Vuela la lechuza bajo las bóvedas de la iglesia del monasterio de san Francisco, sorteando sus altas columnas, yendo de epístola a evangelio, de evangelio a epístola, regresar para volver a iniciar una y otra vez su nocturno y fantasmagórico vuelo. Surge de la nada, en horas solitarias; nadie la vio ni la ve, pero su incesante aleteo por la silenciosa nave se deja sentir, al decir de algunos, como una suave caricia de aire.
Cuentan que es el espíritu de la noble y altiva doña María de Ovando, viuda del señor de Loriana e hija del capitán don Diego de Cáceres Ovando, elogiado en las crónicas y predilecto de los Reyes Católicos por sus leales y buenos servicios. De antiguo, se rumoreó de que, muerta, quedó atrapada por encanto en el cuerpo etéreo del ave, condenada a socavar, entre vuelo y vuelo, los dibujos pétreos de los escudos de las familias rivales, picoteando el duro y frío granito noche tras noche.
Las torres y flores de lis de los Golfín;
‘ la banda de sable de los Carvajal;
‘ el ajedrezado de los Ulloa;
‘ ¡incluso el real de los Reyes Católicos!
Muestra su arrogancia, sus tribulaciones, su odio, mientras recuerda que, siglos atrás, fray Pedro Ferrer, el promotor del convento, deseando ver acabada la obra a la que encomendó su vida, solicitó su ayuda y dineros, muerto su principal valedor, don García de Ulloa el Rico.
Quedaba media iglesia, el retablo del altar mayor, la capilla mayor…
La ovandina tuvo ocasión, con el encargo, de acrecentar la muy alta estima en que se tenía a su linaje, y, sin escuchar consejo de nadie, quiso honrar y privilegiar las armas de su apellido sobre las del resto, mandando colocar el escudo de la cruz y las cuatro veneras de los Ovando sobre el resto de blasones ya colocados, fueran de rivales o no.
Pretendió con ello el señorío absoluto del monasterio.
Sufriendo el dislate, la nobleza cacereña protestó con energía por la tropelía de la dama, y dio lugar a un reñido conflicto, que quiso apaciguar la Congregación de la orden franciscana, bajo la batuta de fray Francisco de los Ángeles. Así, decidieron los frailes eliminar todo lo hecho por doña María y privarla de sus derechos y deseos, dejándola solo disponer, en premio por su mecenazgo, de hasta seis sepulturas en la capilla mayor de la iglesia.
Poco para ella.
Mucho para los demás.
Y la disputa fue a más. La señora inflamó con sus llantos y su refulgente ira los oídos y el humor de su nieto, Diego Mexía de Ovando. Y este, preso de una creciente e incontenible hostilidad, aprovechó un día que encontró a don García Golfín, señor de Media Cacha y mayor responsable de la revuelta en contra de su abuela, rezando pacíficamente en el templo de la discordia. Sin atender lo sagrado del suelo que ambos pisaban, le retó y le dio muerte allí mismo.
Mayoralgo y Loco indica como lugar de la muerte del señor de Media Cacha la dehesa de Martina Gómez, situando en la leyenda y en la fascinación de las gentes el que la sangre corriera en el propio templo del monasterio.
La villa de Cáceres, que no conocía de luchas entre bandos enfrentados desde que la reina Isabel la Católica la pacificara cincuenta años atrás, recordó por unos días tales tiempos, y en las refriegas que siguieron algunos más engrosaron los camposantos de las parroquias.
Entretanto, doña María de Ovando murió.
Dicen que de soberbia y excelsa vanagloria.
Murió culpable de profanar con la sangre de su rival García Golfín el suelo del templo.
Una de las seis sepulturas fue suya en menos tiempo del que esperaba.
Y de ella, en la capilla de los Ovando, sale todas las noches desde aquel lejano siglo XVI, convertida en un espeluznante espectro de lechuza, condenada…
‘ a picotear el duro y frío granito de los blasones de sus enemigos.
FOTO DE CABECERA: Frontón del atrio de la iglesia del Monasterio de san Francisco el Real.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.
HURTADO DE SAN ANTONIO, RICARDO. Leyendas del monasterio de San Francisco de Cáceres.
MAYORALGO Y LODO, JOSÉ MIGUEL DE. La casa de Ovando (estudio histórico-genealógico).
Añadir comentario