Cáceres en sus piedras

LA CASA DE LAS CULEBRAS

 

Cuentan que la casa de las Culebras se levantó a mediados del siglo XVI por Alonso de Espadero, de las riquezas que había logrado obtener de su aventura indiana. Con el tiempo perteneció a los condes de Trespalacios y, durante el primer tercio del siglo pasado, al conde de la Camorra.

Por el siglo XIX, tras unas reformas que realizó su propietaria de entonces en 1846, Asunción de Espadero, en breve tiempo derivó en casa de alquiler, muy utilizada, entre otros, por los familiares de reos en aquellos años en que la cárcel principal de la villa se hallaba todavía en los sótanos de la Real Audiencia de Extremadura. Ambos edificios los separaba (y aún separa, verjas por medio) la angosta y sombría calle de san Benito, solo que en los años en que hablamos no recibía tal nombre, sino el de calle de la Cárcel, precisamente por lo que a continuación se relata.

 

En la actualidad, la calle de san Benito es intransitable, pues ambos extremos están cerrados con sendas verjas que impiden el paso por ella. El motivo del cierre lo aclara el siguiente texto: ” En Cáceres hubo numerosas quejas porque por la noche había parejas que utilizaban las sombras de tan estrecha vía pública para fornicar, cuando no entraba algún drogadicto para ‘pincharse’ o algún apurado en aliviar cuanto antes alguna necesidad fisiológica que no se suele hacer a la vista de la gente. Por ese motivo se cerró con una verja este callejón y otros como el callejón o calle de san Benito, que bordea un lateral de la sede del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura.” Extracto del artículo “Callejones de Cáceres cerrados por fornicio”. Diario Hoy de 26 de septiembre de 2015, firmado por Sergio Lorenzo.

 

Los dichos familiares querían estar cerca de los suyos, asistir a los juicios y verles siquiera unos momentos. El callejón les ofrecía la posibilidad de acompañar a los suyos en sus penurias, encadenados como estaban, aguantando las malas condiciones de las sucias y pestilentes galeras. La poca luz y ventilación que llegaba a ellas eran los escasos y reducidos ventanucos que daban a la susodicha calle; y allí se agolpaban día tras día padres, cónyuges, hijos… La gente se olvidó, por tal motivo, de que por la zona hubo una antigua ermita con la advocación del benedictino, y la estrecha vía pasó a ser conocida como de la Cárcel. Desgraciadamente para algunos de ellos, en días señalados, los balcones de la casa de las Culebras se convertían en excelentes alegrías, miradores donde asistir al triste paso de los condenados a muerte, obligados a sufrir la infamia antes de subir al cadalso y conocer el garrote.

De los tiempos en que la casona rentaba sus habitaciones se contaba una extraña y fantástica historia, devenida en leyenda, cuyo protagonista, por razones que se desconocen, estuvo durante un tiempo viviendo en ella junto con unas fenomenales serpientes que llevaba consigo, por gusto o por oficio, bien protegidas y mejor controladas. Los reptiles, por sus generosas dimensiones, suscitaron pronto la fascinación de la vetusta villa de Cáceres, en boca de cuanto tenían ocasión de verlas, poco acostumbrada a ofidios que no fueran víboras o culebras bastardas.

Cierto día, una de ellas encontró hueco por dónde escaparse de su dueño, en busca de comida o de buen acomodo a sus gustos salvajes.

La buscaron…

Y no la encontraron.

La noticia circuló, entonces, ‘serpenteando’ en un imparable reguero de voces, a cual más sonora y dramática. Y el vecindario, que en esto de espantosos peligros no escatimaba precauciones acordes a los deseos de los alarmistas, que aprovechaban oportunos cualquier bulo de mentidero, comenzó a evitar, por si acaso, las llamadas casas de Alonso de Espadero, un sujeto del que nadie guardaba memoria alguna después de tres siglos. El poco recuerdo que quedaba lo perdió para siempre cuando la gente, al contarse unos a otros la historia de cómo en cualquier momento y rincón aparecería la serpiente para satisfacer su voraz apetito, empezó a referirse a tal mansión como la casa de las culebras.

 

FOTO DE CABECERA: Casa de las Culebras, esquina callejón de san Benito.

 

José Luis Hinojal Santos

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