Cáceres en sus piedras

HISTORIA DE UNA EXCOMUNIÓN

 

A Juan Segura le perseguían los alguaciles de la villa de Cáceres con el ánimo de prenderle y llevarle tan pronto dieran con aquel a la justicia. Otro tanto hacían los vecinos, con el mismo deseo de conocer su paradero y satisfacer su sed de venganza con un apaciguante linchamiento.

Aquella calurosa mañana primaveral de 1543, poco esperaba Juan Segura que cruzara sus pasos con aquel hombre; que discutiera con él por un quítame allá esas pajas cualquiera; que las voces fueran a mayores y lo matara en un mal contenido arrebato.

Aparecieron las navajas y…

¡Ni siquiera sabía su nombre, maldita sea!

El cuerpo del extraño quedó tendido en el suelo, encima de un charco de sangre alimentado por las heridas abiertas de tanto navajazo que había recibido.

Juan Segura quedó, por unos instantes, sumido en una paralizante e incrédula perplejidad tras el ensañamiento, inconscientemente maravillado de la palidez que iba marcándose en el rostro del cadáver. Salió del letargo cuando escuchó aproximarse desde lo lejos a alguien. Y huyó.

– ¡Han matado a Gemio! ¡Han matado a Gemio! – oyó gritar Juan Segura a sus espaldas -. Un forastero ha matado a Gemio…

Con la angustia dibujada en su rostro y la sangre del desconocido Gemio mezclándose en sus manos con su propio sudor, el asesino apretó el paso buscando a la desesperada cualquier escondrijo donde no le encontraran y esperar la complicidad de la noche para escapar lo más distanciado posible de aquella población.

Pero era forastero y no sabía de lugares apropiados a su urgencia. Así como vio aquel monasterio de las afueras de Cáceres, no dudó en llegar allí y aporrear nervioso y con fuerza la puerta.

– Padres, busco refugio a sagrado – les espetó con voz trémula.

Los frailes del convento de san Francisco el Real se persignaron temerosos ante el sobresaltado Juan Segura, pero le dejaron pasar sin conocer las causas que le habían obligado a tal petición, si bien alguno pudiera imaginarlas observando sus polvorientas y ensangrentadas ropas.

 

Desde antiguo existió la costumbre de acogerse a sagrado. Los templos, monasterios y cementerios parroquiales se consideraban inviolables y la Iglesia concedía asilo, dentro de esos espacios, a quienes, sin haber cometido delitos graves, eran perseguidos por alguaciles y otros miembros de la autoridad civil. Por cuenta de ello, se aseguraba el respeto a dichos lugares e, igualmente, se manifestaba la omnipotencia de Dios a través del ministerio del perdón de los pecados.

 

Supieron los alguaciles buscar y encontrar el refugio de la mala sabandija. Siguieron bien sus pasos… o la sangre del muerto que exudaban las manos del criminal. Así, ante la misma puerta a la que minutos antes había aporreado el perseguido, se personaron los perseguidores y gritaron a los de dentro:

– ¡Abran a la justicia!

¿Qué justicia? En aquellos años convivían dos justicias. Y en el interior del monasterio, la que representaban los alguaciles no alcanzaba.

No atendieron los franciscanos la petición y se negaron con ello a entregar a Juan Segura, al menos hasta que la alta jerarquía eclesiástica se pronunciase. Mientras tanto, junto a las autoridades se iban congregando a la entrada del lugar vecinos con los ánimos cada vez más alterados. Hasta que, al fin, llegó el Corregidor de la villa, don Alonso del Castillo. Este aporreó de nuevo la madera:

– ¡Abran al Corregidor!

¡Quiá! Los monjes volvieron a negarse. Estaban en su derecho, pero de eso no quiso entender la maltratada estima del edil, máxime delante de sus airados paisanos. Y lo que hubiera sido lo apropiado, pedir y esperar el permiso del estamento eclesiástico, don Alonso torció el gesto, arengó a la concurrencia, y acto seguido a sus últimas palabras, todos a una, derribaron las puertas del monasterio, entrando precipitadamente.

Con estas, ya no importaba ni el asesino ni el asesinado. ¡Con la Iglesia habían topado! Bien pudieron guardar los temerosos frailes a Juan Segura, aun con riesgo de sus vidas, pues se desconoce cómo salió del aprieto el tal sujeto,

‘ si es que salió.

Es lo mismo que su cuerpo cimbrease finalmente al viento sujeto a una soga en la Peña Redonda, si bien se sabe que encomendó misas para la salvación de su alma,…

‘ …porque del episodio, se inició un proceso por el que, tanto Corregidor y regidores del Concejo como vecinos personados en auxilio de su justicia, salieron excomulgados y anatemizados por el entonces obispo de Coria, Francisco de Mendoza y Bobadilla, que no permitió la alevosa actitud de los próceres cacereños y sus acólitos.

 

FOTO DE CABECERA: Panorámica del barrio de las Tenerías de Cáceres.

 

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.  

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.

RUBIO ROJAS, ANTONIO. Resumen de Historia Local.

José Luis Hinojal Santos

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