Cuenta el doctor Francisco Suárez de Ribera que, recién llegado a Cáceres sobre el año 1722 para ocupar su puesto de médico, uno de sus primeros casos en la villa, del que tuvo conocimiento por casualidad, fue el de un lugareño al que habían desahuciado sus colegas por endemoniado.
El enfermo en cuestión un día quedó postrado en el lecho, aquejado de un grave malestar. Avisado, en su casa se personó uno de los anteriores galenos de la población, quien nada más verle dictaminó que su mal procedía de un dolor de costado. Sin más investigación del caso, convencido como estaba de su buen ojo clínico, le aplicó el remedio oportuno, un bálsamo de calabaza colocando una hoja de berza caliente sobre el lado, además de solicitar del paciente que ingiriera diariamente, hasta nuevo examen, una dosis del llamado Elixir para curar el dolor de costado.
ELIXIR PARA CURAR EL DOLOR DE COSTADO (Receta del siglo XVIII de un médico de la villa de Cáceres)
Ingredientes: estiércol de caballo reciente mezclado en agua de cardo santo durante cuatro horas a ceniza caliente; filtrado y disuelto en un preparado con dientes de jabalí, coral rubro y jarabe de amapolas.
Pasadas unas jornadas, en el sujeto la dolencia no solo no mejoró, sino que los accidentes crecieron y amenazaban con llevarle a la sepultura. Retorcía todo su cuerpo encima de la cama, acuciado con dolores y espasmos, y negaba toda comida. Asombrado de ello, el pretérito médico juzgó que la causa del empeoramiento excedía del entendimiento humano, al menos del suyo, por lo que comunicó a los desconsolados parientes que al pobre hombre le habría entrado en el cuerpo
‘ un demonio.
Entretanto los citados parientes recurrían a un socorrido exorcismo, llegó el caso a oídos del nuevo médico Suárez de Ribera, que, arreciada su curiosidad por un caso que supuso extraordinario en su práctica, quiso tener conocimiento en persona de lo que acontecía al que se tenía por endemoniado. Y en la casa del energúmeno se presentó un buen día.
Entró en los aposentos donde yacía el enfermo, quien efectivamente parecía un condenado de tantas convulsiones que sufría. La habitación ya estaba adornada con velas y palmas bendecidas, y los presentes entre oraciones. El médico les solicitó que abandonaran la habitación para mejor proceder en el ejercicio de su oficio, y…
El enfermo salió, con tal fortuna, airoso del trance, pues tan pronto como tuvo oportunidad don Francisco en someterle a un minucioso examen, pasados unos minutos reunió a la familia y les comunicó su parecer:
– ¡Lombrices!
Todos se miraron a una, a cual más sorprendido, sin creer alguno lo que había escuchado de la boca del joven, que repitió serenamente:
– ¡El demonio… son lombrices!
Así pues, cambiaron el agua bendita por un preparado a base de mercurio crudo en polvo, receta con la que, según el nuevo dictamen, sanaría el “endemoniado”.
Pero las gentes tenían sus creencias y supersticiones, y solían confiar por igual en otros remedios menos empíricos, tales como acudir a un ensalmador, persona que curaba con ciertos artificios y oraciones. Para estos casos de lombrices, éste
‘ medía la altura del enfermo con un hilo,
‘ para luego cortarlo en trozos
‘ en tanto recitaba ensalmos.
Los pedazos los untaba en agua y, luego, trazaba con ellos cruces en el vientre del enfermo, de quien se desconoce cómo acabó del extraño asunto.
FOTO DE CABECERA: Detalle del friso de la portada de la parroquia de san Mateo de Cáceres.
FUENTES:
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
SUÁREZ DE RIBERA, FRANCISCO. Tesoro médico u observaciones medicinales reflexionadas.
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