Cáceres en sus piedras

LA APRENDIZ DE BRUJA

 

Sucedió en el Cáceres del primer tercio del siglo XIX…

Una fría y despejada anochecida, Mónica Rega se lanzó al vacío desde una ventana, asustando a más de un vecino, que a esa hora no esperaba tal alboroto:

– ¡A Barahona! – vociferó en el aire, agarrada como una posesa a una escoba de brezo.

Al grito le siguió al instante el sonido de un cuerpo golpeando pesadamente el suelo del patio interior de su casa en la calle Barrionuevo. Y suerte tuvo, pues la dama quedó quebrada, pero viva, del insólito percance. Al final, en lo tocante a ella, lo de Barahona, fuera lo que creyera que fuera, acabó en varapalo, muchas fracturas

‘ y una insultante frustración dibujada en su magullado rostro.

En los días que siguieron, el asombroso asunto de Mónica Rega fue feliz comidilla de los hilarantes chascarrillos que sus paisanos disfrutaron a costa suya y del tamaño disparate que había protagonizado en su despropósito deseo de ser

‘ ¡una bruja!

Pues de eso se trataba, para lo que se había estado preparando paciente y discretamente de un tiempo atrás hasta el infame episodio. De ser una bruja de las de verdad, de las de coger una escoba y volar por las noches en busca de lo que sea que buscara cualquier nigromante.

Los mentideros se mantuvieron ocupados durante algún tiempo, desollando la hasta entonces incólume honra de la señora, dejándola al raso donde florece fácilmente la maledicencia, la humillación y el reirse a costa del mal o la estupidez ajenos. Al son de comentarios, certezas, rumores e invenciones, no pasó día que no apareciera una primicia que acaparara las informales reuniones y le diera al promotor de la nueva un efímero momento de notoriedad.

De esta manera, se fue componiendo la historia de lo acontecido a la ociosa sobrina del abogado y archiconocido Andrés Rega de san Juan, otrora protagonista asimismo de ciertas veleidades que dieron mucho que hablar en la aburrida villa, sobre todo aquellas en las que se hizo pasar por fantasma, embutido en una sábana blanca y dando estremecedores aullidos a través de un canuto, con el ánimo de despejar por las noches cierta calle donde vivía una dama a la que cortejaba.

 

Don Andrés Rega de san Juan fue, además de abogado, un gran vividor, bastante mujeriego. De él se recuerdan algunas anécdotas, siendo la más conocida la de rondar algunas noches las calles cacereñas del primer tercio de aquel siglo XIX vestido de aullón, para espantar a sus paisanos y obtener como premio la virtud de alguna señora o doncella.

 

– ¡Es cosa de la sangre, esto de la señá Rega…! – sentenció el vulgo, escupiendo al suelo con desdén más de uno.

He aquí lo que se supo, o mal supo según lo vea cada cual:

A doña Mónica, perturbada mentalmente, le vino cierto día el extraordinario, irresistible deseo de convertirse en bruja, e ir por ahí repartiendo potingues, bebedizos y otras magias a quien demandara sus servicios, cuando no echar el mal de ojo con solo realizar un guiño, retirar la leche con cualquier ensalmo o surcar los aires montada en una escoba.

No habiendo manuales ni dónde aprender por cuenta propia, decidió ponerse en manos de quien creía ya bruja consagrada, o al menos experta conocedora de tales artes al juzgar de las malas lenguas de las que se había hecho interesadamente eco. Ante ella se presentó una mujer a la que llamaban la Aragonesa, quien nada más verla aguzó en extremo el ojo ante su cara angelical y bobalicona. Sabiéndola señora de muchos dineros y pocas entendederas, no le desmontó la falsa creencia que tenía acerca de sus dotes y la tomó de aprendiz para, a su costa y generosidad, ir recogiendo los alegres reales con el que la Rega premiaba sus enseñanzas.

Después de semana de instrucciones, consejos y otros inventos que se le ocurrían al hilo, la Aragonesa no pudo alargar más el entuerto sin levantar las sospechas de la ingenua aprendiz, y la consideró solemnemente preparada para el dudoso honor de tenerse por bruja. Y la misma noche en que recibió la feliz noticia, a una impaciente Mónica Rega se le nubló definitivamente el pensamiento, y en la soledad de su habitación

‘ se desnudó y quedó tal como vino al mundo,

‘ se untó de grasa el cuerpo,

‘ agarró con pasión la escoba de brezo

‘ y montada en ella se arrojó confiada al vacío por la ventana, vociferando:

– ¡A Barahona!

Con el ya sabido resultado.

Ni los más sesudos e imaginativos contertulios pudieron aventurar siquiera qué extraño y esotérico significado encerraban aquellas palabras que habían retumbado en los oídos de los adormecidos vecinos en medio del silencio y la oscuridad de la noche. Se hizo esperar lo suyo, mientras el resto iba desvelándose, hasta que alguien, algún forastero, aclaró

‘ que Barahona era un sitio de los lejanos campos de Soria, en los que el gremio de las brujas celebraba frecuentes aquelarres. Allí deseaba acudir Mónica Rega, para ser ungida definitivamente de la dignidad brujeril. Y si bien su cuerpo quedó postrado en cama por la implacable realidad, en su perturbada mente es probable que el iniciado vuelo llegara a su destino.

 

FOTO DE CABECERA: Panorámica de Cáceres.

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.  

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Supersticiones extremeñas.

 

José Luis Hinojal Santos

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