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Tercera flor de lis…
Si no lo sabía, el caballero leonés realizó las pesquisas necesarias para averiguarlo. Y quedó maravillado, a la vez que su sangre se convertió en un auténtico hervidero clamando justicia ante el ultraje, cuando al final de ellas surgió el nombre del sobrino…
¡del mismísimo rey de Francia, Felipe I!
¡No se arredró ante la alcurnia de su oponente!
Recuperado de su mal, solicitó entrevista con Alfonso el sexto, rey de León, del que obtuvo permiso para acudir con la querella a su homólogo galo. Con este conducto se presentó en aquella Corte, y arrodillado con el debido respeto al francés, le pidió le permitiera una justa reparación del deshonor recibido. Retó, en presencia de monarca y cortesanos, al joven sobrino.
Aceptó el interpelado, rechazando con aspavientos los consejos de algunos allegados. No debería costarle esfuerzo en vencer al rival, ni siquiera que en algún lance pudiera peligrar su vida, dada la importante diferencia de edad y supuesta destreza con aquel envejecido caballero, que parecía aún convaleciente de la enfermedad que le había aquejado y castigado por el duro viaje a tierras galas.
Cuarta flor de lis…
Llegó el día en que el duelo tuvo lugar. Los dos oponentes, ataviados con sus mejores galas y con sus espadas desenvainadas, se situaron uno frente a otro, rodeados por la Corte gala, con el Rey presidiendo el duelo y garantizando que el atrevido caballero leonés gozara de las mismas oportunidades que el despreocupado sobrino.
Cruzaron aceros con fiereza. El sonido metálico de los entrechoques reinó entonces sobre todos los presentes, que guardaban un silencio expectante, asombrados de que Aldana no solo resistiese los embates del joven, sino que, incluso, llevase la iniciativa que le reportaban la experiencia de la edad y las muchas batallas libradas en su vida.
Al final, derribó y sometió, con la punta de la espada apuntando al pecho, al rival, que se había mostrado inexperto en estas justas.
Hernán Pérez dedicó una firme mirada al Rey antes de ejecutar el último y fatal movimiento, con su respiración agitándose por el esfuerzo y por ver cumplido el sueño de lavar la honra mancillada.
Quinta y última flor de lis…
Felipe I rogó, entonces, a Aldana que, habiendo salvado ya su honor con la victoria, respetara la vida de su pariente a cambio de la merced que desease, si en su mano estaba.
El leonés desvió lentamente la mirada del Rey hacia la de su contrincante, postrado en el suelo con el miedo mancillando su rostro y en cuerpo trémulo en espera de la cercana muerte; y luego giró hacia el escudo real, con sus ochos flores de lis ondeando al ritmo del viento. ¡Ocho! Recordó la vieja leyenda de la sagrada ampolla, que portaba un líquido con el que se ungía y santificaba a los monarcas, acompañada de un ramo de flores de lis. Era el símbolo real, de honor, poder y soberanía.
– Dadme cinco de esas flores, que formarán mi emblema y serán el recuerdo perecedero de la afrenta que hoy mi espada ha reparado.
Consideró el monarca extrema la petición, pues para el futuro quedaría grabado que los Aldana, caballeros leoneses y enemigos, gozarían de más flores de lis que los borbones frances. Pero prestada estaba su palabra y, compungido accedió a lo solicitado, no sin antes recordar al arrogante noble extranjero:
– Yo te las doy, pero, sabed, que son maldadas.
La leyenda es anacrónica con el uso de la flor de lis en el escudo de los monarcas franceses, pues el primero que la incorporó a su blasón fue Luis VII, nieto de Felipe I. Por otra parte, pone en boca del rey francés la frase “Je te les donne, bien qu’elles sont maldonnées”, lo que supuso el origen del apellido Maldonado, por una traducción literal castellana.
FOTO CABECERA: Antigua fachada principal de la casa de los Aldana de Cáceres.
FUENTES:
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS: Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
HURTADO PÉREZ, PUBLIO: Ayuntamiento y familias cacerenses.
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