Cáceres en sus piedras

LA CASA DEL TESORO

 

El nombre de Casa del Tesoro se va perdiendo de la memoria, porque los nombres de las cosas buscan un mejor acomodo a los tiempos que les toca vivir. Por tal se conocía una vieja carbonera, ruinoso solar que fue anteriormente morada de una familia judía, que la tradición recuerda con el apellido Cohen, al respecto de la cual circula una leyenda a la que acudiremos en breve.Durante el siglo XVI la citada carbonera fue adquirida por los entonces señores de Fernán Núñez, que nada más comprarla derribaron lo que de ella quedaba y levantaron una mansión. Los señores pasaron a ser condes y, a partir de 1817, duques. Desde esta fecha empezó la casona a ser conocida como de la duquesa de Fernán Núñez, pues coincidió la circunstancia que durante todo el siglo XIX, el ducado lo ostentaron dos mujeres, aunque el nombre de la casa se deba principalmente a María del Pilar Ossorio y Gutiérrez de los Ríos, III Duquesa de Fernán Núñez, propietaria desde 1836 hasta su venta al conocido Publio Hurtado en 1881.

Aún así, el pueblo siguió llamando al lugar como casa del Tesoro, más de su gusto y conforme a sus tradiciones. Por ello, recuperemos la leyenda y…

¡Volvamos al siglo XV!

Los Cohen era una acaudalada familia hebrea, dedicada al fructífero comercio de tejidos. No hace muchos años que habían decidido abandonar las estrechas, sinuosas y atormentadas calles de la vieja Judería, por los alrededores de la plaza Mayor, donde los de su religión estaban buscando mejor lugar para vivir y dedicarse a sus trabajos. ¡Estaba naciendo la nueva Judería, alrededor de una naciente Sinagoga levantada en la calle de la Mancebía (actual calle de la Cruz)!

Su feliz y próspera existencia en una villa en la que apenas se habían producido situaciones de rechazo o agresiones, se vio, sin embargo, truncada cuando los reyes de Castilla y de Aragón, llamados Reyes Católicos, decidieron publicar un Edicto, el 31 de marzo de 1492, por el que decretaban expulsar de todos sus reinos y dominios a todas las familias judías que no se acogiesen a la fe verdadera.

La expulsión no fue del agrado cacereño, y el Concejo intentó, en vano, recurrir la decisión. Las alhamas de la villa, la vieja y la nueva, debían abandonar sus casas, sus posesiones y sus dineros… Todas las familias hebreas que no habían decidido cambiar su credo, la mayoría, se concentraron para iniciar un nuevo éxodo, en el Cerro de Cabezarrubia, y desde allí se despidieron de sus hogares.

Nuestros protagonistas, los Cohen, se unieron al nutrido grupo que tomaba camino hacia la cercana Portugal antes de que se cumpliera el plazo dado de julio. Lo hicieron como otros, con el pensamiento y la esperanza de que pasado algún tiempo, podrían volver sin temor a sus casas, ignorando que, fuera de Cáceres, el odio antisemita había ido in crescendo desde que cien años atrás, el arcediano de Écija, Fernán Martínez, hombre, fanático, perverso y bien relacionado en la corte de su época (a la sazón era confesor de la reina Leonor, madre de Enrique III), inflamara con sus coléricos sermones, desde el púlpito y desde las plazas de Sevilla, los corazones del pueblo e instigaran la destrucción de todas las propiedades judías, incluidas sinagogas y alhamas enteras, así como la expulsión, de las villas y pueblos, de los hijos de Israel. Comenzaba la barbarie del Progrom de 1391, y, desde estos acontecimientos, un odio feroz hacia lo judío.

 

En estos días (1391) llegaron a la cámara del Consejo de los señores y caballeros […] y dijéronles que habían habido cartas del aljama de la ciudad de Sevilla, cómo un arcediano de Écija en la iglesia de Sevilla, que decían Ferrand Martínez, predicaba por plaza contra los judíos, y que todo el pueblo estaba movido para ser contra ellos. Y que por cuanto Don Juan Alfonso, conde de Niebla, y Don Alvar Pérez de Guzmán, alguacil Mayor de Sevilla, hicieron azotar a un hombre que hacía mal a los judíos, todo el pueblo de Sevilla se moviera, y tomaran preso al alguacil, y quisieron matar al dicho conde y a Don Alvar Pérez; y que después acá todas las ciudades estaban movidas para destruir a los judíos…
De la “Crónica del Rey don Enrique, tercero de Castilla e de León”, de LÓPEZ DE AYALA.

 

No hay mal que no nos recuerde aquel dicho de a río revuelto, ganancia de pescadores. Aprovechando el Edicto y la indefensión de sus hasta entonces vecinos, enseguida hubo quienes quisieron sacar provecho, por mal fuero, de la desgracia judía, asaltando y robando a muchas familias hebreas por los caminos que las llevaban a puertos marítimos y a otros reinos en busca de una vida más llevadera, ante la pasividad de gran parte del pueblo y en menoscabo de la propia conseja contenida en el mandato de los Católicos de no hacerles daño ni objeto de injusticias.

Sabedores de estos peligros que acecharían durante el difícil viaje, y de que no era conveniente llevar consigo oro, plata, moneda acuñada u otro artículo prohibido por las leyes del Reinado, los Cohen, antes de iniciar su éxodo y con el ánimo de un pronto retorno, decidieron esconder todo lo que de valor tenían, en dos cántaros repletos de monedas, libros y preciosos tejidos, abandonados en una habitación secreta y silenciada por la historia.

¡Todo un tesoro que no volverían, sin embargo, a disfrutar…!

Quedó oculto a lo largo de los siglos, esperando algún afortunado cuya búsqueda no fuera en vano. Muchos lo intentaron, buscadores de tesoros que siguen las leyendas que hablan de muchos de ellos bajos los suelos de las dos juderías cacereñas. Cuenta Publio Hurtado, conocedor de la historia y quien llegó incluso a comprar la casa que se levantó encima de la antigua vivienda judía, que no logró dar con el tesoro, aunque se ha dicho que sus descendientes encontraron, con el paso de los años, una estancia oculta llena de tejidos que, sin duda, en su tiempo fueron de mucho valor, y que al entrar en contacto con el aire, se deshicieron y se perdieron para siempre.

 

FOTO DE CABECERA: Casona de la duquesa de Fernán Núñez o casa del Tesoro.

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

LÓPEZ DE AYALA. Crónica del rey don Enrique, tercero de Castilla e de León.

 

José Luis Hinojal Santos

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