Cáceres en sus piedras

LA RESURRECCIÓN DE JOAQUÍN DE OVANDO

 

Viajamos a 1666…

A la corta edad de quince meses, Joaquín José de Ovando y Ulloa aprovechó un descuido de la ama encargada de su cuidado y crianza, y sin atisbar el mal que tenía enfrente mientras jugaba, en un lance cayó al patio desde la planta de arriba del palacio donde vivía, el construido por sus antepasados los Ovando en la plaza de santa María.

El golpe fue fatal, y como consecuencia del percance y de la fragilidad de su cuerpo, quedó maltrecho a juicio de cuantos llegaron corriendo en su auxilio. Médicos y cirujanos de la villa se personaron enseguida en la noble casa y le aplicaron todo tipo de remedios, más por satisfacer a los compungidos padres que por creer que cabía la posibilidad de que pudieran salvarlo, pues atisbaron, al solo ver sus heridas, que resultarían inútiles.

Francisco Pérez Cabezón, el sacerdote de la cercana iglesia de santa María, fue avisado y le administró los Santos Sacramentos:

– Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén.

Finalmente, los médicos pusieron en conocimiento de los destrozados progenitores la desgraciada noticia de que el niño estaba

‘ muerto.

Escenas de un profundo dolor se sucedieron. La afligida madre, Juana María de Ulloa, prorrumpió en desconsolados sollozos, y no pudiendo contener el arrebato, gritó a los presentes:

– ¡Llamen a fray Juan…! ¡Que venga de nuevo el padre!

Fray Juan de San Diego era un monje del cercano monasterio de san Francisco, que a mediados del siglo XVII se dio a conocer en la villa por sus milagros y profecías. De ello sabía en persona doña Juana, pues estando en un difícil aprieto durante el parto de Joaquín, que amenazaba con su vida y la de su hijo, llamó al punto al fraile que obró el prodigio de salvarles de una segura muerte. Pero en esta ocasión…

¡El niño había muerto!

Nada se podía hacer ya. No obstante, a la incredulidad general, respondió la mujer con renovadas fuerzas, presa de una enloquecida esperanza:

– Llámenme al punto a fray Juan de San Diego, para que resucite a mi Hijo; que pues tiene virtud para librar a tantos de la muerte, también la tendrá para restituir a mi hijo a la vida.

‘ Por sus oraciones yo le concebí en mis entrañas,

‘ por sus merecimientos le parí vivo,

‘ y por sus ruegos espero verlo resucitado.

 

Las palabras del lamento de doña Juana María de Ulloa y Golfín se transcriben tal como aparecen recogidas en la crónica de Soto y Marne.

 

Médico, cirujano, padre, criados… Se miraban unos a otros, desgarrados sus corazones por la arrebatadora esperanza de la madre.

¡El niño había muerto!

Fueron a buscar, no obstante su incredulidad, al fraile y cuando este llegó, en tanto vio el cuerpo yacente de Joaquín José, se retiró a orar en silencio en un aposento aparte, postrado en el suelo.

Mientras duraron sus rogativas, siguiendo las costumbres, al niño

‘ le adecentaron y lavaron;

‘ cubrieron su cuerpo con un sudario de lino;

‘ encendieron los cirios del sepelio;

‘ las rezadoras comenzaron su interminable murmullo de oraciones.

‘ Esperaron los preparativos del cortejo parientes, hermanos cofrades, vecinos cercanos;

‘ esperaron los pobres recibir para sus hijos vestidos del difunto.

Luego que terminó tras un tiempo que pareció sin fin, fray Juan de San Diego fue adonde velaban de tal manera el cadáver. La multitud presente al verle en una actitud extática guardó un expectante silencio. A la cabecera del lecho, el franciscano pronunció con dulce y firme voz el nombre del infante:

– ¡Joaquín…!

En ese mismo momento, ante la admiración de la concurrencia, que prorrumpió en alabanzas, llantos de alegría y gritos que clamaban el milagro, el infante abrió los ojos, separó de su cuerpo el sudario bajo el que yacía y se levantó del lecho haciendo chisporrotear las luces de los cirios,

‘ tan sano como antes de la caída.

 

FOTO DE CABECERA: Niño de la fachada de la casa de Ovando de santa María.

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

MAYORALGO Y LODO, JOSÉ MIGUEL DE. La Casa de Ovando (estudio histórico-genealógico).

SOTO Y MARNE, fray FRANCISCO DE. Crónica de la Santa Provincia de San Miguel, del Orden, y Regular Observancia de nuestro Padre San Francisco. Parte II.

 

José Luis Hinojal Santos

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