Sigue a La hija del qaid
El asedio de las tropas leonesas a Hizn Qazris durante aquel 1229 llegó a la primavera, con las armas de ambos contendientes en alto, preparadas para el inevitable momento de la lucha.
Durante las largas noches invernales, la mesnada cristiana, señores y milicias concejiles venidas de León, Galicia e, incluso, Castilla, para participar en el fonsado promovido por Alfonso IX de León, vencían el frío y la sorprendente espera como podían, encendiendo hogueras y conversando sobre historias extraordinarias que se contaban de la fiereza de los almohades, lo que movilizaba aún más su temor a que la campaña no fuera exitosa y acabara con sus vidas lejos de sus hogares. Las algaradas de los musulmanes, aun siendo fácilmente repelidas, no ayudaban a vencer el desánimo que empezaba a apoderarse del espíritu del formidable ejército leonés.
El fonsado era el llamamiento promovido por los reyes leoneses, movilizando a señores y pueblo, quienes quedaban obligados a participar en acciones ofensivas contra el musulmán. No sólo se acudía al combate, sino que también se facilitaban bienes o provisiones. Al fonsado de Alfonso IX para la toma de Cáceres acudieron leoneses, gallegos, astures y castellanos, éstos últimos enviados por su hijo Fernando III el Santo, rey de Castilla.
Sabedor y sensible a la moral quebradiza de sus hombres, Alfonso IX decidió al fin, fracasado el cerco, tomar por fuerza Hizn Qazris. Observando la fuerte muralla que la protegía, era consciente del derramamiento de sangre entre los suyos, pero, superiores en número, abatirían las defensas tarde o temprano y Cáceres, la tan deseada posesión, sería al fin leonesa.
Ante lo inevitable, uno de sus capitanes, en quien había confiado tiempo atrás para lograr la rendición pacífica del musulmán, decidió confesarle un secreto que protegía su honor, aun cuando le estaba atormentando como hombre leal al Rey. Todas las noches se entregaba a la pasión en brazos de la bella hija del Qaid, burlando la celosa guardia del recinto gracias a un pasadizo cuya existencia le había sido revelada en virtud de una promesa de silencio, sellada con su palabra de caballero. Desde el camino llamado por los almohades de la Mansaborá sería fácil el acceso al Alcázar y, desde allí, a toda la fortaleza.

Para sorpresa del monarca, le condujo al lugar y le enseñó la puerta oculta que daba acceso a la galería, así como las llaves que la confiada y amante mora le había entregado para que acudiera a su lado las noches que deseara.
Consumada la felonía del que creía hombre leal, pronto atisbó la estrategia y segura vio la victoria el alfonsino. En el amanecer del día del santo Jorge de Capadocia, llevó el grueso de sus tropas a simular un ataque por el lienzo norte de la fortaleza, aquél que miraba a sus territorios, para atraer la mayoría de las defensas almohades. Mientras, el traidor e innoble caballero, al frente de los más selectos y esforzados hombres de la Milites Regis, guardia personal del Rey y de su máxima confianza, penetraría en la residencia del Qaid utilizando el secreto revelado, y así rendir al Qaid.
La jornada del 23 de abril de 1229 fue venturosa para los leoneses, pues el Alcázar fue tomado sin dificultad, sembrando el desconcierto y el terror entre los musulmanes, e Hizn Qazris, pasó definitivamente a manos cristianas, según era el deseo de Alfonso IX.
Por tal éxito, la tradición llamó a la galería, de la Victoria.
El Qaid descubrió la causa de su fácil derrota, pues su propia hija le confesó, aturdida y desolada por el engaño del amante, las relaciones que había mantenido con el infiel, a quien había confiado, cegada por el amor, las llaves de la entrada del pasadizo.
Se cuenta que, conocedor de oscuras y arcanas artes, el padre y caudillo alzó su ira contra la mora y sus sirvientas, y antes que los cristianos le alcanzaran, las encerró en los mismos túneles donde habían consumado su traición, fulminando contra ellas un poderoso anatema. Las entradas de la galería permanecerían ocultas para siempre a los ojos de los mortales, condenándolas a vagar por ella hasta que aquello tan preciado que ese día perdían, volviera a los hijos de Alá.
FUENTE:
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
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