El siguiente relato se inspira en un pliego de cordel que se cantó por las calles de Cáceres en 1858. En él se narraba el milagro que obró la virgen de la Montaña en la persona de un humilde jornalero de Fuente de Cantos y del que nada se ha escrito ni referido en la ciudad de la que es patrona hasta la edición del relato en el libro Relatos del Cáceres olvidado.
* * *
El hombre agonizaba en la cama, mientras sus hijos pedían limosna por las calles de Fuente de Cantos.
— Llama al cura. Quiero confesarme –pidió Francisco López a su esposa.
La mujer, Catalina de nombre, rompió a llorar. Sabía que se acercaba la hora y sus pensamientos oscilaban de su marido a sus seis pequeños, que vagaban en esos momentos a la intemperie guiados por el mayor, de unos diez años, para conseguir algo con que subsistir. Con el padre moribundo, no entraban los jornales en la humilde casa y vivían de la caridad de los vecinos. Hacía semanas que una enfermedad le dejó postrado en la cama, empeorando cada día que pasaba, y el médico que intentaba curarle le dijo aquella mala mañana que se confesase y dispusiera de recibir los sacramentos.
En cuanto llegaron los chirivejes, la madre, con los ojos húmedos y enrojecidos, les dijo:
— Hijos: os quedáis sin padre. Solo queda rezar por él.
En la habitación había, sobre un mueble, la estampa de una virgen que apenas conocían por aquellos pagos: Nuestra Señora de la Montaña. Era regalo de un familiar que la había traído de las lejanas tierras de Cáceres, donde suscitaba mucha devoción. Colocó delante de la imagen una vela encendida. Se puso luego de rodillas, rodeada de la chiquillería, y susurró una plegaria:
— ¡Oh, princesa de los cielos! ¡Oh, virgen de la Montaña! –las palabras brotaban forzadas por la tristeza y mezcladas de lamentos y lágrimas–. Tened de mí compasión, y de estos niños del alma que llorando os suplican vuestro amparo, virgen santa. Porque se quedan sin padre si el poder de vuestra gracia no nos tiene compasión.
Nada más terminar la vela se apagó, y al instante surgió de la nada un resplandor que iluminó de nuevo la estancia, con suavidad. En el interior del haz de luz surgió la silueta tenue de lo que parecía la figura de una señora.
Catalina se quedó perpleja, sin poder articular palabra alguna, ni deseo de hacerlo tenía. En su lugar, su hijo más pequeño, que aún no había cumplido los dos años y apenas balbuceaba, dijo con voz clara:
— Madre: la virgen de la Montaña es la que vemos aquí, que viene a darle la salud a padre.
Francisco López despertó de súbito de un profundo sueño, en que había entrado con la agria sensación de estar próxima su muerte. Una luz, que apareció primero en el horizonte de sus ensoñaciones y luego fue intensificándose, le hizo abrir sus pesados párpados y, en la sorpresa, sentir que los intensos dolores y la fatiga habían desaparecido.
— ¿Es esto la muerte?
Pero seguía viendo la luz y escuchando unos ruidos que venían de más allá de la puerta de la habitación. Al incorporarse, la claridad se difuminó. Caminó temeroso de dar un mal paso, pues sentía, no obstante encontrase bien, una gran debilidad. Al cruzar el umbral del aposento vio a su familia, sus seis hijos rodeando a su esposa, postrados de rodilla, llorando aquellos, muda sin lágrimas ella.
Nada más verle, los más pequeños corrieron a su encuentro y le abrazaron, mientras Catalina quedó como estatua de mármol, pálida, con una extraña mueca
de asombro,
de miedo,
de alegría,
marcada en su cara.
Francisco rompió a llorar igual, al tiempo que abrazó a la mujer, que dejó de ser una fría y embobada piedra en cuanto sintió el calor del cuerpo próximo. El hombre solo pudo articular:
— Hijos, no jimpléis más, ya se acabó la desgracia.
Cuando se repusieron, preguntó:
— Catalina, ¿cómo es que me he curado si la muerte ya estaba a mi lado?
El benjamín, para sorpresa de su padre, señaló con el índice la estampa de la virgen de la Montaña al tiempo que repetía sus palabras anteriores. La madre prosiguió:
— Es ella quien te ha dado la salud. Debemos ir a Cáceres a rendirle las gracias y quedar memoria de esto que ha sucedido hoy, para que sea conocido el milagro.
Nota del Autor: El episodio relatado fue editado como Pliego de Cordel en febrero de 1858 en la imprenta cacereña Antonio Concha y compañía, y cantado por las calles de Cáceres aquel año. Su título fue Portentoso milagro que ha obrado Nuestra Señora de la Montaña con un devoto suyo, el día 2 de febrero de este año, en la villa de Fuente de Cantos.
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FOTO DE CABECERA: Portada del Pliego de Cordel.
ANÓNIMO. Portentoso milagro que ha obrado Nuestra Señora de la Montaña con un devoto suyo, el día 2 de febrero de este presente año, en la villa de Fuente de Cantos.
ANÓNIMO. Aparición y devoto novenario de Nuestra Señora de la Montaña, patrona de Cáceres.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Una golondrina no hace verano. En Relatos del Cáceres Olvidado.
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