Cáceres en sus piedras

EL OCASO DE LOS AULLONES

 

El fin de los aullones y de las marimantas llegó con los primeros faroles que iluminaron las noches en la villa de Cáceres, allá por 1836. El año anterior se impuso la necesidad de que las principales villas y ciudades españolas, siendo las primeras las que habían sido designadas capitales de provincia, gozasen de alumbrado público.

Los primeros faroles se colocaron a inicios de 1836 en la plaza Mayor, y de ahí se extendieron poco a poco a otras calles. Para encenderlos, apagarlos y custodiarlos debidamente, se contrataron hasta cuatro serenos, cargados de escalera, aceites y otros enseres para su labor; y de chuzo, una especie de lanza con la que espantarán a los amigos de la noche y de lo ajeno. Hasta aquel año, las calles se adentraban en una completa oscuridad en cuanto la luz del Sol tocaba a su fin.

Luces y serenos impidieron para siempre que volvieran a darse estos episodios de aullones, y tanto donjuanes como bromistas tuvieron que buscar otros modos de satisfacer sus deseos.

El recuerdo se fue perdiendo en el tiempo, pero muchos amedrentaban por las noches a sus hijos, a la hora de acostarse, para espantarlos con la existencia de marimantas…

 

Una fea amortajada

en su sábana de lino,

a lo difunto se muestra

Marimanta de los niños.

 

No obstante, a mediados del pasado siglo, durante algunas madrugadas, ciertos trasnochadores empezaron a dar noticia de que, por la vieja judería, vagaba un espectro con sudario blanco y una luz, que lejos de intentar amedrentar, permanecía agazapado en silencio en cualquier rincón de este barrio, mal iluminado y por el que apenas transitaban las gentes. Quien no advertido anduviera a deshoras por estas calles, se llevaba un fenomenal susto, y huía despavorido del lugar sin atender otras averiguaciones.

Y poco a poco, se fueron recordando las viejas historias de aullones y marimantas, y si bien se sabía que no eran más que una treta o una malsana broma, ello no impidió que quien cruzara sus pasos con el aparecido, se olvidaran de dimes y diretes, de rumores y certezas, y tomara las de Villadiego.

Hasta que una buena madrugada, un joven panadero, cansado de estos trances y en la necesidad de recorrer estas calles para atender su negocio, decidió, con navaja en mano, romper el engaño. Y tras noches de espera, finalmente volvió a toparse con el malhadado fantasma, al que amenazó con la hoja bien afilada en alto, trocándose los papeles de asustador y asustado.

El marimanta salió por patas, más el joven, que para eso lo era, lo alcanzó, y cuando iba a descargar el machetazo, aquél levantó el sudario para darse mejor a conocer.

– ¡Ciá, no me hagas nada, que soy la “señá” Petra!

– ¡”Señá” Petra…, por Dios! ¿Cómo usted con semejante disfraz?

– Ando a la cata del “señó” Joaquín, que me han dicho que me la pega con una furcia que vive por estas calles.

Y roto el encanto, con el último marimanta del que se tiene noticia. Triste epílogo de varios de los más extravagantes episodios que han tenido lugar en la villa de Cáceres.

 

FOTO DE CABECERA: Balconada del palacio Carvajal, calle Tiendas.

 

FUENTES:

GARCÍA MORALES, FERNANDO. Ventanas a la ciudad.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Magia y superstición en la vieja villa de Cáceres.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Recuerdos cacereños del siglo XIX.

 

José Luis Hinojal Santos

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