Aquellos de aquellas flores
son los que llaman Holguines
que en Francia fueron mayores
pues vienen de los Delfines
de quien tomaron valores.
Cuentan las viejas leyendas que los llamados golfines se apoderaron de varios castillos en las tierras de Cáceres, y de ellos salían en cuadrillas a robar los ganados y asaltar a los viajeros que incautos transitaban por los caminos. Ganaron justa fama de bandidos y eran temidos de extremo a extremo en este territorio.
Tiempo atrás vinieron de Francia, reclamados a una cruzada contra los musulmanes por el rey Alfonso VIII de Castilla en 1212, una nueva guerra santa bendecida por el propio papa Inocencio III. Eran soldados, mercenarios acostumbrados allende los Pirineos a una vida de rapiña y pillaje, aprovechando las luchas que su rey libraba contra los albigenses. Y en los reinos de Castilla y de León no cedieron en sus costumbres, siendo causa de frecuentes desórdenes y disputas con los peninsulares los días en que no peleaban codo con codo en los campos de batalla.
Con la última victoria en las Navas de Tolosa, la cruzada terminó…
Nuevos territorios fueron conquistados por los cristianos…
Y ejércitos de soldados volvieron a sus hogares.
Pero muchos de los galos no regresaron a su patria.
Hidalgos sin hacienda, eran malvistos en aldeas y villas, y, no habiendo otro remedio, algunos decidieron unirse entonces en temerarias partidas de ladrones que asolaron, durante décadas enteras del siglo XIII, las tierras castellanas.
Cristianos, musulmanes o judíos; hombres o mujeres; clero, nobles o pecheros. No guardaban distinción en sus fechorías si había buen botín.
A los jefes de estos grupos marginados, las gentes los llamaron golfines. Y uno de los más temidos asaltaba y desvalijaba los caminos fronteros del río Tajo; un tal Alfón Pérez, que en esto sorprenden las leyendas con un nombre tan poco francés.

Las noticias del primero de los Golfín cacereños recuerdan que aquel capitán de bandidos un día, en uno de sus numerosos saqueos por el duro camino que unía la villa de Trujillo a la de Cáceres, cruzó sus miradas y asombro con una bella doncella, acompañada y protegida por un grupo de hidalgos, mercaderes y religiosos que viajaban juntos.
La joven manceba no perdió la apostura, con los cabellos sueltos e indómitos por el esfuerzo de la jornada, con los pies desnudos al viento, montando una mula que soportaba, además, alguna carga de importancia, a lo que parecía de famillia de alto copete y buenos dineros.
Ello no importó al obnubilado bandolero, pues quedó tan impresionado y enamorado en ese preciso instante que, interesado por su filiación, conoció que se llamaba María y era hija de un caballero principal de la cercana villa de Cáceres, don Gome Tello, del linaje de los Figueroa.
So riesgo de su propia vida, Alfón Pérez se presentó una noche en las mismas puertas del palacio del noble cacereño. Enfrentado a solas con el padre, le dio razón de su venida a extrañas horas y, al término, solicitó la mano del más preciado tesoro de esa casa, asegurándole que en el pasado quedaban sus andanzas.
El orgulloso Gome Tello, lejos de presentar lucha o mandar prenderle aprovechando lo ventajosa que le era la situación, muy a su pesar supo por su propia hija que el amor que decía sentir el malhechor era correspondido en igual grado. La insistencia en los ruegos de ella aflojó las fuerzas del odio de él; sus deseos de justicia y venganza cedieron a estos deseos y, finalmente, solicitó, a su vez, al golfín que, al menos, ganara la pretendida prenda obteniendo el perdón del rey de Castilla por sus actos, cosa harto difícil debido a su fama de salteador y el temor que confería su persona en la nobleza local.
¡Cómo lo lograse quedó en el olvido!

Pasado un tiempo, volvió a presentarse ante el padre con una carta que recogía loas del rey Alfonso X el Sabio hacia su persona y valor mostrado en diversas batallas contra el musulmán. Con el testimonio de la consideración regia, ganó el perdón e incluso tierras con que dedicarse a menesteres más dignos.
Gome Tello concedió la mano de su hija a Alfón Pérez el Golfín, cuyo apodo quedó por apellido de una nueva familia, llamada a protagonizar una parte de la historia de la villa de Cáceres, levantando sobre un antiguo solar de los Figueroa, lo que con el tiempo fue el palacio de los Golfines de Abajo, que llegó a ser algún tiempo las casas del Camarero.
El palacio de los Golfines de Abajo de antiguo se conocía, hasta no hace muchos años, con el nombre más popular de Casas del Camarero, en tributo a Sancho de Paredes Golfín, pues por oficio fue camarero de la reina Isabel I de Castilla, la Católica, y después de sus días, del rey de Romanos y de Hungría y Bohemia, su nieto el infante Fernando, como así gustó plasmarlo en su testamento antes de morir.
FUENTES:
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.
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