Cáceres en sus piedras

EL CRISTO DECAPITADO DE LA PLAZA DE SAN PABLO

 

Hace años, como una veintena de ellos, escuché una historia bastante singular a lo que colegí era un paisano, anónimo para mí, el cual estaba seguramente deleitando al acompañamiento, amenizando un paseo por la zona intramuros de Cáceres con informaciones e indicaciones al paso.

En la plazuela de san Pablo, en la parte alta de la vieja villa, dominada por el convento que le da su nombre y por la casa de Ovando con su imponente torre de las Cigüeñas, estaban apostadas las cinco -“¿o seis?”- personas a las que me refiero en torno al que llamaré, de todo corazón, don Fulano. Todos ellos, giradas sus miradas al Cristo de piedra que sobresale y, por qué no, embellece, uno de los muros del antiguo cenobio, aquél que precisamente se enfrenta a la fachada de aquella noble casa. Es una pequeña efigie de piedra y que pasa quizá demasiado desapercibida ante tanta belleza que le circunda, pero que alimenta la curiosidad de algunos, pues…

¡le falta la cabeza!

 

Cristo de la plaza de san Pablo

 

A Fulano, un señor de edad, le oí contar, aun con riesgo de pasar a la concurrencia por impertinente más que por curioso, lo siguiente, tal como lo quiere rescatar mi memoria.

 

* * *

 

– “Tiempo atrás, cierta noche en que se hallaba ocioso de su oscuro oficio, el demonio deseó pasear por las calles y callejuelas bellas y tortuosas de la antigua Cáceres. Por entonces no había luces ni de faroles siquiera, y cuando llegaba la hora todo era oscuridad entre los muros centenarios, solo rotas por los débiles reflejos plateados de la Luna.

“Llegado su camino a lo alto de la villa, en esta plaza de san Pablo se dio de bruces, sin esperarlo, con el Cristo de piedra, que frenó su avance y trocó el sosiego con que iba.

“Sintió la fuerza de su mirada y no pudo soportarla, por lo que, furioso, la emprendió con la estatuilla, arrancándole la cabeza y lanzándola tan lejos que nadie pudo nunca encontrarla“.

 

* * *

 

Interesado y apasionado en las leyendas que circulan por los rincones de la vieja villa de Cáceres, quedé sorprendido, pues no había leído u oído con anterioridad nada al respecto. Pese a que estas historias se transmiten oralmente, siempre quedan huellas, siquiera tenues, en crónicas y documentos.

Mostrando interés en su búsqueda, no encontré nada y el episodio fue, poco a poco, cayendo en mi olvido. Hasta que años después volví a escucharla tal cual a don Mengano, y luego a don Zutano… a quienes pregunté, esperanzado, si sabían darme alguna razón de ella. ¡Nada! Solo la transmitían como la habían, a su vez, escuchado.

Redoblé, entonces, esfuerzos en la investigación. Y he aquí la historia más próxima que se me ha dado en conocer:

Nos vamos a enero y febrero de 1981. En aquellos días empezaba a ser un fenómeno social lo que se daría en llamar luego el Botellón.

 

Dicen las malas lenguas que lo de Botellón quizá le vino de que la bebida más presente en estas jaranas “findesemaneras” era la botella de un litro de whisky DYC, más popular y barata que las usuales de tres cuartos de otras marcas. Los jóvenes, dominados y animados por la afluencia universitaria, compraban ésta y otras bebidas y refrescos y daban cuenta de ellas en lugares públicos, destacando la plaza de Santiago, la plaza Mayor y el barrio de la Madrila.

 

Era un divertimento las noches de fin de semana, principalmente en torno a un par de bares cercanos a la iglesia de Santiago, destacando el llamado La Chicha. Todo parecía girar en torno a la bebida y al disfrute, pero unos pocos ofrecían escenas de otro calado, cuando lo anterior llegaba al paroxismo. Las gamberradas no se hicieron esperar…

Ciertas noches de tales meses, amparados en la oscuridad de la parte antigua, se cogió la malsana costumbre de arramblar con el patrimonio histórico-artístico, haciéndole sujeto de fechorías y pruebas de hombría. Un domingo de febrero, hasta cuatro de estos descontrolados la emprendieron con el crucero de la plaza de santa Clara, derribándolo y haciéndolo añicos, como fines de semana antes, ellos u otros, hicieron lo propio con el de la iglesia de Santiago.

Pero lo que no se pudo recuperar fue la cabeza decapitada del cuerpo del Cristo del convento de san Pablo, que también fue pasto de esta vorágine…

En su camino por las calles oscuras, llegados a la plaza homónima se dieron de bruces con el crucifijo de piedra, y en pleno desasosiego la emprendieron con la estatuilla, decapitándola y lanzando tan lejos el despojo de su fechoría que nadie pudo nunca encontrar la citada cabeza.

 

FUENTE:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

EL PERIÓDICO EXTREMADURA. Enero-febrero de 1981.

 

José Luis Hinojal Santos

Añadir comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.