Hubo una vez un soldado, firmemente apostado al lado de un banco de madera cercano a la Real Audiencia de Extremadura. En realidad, no era un único soldado, sino varios, pues se turnaban durante el día, todos los días, para vigilar e impedir que nadie no ya se sentara, sino tan siquiera se acercara a unos metros del asiento.
Se desconocía a cuento de qué tan extraño servicio, pero… En fin, eran
– ¡Órdenes de la superioridad!
Así que, llegado el momento de cada relevo, acudía nuestro soldado, que cuando se dice uno se mencionan a todos, adonde el banco, intercambiaba unas palabras y frases frívolas con el cansado predecesor al calor y humo de unos cigarrillos, y luego fijaba la guardia para las próximas horas, adoptando posición de firmes y resaltando su uniforme caqui de servicio, gorro redondo y carabina a la espalda.
Al principio del mandato, se acudía con cierta indiferencia, cuando no desdén y se guardaba lo justo la compostura militar, si bien en cuanto se atisbaba el mayor de los peligros que podía concebirse durante el servicio,
‘ la indiferencia trocaba en nerviosismo,
‘ y el nerviosismo en una actitud extrema de defensa de la posición.
Es necesario en este punto, saber que el mayor de los peligros pronto supo el cuartelero, sobre todo el del turno de la tarde, que era la chiquillería. Conocedora de la prohibición de acercarse a poca distancia de allí, al poco ideó un juego cuyo objeto era burlar la estrecha vigilancia, ganando aquel que tocara la ansiada madera del preciado banco. Como ninguno lo consiguiera, al menos que se sepa o que el soldado diera un parte que se desconoce, el enemigo se retiraba con caras destempladas y lanzando alguna pedrada que, ella sí, daba en la diana.
Al cabo de los días, entrados ya en la cuenta de semanas, el servicio hizo galas de la sabida rutina y disciplina militar. Dejó cada retén de acudir con desparpajo y no se volvieron a encender cigarros; se colocaba frente a frente del relevado, y después de escuchar de éste el…
– ¡Sin novedad!
…como en un baile de pasos medidos, se mudaba la guarnición. Mientras uno se iba, el nuevo quedaba en la consiguiente actitud de firmes, con la mirada perdida al aire y sin otro pensamiento que el de proteger con su vida tan importante Tribunal desde posición tan avanzada. Alguno se imaginaría, quizá para pasar mejor el tiempo, alguna condecoración en premio al valor y fiereza demostrados en cumplimiento de su deber repeliendo cualquier insospechado ataque.
Sin embargo, llegó el día, mes o meses después, que alguien hizo la razonable pregunta de cuáles eran los motivos que justificaban el importante pero extraño servicio que se estaba desarrollando con puntual regularidad y diligencia ante las mismas puertas de la Real Audiencia de Extremadura. Y nadie supo explicarlos o dar una ligera idea de ellos.
Al final, pasadas incontables e inútiles pesquisas que se realizaron siguiendo las cabales hipótesis que se iban sugiriendo, alguien recordó
‘ que el banco, por las inclemencias del tiempo, había envejecido y su destartalado aspecto era impropio de la imagen que se pretendía ofrecer del edifico y de la función que albergaba. Como consecuencia, el mando ordenó que lo arreglaran y pintaran, y que quedara un soldado vigilante para que nadie se sentara en él mientras estuviera
‘ ¡la pintura fresca!
Y aquí finaliza la extravagante historia de un banco de madera que ya nadie recuerda. Si acaso, alguna pareja de ancianos amantes que antaño lo aprovechara, siendo jóvenes, para algún arrumaco.
FOTO DE CABECERA: Palacio de la Real Audiencia Territorial de Extremadura (actual Tribunal Superior de Justicia de Extremadura).
INSPIRACIÓN:
LORENZO, SERGIO. La sede del TSJ está en Cáceres, al ser “el pueblo más sano”. Artículo del Diario Hoy de 30 de abril de 2017.
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