En la vieja villa de Cáceres hubo muchas reliquias de santo o de persona bendecida, de alguna de las cuales cuentan las crónicas fascinantes prodigios y sanaciones que causaron admiración en la época, allí donde frecuentemente los médicos desahuciaban a los enfermos.
Tales reliquias fueron de uso común cuando la iglesia introdujo, en la Edad Media, la tradición de consagrar los templos con ellas o cualquier otro objeto sagrado. Esta costumbre se generalizó a ermitas y conventos, y muy pronto la nobleza deseó adquirir estas piezas para magnificar el linaje y su poder.
Antaño en Cáceres convivían apretadamente más de medio centenar de edificios religiosos y, además, las familias hidalgas eran excepcionalmente numerosas. Por tales motivos, la llegada y disfrute de reliquias, ya fueran pequeños trozos de huesos de santos y de personas muertas en olor de santidad o de objetos que habían estado, en vida, en contacto con ellos, se hizo como en ningún otro sitio de Castilla.
La religiosidad,
la superchería,
la superstición
hicieron el resto…
A algunos de estos fragmentos las creencias populares los dotaron del poder de curar enfermedades y otros males, y se sucedieron episodios de sanaciones ciertamente extraordinarias, que se unían a los milagros que se atribuyeron a los cristos y vírgenes que se veneraban en Cáceres, o a frailes y monjas bendecidas con la gracia de Dios.
Las reliquias y los objetos venerados de religiosos de que se tienen noticias fueron
‘ dos trozos del Lignum Vere Crucis, o madero de la cruz en que murió Jesús de Nazaret. El más importante de ambos se veneraba en una capilla construida en el patio central de la casa de los duques de Abrantes, en la plaza del Duque, llamada de la Santa Cruz, levantada por Francisco de Carvajal y Sande. Un tío suyo, Bernardino López de Carvajal, cardenal en Roma, la extrajo ocultamente del Vaticano, y se cuenta que el papa León X, enterado de ello, para evitar la excomunión del prelado, le obligó en penitencia a levantar siete ermitas a su cuenta en la villa de Cáceres, cosa que hizo el cacereño. La capilla de la Excomunión, como así es llamada popularmente, fue lugar de peregrinación hasta que, entrados en el siglo XX, una descendiente de la familia se la llevó a Madrid, desapareciendo su rastro.
Las siete ermitas que la tradición atribuye que se levantaron por mediación de Bernardino López de Carvajal para evitar su excomunión serían las de San Blas, Santo Vito, de los Mártires, San Marquino, San Bartolomé, San Antón y de las Candelas.
‘ fragmentos óseos de san Maximiliano Mártir;
‘ de san Pablo apóstol, en el convento de san Pablo, de cuya existencia solo nos hablan los documentos, hoy desaparecida;
‘ de san Bartolomé, en la iglesia de san Juan, regalo de un tal Diego Maderuelo, religioso que la trajo de Salamanca en el siglo XVII, hoy desaparecida;
‘ de san Blas, única que, junto al segundo de los trozos del Lignum Vere Crucis, aún se halla en Cáceres, en la ermita, hoy iglesia, de su advocación;
‘ de san Francisco Javier, traída por los jesuitas en 1755, se desconoce el paradero;
‘ de santa Gema, en la iglesia de san Juan, obsequio de una familia madrileña no hace mucho;
‘ de san Benito, cuyos milagros y prodigios iniciaron una abundante peregrinación durante los siglos XVI a XVIII, hoy un lejano recuerdo. Junto a la imagen de san Benito el viejo, la reliquia fue mediadora de curaciones milagrosas y del éxito de los exorcismos practicados en, al menos, cuatro mujeres;
‘ la calavera de fray Pedro Ferrer, en el monasterio de san Francisco el Real (hoy sala de exposiciones El Broncense) que él mismo fundó burlando los fueros de Cáceres por obra de un milagro. Por dicho cráneo se hizo costumbre pasar agua para, bebiéndola, los enfermos curaban milagrosamente de las mortales tercianas;
‘ otra calavera, de una doncella de las once mil vírgenes, guardada en el sagrario del convento de santa Clara ante el que rezaba sus oraciones sor Isabel de Guzmán hasta su muerte en 1660. Durante su entierro en el cementerio conventual surgió de la nada una formidable columna de luz que irradió desde la sepultura hasta una altura que se perdía de la mirada;
‘ el decenario de fray Juan de San Diego, monje franciscano que a mediados del siglo XVII fue conocido y requerido por sus milagros y profecías, en posesión de la familia de los Perero. Viejas leyendas hablan que curaba la demencia;
‘ el trozo de estameña de sor Mariana Francisca de los Ángeles, religiosa carmelita descalza fundadora del convento de Santa Teresa de Madrid, en posesión de los condes de la Quinta de la Enjarada. En 1698, en tocando el vientre de la desahuciada noble María Josefa de Alencastre y Noroña obró el milagro de salvarla de una pronta e inevitable muerte, así como la del hijo que ésta esperaba. Años después, el vástago, José de Carvajal y Lancaster, sería presidente del Consejo de Indias y ministro de Estado bajo el reinado de Fernando VI;
‘ y una medida y cenizas de la cocina santa del monasterio de nuestra señora de Valvanera, traídas de las lejanas tierras de la Rioja por la beata María de Jesús. Suscitaron tal devoción entre los cacereños en el siglo XVII, que se decía que cuando los remedios aplicados por los médicos de la villa no surtían efecto, éstos mismos aconsejaban a los familiares de sus pacientes que pidieran favor a aquella virgen a través de la ceniza de la cocina santa traída de su santuario.
Foto de cabecera:
Imagen de la Virgen del Socorro en una hornacina del muro lateral de la casa de los condes de Trespalacios.
Fuentes:
CORRALES GAITÁN, ALONSO J. Cáceres: tierra de reliquias.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
MADRE DE DIOS, fray ALONSO DE LA. Vida histórico-panegírica de la Venerable Madre y Penitentissima Virgen Mariana Francisca de los Ángeles.
MECOLAETA, fray DIEGO. Vida y milagros del Glorioso Patriarca de los monges San Benito. Libro II.
SANTA CRUZ, fray JOSEPH DE. Chronica de la Santa Provincia de San Miguel de la Orden de N. Seráfico Padre S. Francisco.
SYLVA Y PACHECO, fray DIEGO DE. Historia de la imagen sagrada de María Santissima de Valvanera.
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