Antiguamente, en la villa de Cáceres circuló una magnífica y hoy desconocida leyenda acerca de cómo fue de milagroso el origen de la imagen de Nuestra Señora de la Montaña y de su devoción, una historia extraordinaria que se transmitió a comienzos del siglo XVIII de unos a otros y que ya no recordaba, de ser cierta la tradición mayoritaria, las tribulaciones y demás vicisitudes que hubo de sucederle al santero y ermitaño Francisco de Paniagua.
Como tal portentoso relato lo recogió puntualmente un tal Manuel María Antúnez y Toribio, quien la plasmó sobre papel, no haciéndose más eco de documentos y otras opiniones, y la publicó en la vecina Salamanca por el año 1732, en un librito que circuló por la villa y fue motivo de no pocas disputas y apasionados debates.
Así se transmite…

Un famoso clérigo de la villa tuvo cierto día una relevación mariana. Mientras rezaba solo, postrado ante el altar bañado por la primera luz de la mañana que entraba débilmente por los ventanales del lado de la epístola de su parroquia, la Virgen, en mitad de sus oraciones, se le apareció como un destello y le reveló en sus pensamientos que, buscando en cierto lugar de las más altas peñas de la inmediata montaña, volvería a presentársele, esta vez en forma de santa imagen, allí enterrada.
Insuflado de fervor y de esperanza, el sacerdote recordó lo sucedido siglos atrás a un pastor cacereño en las lejanas tierras de las Villuercas, y de otros sucesos parecidos del pasado, y tuvo por premonitaria la aparición. Tan pronto como terminó con sus rezos y obligaciones litúrgicas, encaminó sus pasos al sitio señalado sin tener en cuenta lo abrupto del camino y la dureza del tiempo. Llegado a la cima, entre piedras y riscos atisbó un terreno llano y florido. Allí, puesto de rodillas, escarbó la tierra hasta que dio con la efigie esperada. Maravillado, le dio en ese momento el nombre de Nuestra Señora de la Encarnación, por tomar forma lo que en inicio pareció ser un sueño.
Vuelto a la villa, contó a los humildes y fieles feligreses de su iglesia lo sucedido, y convencidos todos de la verdad que encerraban sus palabras por tenerle gran respeto y opinión, fueron al lugar donde apareció el celestial tesoro, que ante ellos se mostró. Juzgaron el emplazamiento sagrado y erigieron sobre él una tan devota como estrecha capilla, de apenas seis pies en cuadro, donde formaron el altar en el que colocaron la pequeña y santa imagen.
A más nombre, desconocido el primitivo título de la Encarnación, por razón del sitio la llamaron de la Montaña.
El libreto “Aparición y devoto novenario de Nuestra Señora de la Montaña, Patrona de Cáceres”, de Antúnez y Toribio, fue impreso por éste en la imprenta salmantina de Eugenio García de Honorato en 1732, sin consignar autoría. En él se hacía eco de una de las dos tradiciones, la más legendaria y fantástica de las que por entonces pugnaban en Cáceres acerca del origen de la devoción local: la que hablaba de una aparición mariana, del mismo tenor que la conocida como virgen del Vaquero o de Guadalupe, o la menos arraigada en la población de la virgen del Brezo.
Tal publicación fue aliento para Benito Boxoyo en su tarea de “descubrir la verdad, desenterrando toda equivocación”, siguiendo la documentación existente en la cofradía homónima, del origen del culto a nuestra señora de la Montaña, recogiendo la que sería la segunda de las tradiciones cacereñas señalada. Esta tarea sería el germen de su obra “Breve noticia…”, que acabó por desterrar de las leyendas locales aquella opinión.
FUENTES:
ANTÚNEZ Y TORIBIO, MANUEL MARÍA. Aparición y devoto novenario de Nuestra Señora de la Montaña, Patrona de Cáceres.
BENITO BOXOYO, SIMÓN. Breve noticia del origen del Santuario de la milagrosísima Imagen, que con el título de la Montaña se venera extramuros de la M. N. y L. Villa de Cáceres, Provincia de Extremadura.
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