Cáceres en sus piedras

EL POZO DE LOS ENAMORADOS II

 

Sigue a El pozo de los Enamorados I

Difícil es disimular los ímpetus del ardor de la sangre, cuando es encendida por la pasión. Los amantes, en el momento más feliz que vivían y sentían, no guardaron como debían los cimientos que la prudencia les aconsejaba. Sus otrora fugaces y ensordecidas entrevistas abandonaron toda cautela y, así, finalmente fueron percibidas por los adoradores de los rumores, pazguatos y correveidiles, y propagadas desde los mentideros de la villa en forma de veneno.

El padre de Mariquita, enterado de esta manera, juzgó perdidas la virtud y la honra de su hija, y con ellas las de su apellido y su posición, más cuando quién las había robado no era merecedor a sus ojos de la altura de vistas y del excelente futuro que esperaba obtener de su retoño, casándola con alguien respetado, bien colocado y de posibles. Agraviado por la traición, y por la baja condición del que la había ocasionado, prohibió a su hija salir de las paredes de su casa y volver a ver al mancebo y humilde pretendiente.

 

 

En su desesperación, un domingo, día de misa y asueto, la joven logró burlar el celo de la vigilancia a que era sometida, y escapó del doméstico cautiverio. Antes de que nadie reparara en su ausencia, encaminó sus resueltos pasos en busca de su amante, a quien encontró desolado. Una vez juntos, tomaron una trágica decisión.

Conocían de un lugar, el Cuartillo, cercano a los caminos que salían de la villa hacia la vecina Trujillo, donde antes habían guardado su felicidad del mundanal ruido. En él había un pozo, hoy oculto a la mirada, de los que antaño daban agua a los viajeros y caminantes. Allí eligieron depositar sus perdidas esperanzas y su deseo de vivir eternamente unidos…

 

* * *

 

El ciego coplero sigue el romance, ajeno a estos pensamientos y a los sentimientos que la historia provoca en los oyentes de más edad. Vocea, más alto aún, los siguientes versos.

 

En la bujarda del pozo

la gargantilla quedó

y los pendientes y el lazo,

la cadena y el reló.

 

En la bujarda del pozo

una carta quedó escrita

con un pañuelo de seda

de su novia Mariquita.

 

* * *

 

Él se desprendió de la faja negra, y con ella rodeó y ató sus cuerpos por la cintura. Ella se desprendió de cuanto de valor llevaba, para igualarse a él, y las dejó a pie del brocal del pozo, sosteniendo con ellas, frente a la fuerza del viento, un pañuelo de fina seda en el que se hallaba escrita, con letra débil pero clara, una carta.

En la carta pedían perdón.

En la carta solicitaban comprensión.

En la carta bendecían el día que se conocieron y las ocasiones fugaces en que pudieron unirse ambos en uno solo y disfrutar de un mundo creado sólo para ellos.

En la carta se juraban amor eterno.

 

* * *

 

El coro de personas, desde los más ancianos a los niños, guarda silencio. Escuchan una historia que les toca de cerca, y que ahora los viejos ciegos copleros vocean por todos los pueblos y aldeas de la provincia al son de sus guitarras.

 

En el pozo de Cuartujo

es preciso echarle llave,

que no se vuelvan ahogá

hijos de tan buenos padres.

 

En el pozo de Cuartujo

con vara y media de agua

se han ahogado dos amantes

atados con una faja.

 

El cantor calla durante unos largos segundos. Siente la tensión de la concurrencia y la espera del final. Alguien, desde atrás, corrige. “¡Cuartillo, no Cuartujo!“. Los demás recriminan la interrupción y le demandan silencio.

 

En el pozo de Cuartujo

por aquellas estrechuras

se han ahogado dos amantes

atados por la cintura.

 

Su bastón se dirige, con un movimiento pausado y estudiado, hacia los pliegos atados con cordeles. Ahí está escrito, junto con otros romances, otras historias.

¡Unos céntimos! Es todo lo que pide.

 

El romance “Relación de los amantes suicidas de Cáceres” no se conservó, como sucedió a la mayor parte de las composiciones que formaron durante siglos la literatura de cordel. No obstante, el musicólogo y folklorista Bonifacio Gil tuvo acceso a un folleto sobre los años 30 del pasado siglo, y que alguien guardaba celosamente en el pueblo de Santiago de Alcántara, por aquel entonces llamado Santiago de Carbajo.

 

FUENTES:

GIL GARCÍA, BONIFACIO. Relación de los amantes suicidas de Cáceres. En Cancionero Popular de Extremadura.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

 

José Luis Hinojal Santos

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