La iglesia parroquial de San Juan fue escenario, a mediados del siglo XVIII, de una trama insólita que tuvo por protagonistas el sacerdote titular, don Luis Pacheco Barragán, y un noble que respondía por el nombre de don Gabriel Francisco Arias de Saavedra, hombre de talante extraordinariamente puntilloso y declarado perfeccionista en todas las facetas de su vida.
Don Gabriel era un hidalgo que mantenía buenos contactos en la Corte del rey prudente, Fernando VI, siendo su valedor ante la misma el marqués de Camarena, con quien le unía en parentesco su matrimonio con doña María Juana de Ovando. Gracias a esta carta de presentación, llegó a pertenecer al Consejo de su Majestad y fue destinado a Asturias como comisionado de la Única Contribución, o Catastro del reino.
Es en estas lejanas tierras donde comienza a labrarse su fama de excesiva meticulosidad y rigor, y un carácter inflexible y poco dado a forjar amistades. ¡Ay de quién no tuviera las cosas en regla en asuntos que le competieran personalmente…!
Incluso con familiares cercanos mantuvo don Gabriel frecuentes pleitos y altercados, al hilo de cualquier minucia que no encajase en su carácter, rayano en lo obsesivo.
¡Y, cómo no, con la Iglesia! Muy particularmente con nuestro segundo personaje, el citado párroco de la iglesia de san Juan, don Luis Pacheco, otro sujeto igualmente singular.
Como salidos de un libro de Giovannino Guareshi, las relaciones existentes entre el noble y el cura se caracterizaron durante años por frecuentes y continuas fricciones sobre cualesquiera asuntos, pero sobre todo al son de dónde colocar apropiadamente la imagen del Santísimo. En lugar del Altar Mayor, el Cristo se guardaba y veneraba, por un privilegio venido de siglos atrás ligado al mayorazgo de los Saavedra de San Juan de que era portador el noble, en un sagrario de piedra ubicado en la llamada capilla del Sacramento (hoy capilla de las Reliquias), en el lado del Evangelio, que era propiedad igualmente de esta familia.
Giovannino Guareshi fue un escritor italiano, creador del personaje de don Camilo, cura de pueblo, para su ciclo de novelas y cuentos conocido como “El pequeño mundo”. En estas obras se relatan las extraordinarias aventuras y relaciones del párroco con el alcalde comunista don Pepón, en plena postguerra. Fueron llevadas al cine en una serie de películas entrañables, para lucimiento del actor Fernandel, que encarnaba a don Camilo.
Este privilegio secular no era del gusto de don Luis, que trató de despojárselo a don Gabriel y llevar la imagen a donde consideraba su lugar natural, el Altar Mayor. Además, alegaba que el noble incumplía frecuentemente su obligación de mantener permanentemente alumbrado el Sagrario.
¡Y así lo hizo…! Una mañana, amaneció el Cristo en el dichoso Altar.
Pero el cura se encontró con la proverbial y enérgica tozudez del caballero, que no dudó en entablar su enésimo litigio, lides a las que estaba más acostumbrado que el párroco, recordando los inveterados derechos de su familia. Éstos fueron tenidos en cuenta para darle la razón y restituir, con toda pompa y pública publicidad, el Santísimo a su lugar de origen: la capilla…
…En donde siguió a oscuras.
Estando en éstas, don Gabriel fue inoportunamente objeto de un mal llamado aczidente hipocondríaco flatulento compulsivo, lo que, por razones obvias, le impedía tener vida social, pues existía el riesgo de que sufiera en cualquier momento una crisis incontenida que comprometiera su reputación y su probada seriedad y rectitud.
Si bien desde la Antigüedad hasta pasado el Medievo, la flatulencia era del agrado de los circundantes y un motivo de celebración, con el inicio de la Edad Moderna, a partir de los siglos XVI y XVII, comienza su reprobación social. Precisamente, en estos siglos la Iglesia la estigmatiza diciendo que era “la voz y el olor del Diablo”; de ahí la preocupación de un hombre con fuertes convicciones religiosas como don Gabriel, al que hoy entenderíamos más desde la idea de la educación.
Un día, en la soledad del templo, rezando en su capilla ante la controvertida imagen, probablemente en solicitud de una pronta restitución de su salud, oyó una voz que, proveniente de lo más profundo del crucifijo, y resonando en la vacía iglesia, le conminó:
– ¿Por qué quieres sea contigo misericordiosamente liberal, siendo tú conmigo y en mi obsequio indebidamente escaso, negándote litigioso a mantenerme la luminaria perenne, que debe arder siempre en mi señalamiento y obsequio?
Las palabras del Señor le conmovieron de tal grado, que buscó a don Luis, al cual encontraría seguramente deambulando por allí, ajeno a las tribulaciones de don Gabriel, e ignorante del milagroso episodio. Le anunció su propósito de poner fin al litigio que mantenían, y, en adelante, no sólo no faltaría la luz solicitada a los pies del Santísimo, sino que repararía a sus expensas todo lo que había de reparable en la iglesia, incluido el viejo órgano.
En esto, sanó de su malhadada enfermedad.
Con 69 años, al borde de la muerte, tras recuperarse de un sospechoso mal en sus partes pudendas, tal como venía declarado por el médico de la villa, se acordó una vez más de la amonestación divina de la que fue objeto y le erigió un nuevo altar, como es estilo entre las personas de su ilustre calidad.
FOTO DE CABECERA: Portada de la iglesia de san Juan.
HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Cáceres.
MARTÍN NIETO, SERAFÍN. La iglesia de san Juan Bautista de Cáceres, algunas circunstancias constructivas.
Añadir comentario