francisco Javier.
Tal historia amenazaba con convertirse en una leyenda de boca en boca, de generación a generación, con dosis de macabra realidad en el escenario de la historia más oscura de la vieja villa. Tremendo que se hubieran vivido tales episodios en el corazón mismo del Intramuro.
No obstante…
Hay una estrecha frontera que separa la leyenda de cualquier fabulación, y esa línea divisoria la marca el folklore, que da una relectura a la historia y a las historias que la dan sentido, cosiendo las impurezas de la ignorancia a base de creencias y supersticiones locales. Las leyendas no mienten: pulen, embellecen, completan…
Afortunadamente, aquella costumbre fue lentamente apagándose, tal como apareció, en los ecos de los mentideros y en las mentes de quienes pretendían con ello ofrecer una nueva y sugerente propuesta para visitar esta bella ciudad. Se apagó,
‘ cuando el éxito de la película 1492, origen del bulo, quedó en las cenizas del quinto centenario. En ella aparece la escena que dio pábulo a los calenturientos. Cosas del cine americano, bastante despreocupado en afianzar criterios históricos,
‘ Porque la plaza de san Jorge fue una invención nacida a mediados del siglo XX…
‘ porque en los tiempos de la sinrazón y de las hogueras aún no se habían levantado la iglesia y el seminario jesuitas, hoy de san Francisco Javier…
‘ porque en Cáceres no se celebraban Autos de Fe, sino en la lejana Llerena…
‘ porque en la lejana Llerena nunca se quemaron brujas…
‘ ni hubo bruja cacereña que parara por las cárceles secretas del tribunal de la Inquisición de Llerena…
‘ ni se colgó sambenito alguno en la iglesia de santa María por brujería, sino por hechicería.
Brujas sí hubo, pero eran otras brujas, más modernas, demonizadas por las supersticiones y los miedos locales entrado el siglo XIX, pero ya no perseguidas por tribunal al uso, mucho menos arrojadas a otras hogueras que no fueran las brasas que incendiaban en pánico o el menosprecio de sus paisanos.
No obstante…
Me detendré, para no prosaizar en exceso el contenido de la entrada, en un personaje silenciado en las crónicas locales, que debió nacer sobre 1560 en la vecina casa de los Becerra, aquella cuya perfecta fachada mira a la hoy plaza de san Jorge. Es, posiblemente, el renglón más torcido de la historia de Cáceres, e, incluso, de los más de España, inevitable cuando se alude a Inquisición, brujas y hogueras.
El cacereño Alonso Becerra Holguín.
Monje con hábito alcantarino, a la sazón se hallaba en Logroño a comienzos del siglo XVII como Inquisidor Mayor del tribunal de la Santa Inquisición. De carácter destemplado y violento, áspero en el trato y en el gesto, fue, junto a Juan Valle Alvarado, responsable del triste y disparatado proceso que tuvo lugar en dicho tribunal los días 7 y 8 de diciembre de 1610, el más sonoro de los que realizó el Santo Oficio español, y de los Autos de Fe allí celebrados contra 53 personas, de un total de más de trescientas acusadas de brujería, hechicería y de participar en aquelarres en la zona de Zugarramurdi, en Navarra.
Once mujeres fueron finalmente quemadas, para regocijo de nuestro personaje, que creía con éxtasis iluminado en la existencia de brujas, vuelos nocturnos, metamorfosis y machos cabríos, y con la excusa de cumplir con exquisito celo sus deberes pastorales dio por buenas las dos jornadas de juicio sin tomar en cuenta de que todo lo declarado había sido
‘ producto del miedo e ilusión colectivos
‘ y de los habituales métodos inquisitoriales de tortura.
Junto a los dos referidos personajes, firmó igualmente la condena Alonso de Salazar y Frías, que tras lo acontecido en el proceso de las brujas de Zugarramurdi, se arrepintió y convenció a la Suprema de la Inquisición de que en adelante se abstuviera de quemar personas acusadas de brujería, lo que se logró a partir de 1614. Escribió:
“Volar a cada paso una persona por el aire, andar cien leguas en una hora, salir una mujer por donde no cabe una mosca, hacer invisible a los presentes, no mojarse en el río ni en el mar, estar a un tiempo en la cama y en el aquelarre, luchar las imágenes como personas sensibles, las apariciones continuas que han tenido de Nuestra Señora y que cada bruja vuelva en la figura que se le antoja y alguna vez en cuerpo o en mosca con lo demás referido, es superior a cualquier discurso”.
FOTO DE CABECERA: Iglesia de san Francisco Javier.
FUENTE:
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
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