Cáceres en sus piedras
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EL NACIMIENTO DE UNA CIUDAD

 

En la muy noble y leal villa de Cáceres, a ocho días del mes de octubre de mil ochocientos ochenta y un años, dos reyes, Alfonso XII de España y Luis I de Portugal, tuvieron una cita con la historia. Las continuas discordias que enfrentaron a los dos reinos durante siglos se olvidaron en una ocasión tan propicia como inaugurar oficial y hermanadamente la línea de ferrocarril que uniría en adelante lo que el pasado se empecinó en mantener separado (Llamamiento a los vecinos).

Los primeros silbidos de la locomotora, no obstante, ya se habían escuchado en Cáceres antes de tan magno acontecimiento el año anterior, el 28 de junio a las cuatro de la tarde. No fue hasta que se completó toda la línea y finalizaron las obras de la primitiva estación de ferrocarril, situada donde hoy se levanta el polígono de los Fratres, que se procedió a la inauguración.

Fue el propio rey de Portugal quien solicitó que los actos principales se celebraran en Cáceres. Se uniría, de esta manera, a Valencia de Alcántara, propuesta por las autoridades españolas, quienes ni siquiera contemplaron en un primer momento, en el primitivo diseño de la línea Madrid-Lisboa, que ésta pasara por ninguna capital de provincia o lugar de importancia.

 

Sería el descubrimiento y la explotación de fosfatos en el Calerizo, que gestionaba la entidad hispano-portuguesa La Fraternidad, al frente de la cual estaba un personaje emprendedor y bien relacionado llamado Segismundo Moret, lo que llevara a que el ferrocarril tuviera parada y fonda en Cáceres.

 

Se cuenta la anécdota de que, viniendo de aquella villa extremeña fronteriza, se hizo parada de descanso en la estación de Herreruela, y allí bajó un momento Alfonso XII vestido campechanamente. Viéndole los aldeanos, no juzgaron que aquel hombre fuera el rey de España, a pesar de que desde la comitiva se les insistía en que debían quitarse el sombrero ante su presencia.

– ¡Cá…! ¡Cómo ha de ser ése! – contestaron.

Escuchando los comentarios, el monarca les emplazó que esperasen a que mudase el ropaje y se presentara con otro más apropiado a su rango, uno de Capitán General. Así lo hizo y…

– ¡Ahora sí! – balbucearon atónitos los campesinos. Alguno incluso de mal humor, pues tal mutación le había hecho perder en apuesta una perra (moneda de cinco céntimos de la época)…

Llegados a Cáceres, la inauguración se celebró finalmente en esta villa, recogiendo el afecto de unas gentes, por otra parte no siempre afines a monarcas y príncipes castellanos, mucho menos a los vecinos portugueses. No obstante, la villa se había engalanado para la ocasión: calles que eran aún lodazales se habían empedrado y otras reparado; se derribaron algunas casas para ensanchar las vías públicas y ordenado blanquear todas las fachadas; festones de flores colgaban por todos sitios…

Ésta es la villa que vieron los reyes, una villa que, según reza la leyenda, murió aquel día, pues, de todas las celebraciones, destacó el brindis durante la cena que reunió a toda la comitiva en el salón de sesiones de la Diputación Provincial. Cuando se cruzaron los discursos de rigor, el español, fugaz y erróneamente, citó a Cáceres no como villa, sino como ciudad. Un perspicaz y despierto alcalde, Lesmes Valhondo y Carvajal, aprovechó oportunamente el fallo regio para dar por sentado el nuevo nombramiento, asegurándose que el propio rey no se desdijera pasada la inauguración.

– ¡Cáceres, ciudad! – pensaría el edil.

– Un monarca no comete errores… – diría el alfonsino, quien para enmendar el entuerto de la mejor y más solventada forma, decretó el inmediato nombramiento de Cáceres como Ciudad.

Y con él, para la historia quedó esa villa eterna.

‘ Maltraviesa…

‘ Romana…

‘ Almohade…

‘ Leonesa…

De recio abolengo, banderías y aventuras indianas estampadas en cada rincón, los nuevos tiempos y el ferrocarril harían olvidar recuerdos grabados en piedra en la prieta y aquilatada Vetusta del Sur, como algún día la bautizó, no muy amablemente por cierto, el escritor Leopoldo Alas Clarín, que bien dedujo el apodo nada más respirarla… los mismos aires, quietos y enseñoreados, de la Vetusta por la que paseaba la Regenta.

El despiste real, sin embargo, fue más bien invención de los populares mentideros de la ya nombrada ciudad… Al menos, pasó inadvertido para los presentes, incluido el mismo alcalde, pues ningún cronista de aquellos años, con el insigne Publio Hurtado un paso por delante, la recogió en documento alguno.

 

FOTO: Personal de la línea Madrid-Cáceres-Lisboa, posando junto a la locomotora Hartman 220 núm. 9

FUENTES:

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Crónica de la venida a Cáceres de los Reyes SS.MM. D. Alfonso XII de España y D. Luis I de Portugal.

 

José Luis Hinojal Santos

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