Era tradición, en el cristianismo de la Edad Media, que se edificaran las iglesias con la cabecera o ábside, lugar en el que se levanta el altar, apuntando a oriente; y que la puerta principal de entrada a los templos se abriera a los pies, en el lado contrario, por tanto, abierta a occidente. Tal disposición procuraba que los altares recibieran la luz esperanzadora de la mañana, los primeros rayos de Sol venidos del Este que, según la Iglesia, recordaban a Jesucristo.
Las iglesias, sobre todo las góticas, eran usadas en su tiempo como una especie de Biblia del pueblo. Las gentes eran, en su inmensa mayoría, analfabetas, pues sólo los miembros del Clero y algún noble ocioso sabían leer. Por tanto, los religiosos, tanto los que vivían en el siglo, o seculares, como los que renunciaban a él, o regulares, eran los únicos que leían y podían interpretar las Sagradas Escrituras.

Pero era necesario que las ignorantes gentes participaran… y nada mejor que los propios templos para inculcar temas sagrados básicos mediante la imagen, más fácil de comprender… y menos peligrosa que enseñar al pueblo a leer.
A las iglesias se entraba, de esta manera, por el Oeste, dirección donde el Sol se pone y muere el día, lo que simbolizaba el lugar donde se hallaba el pecado, la falta de pureza. Una vez dentro, se pasaba del Oeste al Este, allí donde nace la estrella de la vida, lo que se consideraba signo de purificación. En este paseo por el interior de las parroquias, se representaban, ordenadas en los muros, escenas de la vida y pasión de Jesús de Nazaret, hasta llegar al ábside, en el que prevalecían las dedicadas a la Resurrección, las cuales se pretendía que fuera vistas con la luz de la mañana bañando los ojos de los feligreses.
¡Era como un faro hacia el que se dirigían los rezos durante la celebración de las liturgias!
En la vieja villa de Cáceres, los primeros pobladores cristianos, tras la toma de la fortaleza hasta entonces almohade, entendieron que el pecado provenía, no obstante, del infiel Sur, adonde debían dirigir sus esfuerzos para extender la llama de la fe verdadera procedente del norte peninsular…
… Y se separaron de la tradición.
Las cuatro viejas iglesias, a saber, las de santa María la Mayor, Santiago de los Caballeros, san Mateo y san Juan Bautista, así como las ermitas y los templos de los primeros conventos, fueron orientadas de tal manera que sus pies estuvieran mirando al musulmán, en el que confluían pecado y peligro. La cabecera, depositaria del Altar, recibía, de este modo, los favorables aires cruzados y conquistadores del reino cristiano de León, al que acudían las miradas durante los oficios de culto, ofreciendo la espalda al agareno.
Ésta fue la costumbre local seguida por los constructores cacereños, haciendo caso omiso de las consideraciones tomadas en concilios sobre la disposición de los templos cristianos. Pero pronto se rebeló que el devoto pueblo deseaba entrar en estas viejas iglesias por la puerta del muro del Evangelio, aquél que por su caprichoso alzado estaba correctamente orientado según los cánones eclesiásticos hacia la puesta del Sol, y, finalmente, fueron estas entradas laterales las que cobraron principal protagonismo. Ni siquiera las tradicionales iglesias extramuros, Santiago y san Juan Bautista, ofrecen ya portadas mirando al sur…
Sólo una siguió conservando la lógica inicial: la iglesia de san Mateo. Quizá para mostrar que, de todas las colaciones antiguas, era ésta donde las familias nobles se consideraban más leonesas que castellanas. ¡Quién sabe!
La colación comprendía el caserío que se levantaba alrededor de una iglesia, parecida a lo que actualmente llamamos barrio. En el Medievo, existían cuatro colaciones en la villa de Cáceres, dos intramuros, de santa María o barrio de Abajo y de san Mateo o barrio de Arriba; y dos extramuros, de Santiago de los Caballeros y de san Juan Bautista, iglesia a la que las gentes llamaban erróneamente de san Juan de los Ovejeros. Estas dos últimas surgieron a principios del siglo XIV, cuando el rey Fernando IV concedió a Cáceres la propiedad de sus rondas, es decir, privilegio de construir fuera del recinto amurallado.
Terminaremos con la bella portada de esta parroquia de san Mateo, ideada por Guillén Ferrant a mediados del siglo XVI. Destacan del espléndido conjunto alegórico los medallones dedicados a san Pedro con la llave y a san Pablo con la espada, y lo rematan dos figuras de niños, obras del escultor Juan de Santillana: uno sostiene con sus manos una calavera, símbolo de la muerte, pero, asimismo, de rechazo a los placeres terrenales; otro, una corona de espinas, que lo es del amor y el sacrificio previo a la recompensa divina. Cual si fueran un recuerdo permanente de hacia dónde miran las iglesias cacereñas, simbolizan el amor y la muerte por los que todo cristiano debe pasar si quiere alcanzar el paraíso, que quedan representadas en la puerta de este templo…
‘ orientada al Sur.
FOTO DE CABECERA: Medallones de la iglesia de san Mateo.
FUENTES:
GARCÍA MOGOLLÓN, FLORENCIO-JAVIER. La parroquia de san Mateo (Cáceres). Historia y Arte.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
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