Cáceres en sus piedras

LA TORRE DE LA MORA

 

Hubo un tiempo en que el extenso territorio que rodeaba lo que en el futuro sería Cáceres estaba bajo la custodia de un Qaid, un formidable guerrero que gobernaba y protegía la fortaleza de Qazris de los ataques cristianos, que repelía con feroz y sangriento empeño. Su odio y empuje hacia los infieles soldados del león hizo que fuera muy temido por ellos, por las frecuentes y cruentas razzias conque les hostigaba y debilitaba al norte del río Tajo.

Cierto día, durante una tregua entre los enfrentados ejércitos, llegó a la fortaleza procedente del sur una comitiva acompañada de una nutrida guardia al mando de un embajador del Califa cordobés, su poderoso y amado señor. La razón de la visita era ofrecerle por esposa, en premio a su coraje y a sus victorias sobre la Cruz, una bella doncella omeya, de la familia del propio Califa. Agasajado por tal honor, embelleció las calles de la medina y suavizó el aspecto militar del albácar de Qazris para celebrar la boda en la pequeña mezquita que se había levantado en la zona más alta. Pronto, un apasionado amor acabó por sellar esta unión.

La tregua fue rota, y escaramuzas de las tropas leonesas aconsejaron al Qaid abandonar su idilio y Qazris, y ocuparse en una nueva guerra.

Muchas jornadas duró, pero no faltó ninguna a cuyo atardecer acudiese la joven esposa mora a la torre situada en lo más alto de las murallas levantadas sobre la colina, para otear las tierras vecinas en busca de cualquier indicio de regreso de la partida.

En esta espera, desde el baluarte una noche observó en la cercana sierra el incendio de una cabaña de pastores. Montó caballo y partió veloz hacia el lugar. Le dio tiempo de rescatar entre las llamas a las pobres gentes que estaban atrapadas, sin sopesar siquiera el riesgo de morir por asfixia en esta labor. Sus pies, al contacto con el fuego, acabaron quemados y ensangrentados, mas pasados unos días las heridas no le produjeron dolor alguno, ni con el tiempo cicatrizaron.

No pudiendo caminar, solicitó que en la torre donde suspiraba la vuelta de su vida, le adecuaran unos aposentos con los que seguir su ansiosa espera.

Finalmente, la guerra dio un respiro. El Qaid regresó, y enterado de la enfermedad de su esposa, mandó llamar a los mejores médicos, fueran musulmanes, judíos o cristianos si era necesario. Pero todos ellos coincidieron:

– ¡Lepra!

La maldición bíblica que más terror infundía en aquellos tiempos. Incurable, no sólo mutilaba sino que traía la vergüenza sobre quien la contrajera.

La joven y bella esposa pidió, entonces, a su esposo ser abandonada a su suerte, alejada de todos y de él. Pero el Qaid, cegado por el amor, llamó al más valeroso de sus nakib y, una vez ante él, le ordenó:

– Tan pronto salgas de esta torre, toma el mando absoluto. Ordenarás a los alarifes que tapien todas sus puertas y vanos, de manera que no pueda entrar aire ni luz. Defiende Qazris y las tierras que nos han sido encomendadas, y responde ante nuestro amado Califa del cumplimiento de esto que os ordeno.

El capitán, obediente y respetuoso ante la decisión de su señor, así lo hizo, y encerró para la eternidad, tal como fuera su deseo, a los dos desgraciados amantes.

Este es el secreto que guarda la torre que unos llaman redonda aun siendo ochavada; y otros, en recuerdo de esta leyenda, de la Mora.

 

FOTO DE CABECERA: Torre de la Mora.

 

FUENTE:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

 

José Luis Hinojal Santos

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