A lo largo de su historia, en la villa de Cáceres a los sentenciados a muerte los ejecutaron en diversos lugares. Unos dentro de la población, en plaza que permitiera una masiva asistencia; otros, en campos cercanos, ya fuera la Peña Redonda, el Cerro del Rollo o al lado de la ermita de santo Vito.
En los primeros tiempos cristianos, el sitio elegido era cerca de la fenestra de la iglesia de santa María, en el corazón urbano de aquellos siglos del bajo medievo cacereño. Allí había unas bancadas de piedra y un espacio donde se realizaban los principales actos públicos, tales como reuniones del concejo, pleitos y estos otros que nos ocupan en estos momentos. Las mañanas de ejecución se levantaba un tablado para situar al reo por encima de la concurrencia, que acudía a estas ceremonias que rompían lo cotidiano y que pretendían ser ejemplarizantes.
Al desgraciado protagonista lo traían de las cárceles del concejo, construidas en unos terrenos aledaños a las huertas que poseía la familia Carvajal más allá del arroyo del Río Verde, sobre los que luego se levantaría el convento de santo Domingo. La comitiva atravesaba un descampado que pronto devendría en plaza de la Villa y, pasada la calle a la que daba la fachada principal de las casas episcopales (hoy una bella puerta lateral en la calle Arco de la Estrella), a su vista aparecía el cadalso. Éste disponía a ambos lados de sendos tramos de escaleras para subir a él: la de la izquierda debía utilizarla el condenado, acompañado de su verdugo. Una vez arriba y con la soga puesta alrededor del cuello esperaban a que llegara, cual si fuera una procesión, el Cristo que iba a presidir la ejecución, que accedería por la de la derecha.
A finales del siglo XV y principios del XVI se hizo costumbre que el crucificado fuera el santo crucifijo de santa María de Jesús, hoy conocido como Cristo Negro, al que sacaban del cercano convento de monjas, del mismo nombre y desaparecido en la actualidad. Enfrentaban el venerado madero a la altura de la mirada del reo, siendo lo último que vería este en vida. Será por este motivo que surgió entre los cacereños la trágica creencia de que quien mirara al Cristo Negro estando en pecado caería fulminado víctima de un extraño maleficio, creencia que ha llegado a nuestros días.
En ocasiones no era necesario el patíbulo: bastaba con un poste al que se ataba al sujeto, condenado a muerte por asaetamiento. En tal posición, los caballeros presentes
se colocaban a cierta distancia,
tensaban sus arcos
y hacían prácticas de puntería,
procurando de principio no dar en partes vitales para alargar la tremenda escena,
y cruzando apuestas para hacer de la ocasión un desafío y una prueba de destreza.
Al término, la pretendida diana acababa con un océano de flechas que apenas dejarían partes salvas del cuerpo.
Con la expansión de la villa más allá de la muralla, sacaban el ajusticiado de las nuevas cárceles del Concejo que se levantaron en el Atrio del Corregidor, donde las casas de la Romera entre las torres de la Yerba y del Horno, lugar escogido al integrarse las anteriores galeras en el convento dominico levantado en 1529. Lo llevaban por un camino, atravesando primero la plaza de la Villa (o plaza Mayor) y luego unas calles que hoy serían aproximadamente la de Paneras, Alzapiernas, Maestro Ángel Rodríguez, de la Piedad (la cual recibió el nombre por esta circunstancia) y García Hoguín, para llegar a la Peña Redonda, la colina más alta de las cercanas al desbordante caserío del siglo XVI.
La Peña Redonda, en aquellos años en adelante, parecería, por su aspecto y emplazamiento elevado a las afueras, una especie de Gólgota o monte del Calvario de Cáceres. Se tiene noticia de que el Cristo elegido para presidir estas otras ejecuciones era frecuentemente el Nazareno de la iglesia de Santiago, llamado Cristo de los Milagros a raíz de ciertos sucesos extraordinarios que se produjeron durante algunas ejecuciones y que eran pasto de supersticiones y sospechas de milagro de los asistentes, siendo el episodio más conocido el ocurrido a dos sentenciados a muerte por sodomía, a quienes se perdonó luego de que al citado Cristo se le cayeran los clavos que le mantenían sujeto a la madera
…en el mismo instante en que la cuerda comenzaba a apretar el cuello de los jóvenes.
La sodomía, uno de los pecados nefandos, era castigada en aquellos tiempos con pena de muerte, por los tribunales civiles, ya que la Inquisición de Castilla no tenía jurisdicción sobre este delito, al contrario de lo que sucedía en Aragón, donde era el Santo Oficio quien se ocupaba de estos delitos, mostrándose más magnánima que estos otros territorios.
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