Cáceres en sus piedras

QUERELES

 

Hasta no hace mucho tiempo, quienes deseaban con vehemencia, rayano en ocasiones dicho deseo en la obsesión, en hacerse con la voluntad de una persona inalcanzable al amor, hacían uso de extrañas y fascinantes prácticas mágicas y supersticiosas. Bien fuera para atraer a la pretendida, por retenerla o por hacerla volver al redil, se acudía a las hechiceras y alcahuetas cacereñas de turno para que algún milagroso preparado de ellas obrara la virtud que no lograban las ordinarias artes de la seducción. Estos preparados recibieron en su conjunto el nombre de quereles y sus efectos esclavizaban, de hacer caso a las tradiciones, anulando la voluntad del objeto deseado.

De todas las hechiceras de estas tierras, quien ganó fama de ser experta en estas pócimas del amor fue la arroyana Inés la Picha, que por el siglo XIX, a juicio de su oficio, debió ser el terror de los lagartos de la zona, a los que capturaba, emperraba, aplastaba luego con palos hasta matarlos, secarlos al sol y molerlos, mientras pronunciaba unos conjuros, hasta convertirlos en polvos,…

¡Los polvos del querer!

El o la que reclamaba sus artes pagaban para embadurnar sus manos con estos polvos, que solo bastaba con tocar a la persona deseada para atraparla en sus redes y reducirla a sus caprichos, fueran o no obscenos, fueran o no macabros, pues ya de por sí el acudir a la vieja lo era.

La Marenga, la tía Freja o la tía Aviluche, famosas alcahuetas, o la Aragonesa o la temible Casareña con sus artes brujeriles, también ganaban sus reales con estos ungüentos, pócimas y bebedizos, siendo solicitadas cuando arrimarse a los sayos de San Antonio o el lavarse la cara con el agua destilada tras una noche al raso con árnica e hipérico se mostraban insuficientes o inútiles para la labor.

Lo de los sayos ya se habló en otro lugar de caceresensuspiedras.com. Baste decir ahora que se esperaba a los 13 de junio para solicitar la intermediación del santo casamentero. Pero también fue costumbre, diez días después, que durante la noche de san Juan alguna que otra joven pusiera en el alféizar de la ventana un recipiente con agua, a la que se añadía hipérico, también llamado varita de san Juan, y flores de árnica; a la mañana siguiente refrescaban su cara con este sencillo elixir, cuando no se tomaba algún sorbo que hacía perder la ansiedad y elevaba el ánimo.

Volvamos a los remedios extraordinarios.

La receta más socorrida en Cáceres, más allá de la Picha, para elaborar los quereles de estas tierras consistía en secar al sol piel de lagarto y tripas de escuerzo o sapo, para, en noche de luna creciente, hacer la machacadura en un perol de bronce, todo ello conjuros por medio. El efecto era el contrario se hacer todo este proceso bajo luna menguante. El mejunje  se untaba en las manos y con tocar cualquier parte de la persona pretendida, ésta, a parecer, cedía sin oposición al deseo del artífice del engaño.

Pero los quereles no eran las únicas pócimas del amor.

Si lo que se pretendía era yacer sin reservas con un amante…

…lejos del entendimiento del marido de turno, la adúltera llevaba un cuchillo para que fuera hechizado por alguna de aquellas expertas. A la llegada de la noche, con la herramienta se hacía la señal de la cruz en el umbral de la casa, clavándola al final en la cruceta de la misma. Al cornudo le invadía entonces un sopor invencible, del que no despertaría mientras los amantes se estaban solazando; e incluso la tradición, que en esto las creencias con el paso del tiempo dejaron poco margen a la sorpresa, decía que caso de que el cónyuge despertara, a sus ojos solo se presentaría su esposa durmiendo sola y apaciblemente en su cama.

Si a la mujer le había dejado el novio o el amante…

…para que volviera al redil lo que procedía era el llamado Conjuro del Ánima Sola. Ésta es un ánima atrapada en el Purgatorio a la que se invocaba, entre otras cosas para el amor. Con el conjuro, se permitía a la interpelada salir de este sufrimiento durante un tiempo, el necesario para atormentar al ex hasta que no le quedara más remedio que ceder su voluntad. Para lograr el beneficio, a media noche la mujer recitaba el conjuro, con los cabellos revueltos y una vela encendida cerca de una ventana o desde un lugar en que pudiera contemplarse el cielo nocturno.

Para todos estos ungüentos, rituales y demás se necesitaba una vieja, como así se llamaban en estas tierras a la bruja, hechicera o alcahueta de turno. Pero también existían métodos domésticos para elaborar uno de estos quereles sin acudir a ninguna de las anteriores y, por si el lector o lectora lo necesitara, traigo uno rescatado de la tradición:

Se cortan las uñas de pies y manos.

Se queman junto con algunos cabellos de la cabeza.

Se mezclan las cenizas con dos o tres gotas de sangre.

Se echa todo en una copa de vino…

Que hay que dar de beber a la víctima elegida para que, así, caiga rendida de amor en vuestros brazos.

 

FOTO DE CABECERA: Detalle de la gárgola onanista del palacio de la Isla.

 

FUENTES:

DOMÍNGUEZ MORENO, JOSÉ MARÍA. El lagarto en Extremadura: entre el mito y la tradición.

ESPINO, ISRAEL J. Extremadura secreta. Brujas, sabias y hechiceras.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Supersticiones extremeñas.

 

José Luis Hinojal Santos

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