Cáceres en sus piedras

ALGUNAS LEYENDAS DEL CRISTO NEGRO

 

Son innumerables las leyendas que circulan alrededor del Santo Crucifijo de santa María, el popular Cristo Negro. Algunas protagonizarán otras entradas del blog, como las que surgieron por ser la imagen que presidía antiguamente las ejecuciones de la villa o su supuesto pasado templario,  pero no por ello las que a continuación aparecen merecen menos consideración, porque todas, en su conjunto crean una atmósfera de fascinación que se une a la devoción del pueblo por la imagen.

 

Cura milagrosa de enfermedades.

De los primeros años de la imagen en la villa de Cáceres se sabe más bien poco. Circularon leyendas que hablaban de que, acogida en el seno del noble linaje de los Blázquez, luego Ovando, pronto comenzó a ejercer una acción protectora sobre sus miembros, curando milagrosamente enfermedades por las que los médicos y cirujanos de la villa frecuentemente desahuciaban a los pacientes, tales como las pintas o la propia peste.

Ensalzado en la capilla privada de su palacio, próximo a la iglesia de santa María, fue adquiriendo fama aquel extraño Santo Crucifijo entre la nobleza local de que obraba milagros en tiempos difíciles. Y por ello, hubieron familias hidalgas que solicitaban a los Blázquez que el Cristo estuviera presente en las exequias de sus propios muertos, para honrarles y garantizar la vida eterna que pregonaba su religión.

Es así que la veneración se extendió al pueblo, y Juan de Ovando, a la sazón su propietario, la donó finalmente a la Iglesia, guardándose el privilegio de verla y rezarla cuanto fuera su deseo.

 

Presente en el juramento de los Fueros de Cáceres por Isabel la Católica.

Se cuenta que durante la ceremonia por la que la reina Isabel de Castilla, la Católica, en su primera visita a la villa de Cáceres, juró respetar los viejos fueros de Cáceres otorgados por el rey leonés Alfonso IX, no logró desembarazarse de su deseo de desviar la mirada hacia un crucifijo que estaba presente entre la multitud de nobles que la rodeaban.

Un 30 de junio de 1477, se hallaba lo más granado de una nobleza enfrentada en dos bandos, que acudían expectantes y recelosos a la llamada de la joven monarca, que les solicitaba con firmeza su adhesión, su lealtad y el olvido de sus viejas y sangrientas asonadas por las calles de Cáceres. Las espadas de los caballeros presentes, otrora ensangrentadas por luchas intestinas y linajudas, se hallaban ceñidas ante la visita regia. La propia Isabel era consciente de la tensión reinante.

La reina descabalgó de la mula, y se dirigió, con su séquito detrás, hasta la puerta Nueva. Allí juró respetar los Fueros de Cáceres, pero por encima de la solemnidad del momento y de las muestras de sumisión, muchas de ellas obligadas por las circunstancias y los nuevos tiempos, le llamó la atención la presencia de un magnífico y oscuro crucifijo, presidiendo el histórico día.

Con disimulo y en un susurro apenas audible, se dirigió a unos de los presentes y le preguntó por esta extraña e impactante imagen. Le comentaron en igual tono que era el Santo Crucifijo de Santa María, una vieja talla de la que nadie conocía su procedencia, y que sacaban en tiempos de epidemias y sequías, librándoles de estas calamidades. De ella se contaban, además, algunos milagros, y las gentes, nobles y pecheros, lo consideraban, por todo ello, bendecido por Dios.

Se cuenta que, tiempo después, entre las muchas y difíciles tareas que demandaron su atención y esfuerzo durante su reinado, Isabel de Castilla tenía aún grabada en la memoria aquella talla negra y perfecta, que transmitía por sí sola el sufrimiento del cuerpo en la cruz, en una pose patética y, a la vez, tenebrosa. Quiso llevarse el Santo Crucifijo consigo a la Corte, mostrando en varias ocasiones su firme deseo de comprarlo, incluso con medidas de presión para que se cediera a su pretensión… Pero ni el Concejo, ni la nobleza, ni el pueblo, todos al unísono, lo permitieron.

 

Era sacado en procesión para proteger la villa de epidemias, pestes y sequías.

La villa de Cáceres contaba, salida del Medievo, con médicos, cirujanos y boticarios. Constituían la primera línea en las tareas curativas de la población. A ellos se sumaban los llamados empíricos, grupo formado principalmente por barberos, sangradores y parteras. Su número era insuficiente para atender las necesidades de la sanidad cacereña, por lo que sus habitantes recurrían a otros medios para atender sus males, un tercer grupo que formaban hechiceras y curanderas, ensalmadores, saludadores, albéitares… una suerte de medicina milagrera en la que cobraban protagonismo las creencias religiosas, las supersticiones y las prácticas mágicas. En muchas ocasiones, no había más remedio…

¡…Y para tiempos de epidemias y miedos colectivos a contagios quedaba encomendarse a vírgenes y santos mediante novenarios, rogativas y penitencias! Hacia mediados del siglo XVI, esta labor estaba protagonizada por el Santo Crucifijo en buena medida. Aún no había nacido Francisco de Paniagua, personaje que traerá un siglo después la imagen de Nuestra Señora de la Montaña.

En aquellos siglos eran frecuentes las epidemias de peste o las llamadas pintas, que acechaban la villa con insistencia. El Concejo, ante las noticias que llegaban de otros sitios del reino, no dudaba en cerrar las puertas de la población para que nadie sospechoso de contagio pudiera entrar en ella. Aún así, Cáceres no se libró de la virulencia de la fiebre punticular (pintas o tabardillo) de 1556, que en apenas tres años diezmó considerablemente sus habitantes, llevando a la sepultura centenares de ellos, familias enteras.

