Cáceres en sus piedras

ENTRE CARRACAS Y TINIEBLAS I

 

Hasta bien entrado el siglo XX, en que el papa Pablo VI procuró que se cambiara la costumbre, durante el Triduo Santo de la Semana Santa, es decir, los días de Jueves Santo a Domingo de Resurrección, estaba prohibido hacer sonar las campanas de las iglesias por su ruido metálico, en señal de luto por la muerte de Jesucristo. Durante esos días, en Cáceres sonaban las carracas y la matraca para avisar a la feligresía. Lo que se narra a continuación fue una escena corriente en esta ciudad en siglos pasados.

 

I

EL SONIDO DE LAS CARRACAS

— ¡A los oficios!

El monaguillo gritaba lo más fuerte que podía por las calles de su parroquia para que el vecindario atendiera la llamada y apresurase los preparativos. Dentro de las casas, a esas horas del atardecer cada cual estaría embutiéndose en el traje nuevo estrenado días antes en Domingo de Ramos, o en cualquier otro usado en Semana Santa de años anteriores, pero aún de buen ver o ligeramente remendado.

Domingo de Ramos,

el que no estrena

no tiene manos.

A cada vozarrón, o sencillamente cuando le apetecía por diversión, hacía girar con evidente entusiasmo la manivela de la carraca que llevaba entre sus manos, produciendo un sonido seco y estridente. El artilugio de madera no era el único que sonaba aquellos días, pues desde las iglesias o por los muñidores de las cofradías se llamaba a la feligresía con matracas, más feroces y molestas en su ruido.

— ¡A los oficios! ¡A Tinieblas…!

 

La carraca era un artefacto de madera en cuyo extremo había una rueda dentada. Con el movimiento, cada diente accionaba una lengüeta hasta que ésta golpeaba secamente el siguiente diente. Se llamaba también matraca, aunque en realidad esta era una variante muy parecida y de mayor tamaño, usada principalmente desde las iglesias ante la imposibilidad de usar las campanas durante el Triduo Pascual, y por los muñidores de las cofradías para avisar del inicio de una procesión. El sonido de la matraca era más intenso y, por ende, más molesto que el de las carracas.

 

A sus espaldas, poco a poco iba incrementándose la chavalería, que le seguía en su ruta con su jolgorio, sus chillos y sus respectivas carracas, más humildes que la que manipulaba el acólito, pero todas ellas, la de uno y la de los demás en un conjunto sin armonía, produciendo un ruido ensordecedor, desagradable y, para muchos, inapropiado para la fecha, Jueves Santo.

— ¡Es hora del oficio de Tinieblas!

— ¡A los oficios! ¡A Tinieblas…! –reverberaba detrás de él en las voces alegres del acompañamiento.

Con el escándalo, era frecuente que más de un paisano, aún a medio vestir y con el carácter agriado de tantos días de ayuno a base únicamente de legumbres y pescado por causa de la Cuaresma, se asomase a la puerta al paso del monaguillo, su carraca y, en definitiva, de una comitiva cada vez más numerosa y ruidosa, y les espetase con malos humos:

— Niños, ¡idos a dar la matraca a vuestra casa!

 

 

II

EL SILENCIO DE LAS CAMPANAS

Cuando llegaban los días grandes de Semana Santa, las campanas de las iglesias de la villa de Cáceres enmudecían. No obstante, el Jueves Santo, en el primer oficio de la mañana, el de hora Tercia, mientras cada oficiante entonaba el salmo Gloria in Excelsis dentro de los templos, en el exterior el repiqueteo desde los campanarios era insistente e intenso.

Era costumbre durante esta tempranera liturgia, que los feligreses acudieran con velas, y al ritmo de un Gloria… que pocos o ninguno entendían pues todo era en latín, las encendieran delante del Monumento donde se guardaba la hostia consagrada, para alumbrarlo durante la misa.

Así, el cura cantaba:

Gloria in excelsis Deo, et in terra pax homínibus bonae voluntatis… – trad. del latín: “Gloria en los altos cielos a Dios, y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad…”.

Y las velas iban consumiéndose, mientras el campaneo retumbaba con fuerza fuera.

Al final del canto,

… los de las velas recogía cada uno lo que quedaba de la suya, bendecida de esta manera y guardaban la candela con celo durante el año, para encenderla si era oportuno en tiempos de tormenta y granizo, dado que con ello creían preservarse de los rayos y de la mala fortuna.

… E igualmente, las campanas enmudecían de súbito para los tres días grandes de la Semana Santa, hasta el nuevo Gloria in Excelsis de la vigilia del Sábado Santo. Durante ellos, las llamadas a oración, a oficios o a procesión se hacían utilizando

‘ las matracas y las carracas.

Las primeras, más aparatosas, se accionaban desde los campanarios y, en las calles, por los muñidores de las cofradías antes de las procesiones.

Y las carracas, entre otros por nuestro anónimo monaguillo, que voceaba los oficios y originaba gran revuelo por las calles cuando le daba a la manivela,

‘ ¡dando la matraca!

Que era muy intensa antes del llamado oficio de Tinieblas.

José Luis Hinojal Santos

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