Cabalga el apóstol Santiago al frente de las tropas leonesas, levantando amenazadora su espada varios pasos por delante de los hombres, entre un griterío ensordecedor que se ve favorecido por las proclamas que los capitanes van voceando entre la tropa, la incertidumbre de la vida y el miedo ante la proximidad de la muerte. Abandera los deseos de una feliz y rápida victoria contra los que son sin fe, tras los muros de Hizn Qazris.
Los musulmanes habían demostrado en numerosas ocasiones que su posesión al sur del río Tajo les era muy querida y estarían dispuestos a dejar su sangre por defenderla. Igual denuedo mostraban los cristianos del reino de León en obtenerla, pero todos sus intentos anteriores resultaron fracasados.
Aquel día de la primavera de 1169, no obstante, a los del norte les auxilia un poderoso guerrero, en quién confían ciegamente para rendir la fortaleza. Se pregonan rumores, historias, de que el mismo apóstol Santiago se ha puesto al frente de las tropas invasoras.
Y al florecer la mañana, el santo aparece montado en un resplandeciente caballo blanco, colocándose frente a la puerta norte del recinto amurallado, la antigua puerta del septetrión de la colonia romana Norba Caesarina, hoy en manos de los hijos de la media Luna.
Cabalga el apóstol, no Santiago peregrino, sino ¡Santiago matamoros! Los hombres del reino de León necesitan su caudillaje, que les alumbre junto a su rey y les dé renovadas fuerzas.
Frena la marcha a apenas un centenar de metros de los muros. El apóstol, montado en su caballo, hace señal, con la espada apuntando al cielo primaveral, al monarca Fernando, segundo de este nombre, y al enfervorecido ejército.
Todos callan por un momento.
Todos elevan una colectiva oración antes de la batalla.
Mientras, en lo alto de las paredes y torres de la muralla, espera el enemigo, con las cuerdas de sus arcos tensadas, confiados a su vez en que resultarán victoriosos en este nuevo envite cristiano, en que retendrán su posesión.
La espada desciende lentamente, y como dispuesta a arrojar un rayo de luz cegador, queda de nuevo inerte, esta vez señalando la puerta norte. En ese momento, el santo lanza un grito que hiela la sangre de los de dentro; espolea al caballo, que inicia un extraordinario galope.
La tierra tiembla ante el feroz avance de los leoneses. Las flechas silban a su alrededor, abaten a algunos, pero no arredran a los que no caen. Su carrera es firme, sin perder la vista de los defensores, que se muestran cada vez más nerviosos, pues no logran rechazar la acometida de los infieles.
Santiago matamoros llega a los pies del muro. A su lado, el rey y los primeros hombres. Auxiliados por una inusual energía, derriban la defensa y entran en Hizn Qazris, por la entrada que llamarán en recuerdo la puerta del Socorro. Esa mañana de la primavera de 1169 logran rendir por fin a los musulmanes, que huyen por el sur a territorios más seguros para ellos.
Nada más cruzar y estar dentro del recinto, Santiago matamoros, el hijo del trueno, frena su empuje al olor de la victoria, y a vista de todos transforma su aspecto belicoso para volver a ser
¡Santiago peregrino!
Y desaparece a los ojos de los soldados.
A su gracia se encomiendan los caballeros leoneses, que deciden en su honor, ponerse en la nueva conquista la cruz en sus pechos en manera de espada, con la señal e invocación del apóstol Santiago. A su nombre se unen y fundan una Orden de mílites, la Orden de los Fratres de la Espada, haciéndose llamar freires de Cáceres.
Y levantan, en el mismo sitio donde el santo apuntó con su espada primero al cielo y luego a la fortaleza, un pequeño templo en su honor, el conventual de su Orden: la iglesia de Santiago de los Caballeros.
FOTO DE CABECERA: Santiago peregrino en la Iglesia de Santiago.
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