Aquellos años sacaron el Santo Crucifijo, que paseaba por unas calles desoladas, con fieles postrados en rodillas, con la mirada fijada a su paso en el suelo, pidiendo perdón por sus pecados y solicitando su intercesión para que no murieran más hombres y mujeres de Cáceres.

¡Es, quizá, el origen, de las leyendas más oscuras y fantásticas sobre el Cristo Negro…!

 

Ciega quien, estando en pecado, mira la imagen.

Quizá de los tiempos en que el Santo Crucifijo era sacado para asistir a los reos condenados a muerte y ejecutados a los pies de la iglesia de santa María, nació la fascinante y aterradora creencia de que aquél que, estando en pecado, cruzase su mirada con la venerada madera, sería cegado.

Caló tanto este creencia en las mentes del pueblo que cuando el cristo procesionaba con ocasión de solicitar su intervención para remediar tiempos de sequía o epidemia, a su paso, los presentes, entre rezos y sollozos, bajaban la mirada, procurando que ésta no tropezase con la del doliente, mostrando, en igual medida, una sincera fe y un profundo temor.

Este respeto se extendió a cualquier acto que se hiciera en su presencia, fuera en procesión o en la soledad de su capilla. Cualquier entrega de devoción hacia el Santo Crucifijo sometía al devoto que se acercara de rodillas y permaneciera quieto y silente a una prudente distancia, no pudiendo siquiera rozarlo.

 

Muerte fulminante a quienes lo tocan, o siquiera rozan.

Igualmente, fue lacerante para la fe de los cacereños la creencia que arraigó en ellos de que quien tocara el Cristo negro caería fulminado en una extraña y dolorosa muerte. Y no era suficiente que se aludiese a que sólo afectaría a aquellos con manos impuras, por lo que pervive el temor del castigo, pues en la mente de todos existen recovecos de mala conciencia.

Como había que limpiar la imagen de vez en cuando, ante este aterrador momento se tuvo que llegar a adoptar la decisión de alquilar menesterosos de la villa, a los que nadie les concedía en otras circunstancias importancia y valor, para que realizaran este trabajo a cambio de una sustanciosa suma de maravedíes. Para la limpieza se utilizaba cebolla, en un doble lenguaje de protección y purificación.

Antiguamente, desde los tiempos de los egipcios, se consideraba que el uso de la cebolla para la limpieza de espacios e iconos neutralizaba los malos espíritus y pensamientos que pudieran albergar.

Y para quien, además de estas labores, tuviera que disponer de la talla y tocarla necesariamente, había de hacerlo con respeto y devoción, enguantadas sus manos en negro, luego de ensalzar el Santo Crucifijo con sentidos rezos.

 

El color del humo de las velas.

Lo que más impresiona, con todo, es su color oscuro, casi negro (Sendín Blázquez). Iluminado durante siglos por antorchas, y encendidas a sus pies centenares, miles de velas, para expiar los pecados de sus fieles devotos, sobrevive la creencia en muchos de que el color oscuro le viene del humo de aquéllas, favoreciendo su aspecto sobrecogedor.

 

Aroma a flores.

Cuentan que, de vez en cuando, el Cristo Negro exhala un suave aroma a flores, sin que a su alrededor haya depositado ramo alguno. Aparece súbitamente, e impregna la capilla de los Blázquez donde reposa. El olor suscita en la religiosidad popular la creencia de que la talla es grata a los ojos de Dios.

 

El Cristo Negro y un bombardeo.

Es hora de ir finalizando esta relación de Leyendas y otros asuntos extraordinarios del Santo Crucifijo de santa María, llamado Cristo Negro, trayendo una excepcional circunstancia, que removió las supersticiones y las creencias populares de los cacereños, y que camina entre los renglones torcidos del relato de lo sucedido en Cáceres un día, no tan cualquiera, de la Guerra Civil que vivió España el siglo pasado.

El 23 de julio de 1937, hasta 29 bombas se escucharon esa mañana. Varias de ellas desolaron la plaza de santa María en hora de misa, dejando, tras el imprevisto ataque, una secuencia de muertos, hasta treinta y cuatro, y destrucción. Del entorno, el palacio de los Blázquez Mayoralgo quedó malparado, en ruinas; el resto de edificaciones vecinas sufrieron, y las secuelas del bombardeo aún pueden observarse en sus muros.

Se cuenta que el alcance de las detonaciones se hizo sentir dentro de la propia iglesia de santa María, muriendo algunos y viéndose afectados otros. Solo aquellos que estaban rezando en la capilla de los Blázquez ante la imagen del Santo Crucifijo lograron salir indemnes del acontecimiento.

Y muchos recordaron, y recuerdan, que el Cristo Negro, incluso en tiempos difíciles, siempre ha estado expuesto a la devoción del pueblo, sin que se haya protegido expresamente en años de conflicto, de saqueo y expolio de las tropas francesas durante la ocupación napoleónica, o de la acción de ladrones. Y de todos estos episodios pasados, el cristo ha permanecido y permanece…
Enlace a las entradas de la serie LEYENDAS DEL CRISTO NEGRO aquí.

 

FOTO DE CABECERA: Santo Crucifijo de santa María, el popular Cristo Negro.

 

FUENTES:

CORRALES GAITÁN, ALONSO J.R. Historia y curiosidades de la santa Hermandad del Cristo Negro (de Cáceres).

HERNÁNDEZ PAZ, ELOY. El misterio de una imagen: Santo Crucifijo de Santa María.

SENDÍN BLÁZQUEZ, JOSÉ. Tradiciones extremeñas.

 

José Luis Hinojal Santos

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