Cáceres en sus piedras

CAMINO AL CADALSO III

 

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Aquel domingo aprovechó la misa mayor. Simuló encontrarse mal para no acompañar a la ama y en su ausencia fue por los dineros. Pero sucedió lo inesperado. María Antonia Fernández entró en la casa y sorprendió a la criada.

Empezó a insultarla.

Forcejearon.

Antonia Pérez cogió un cuchillo cercano y lo llevó directo al vientre de la señora. Enajenada, apretó fuerte.

María Antonia Fernández gritaba de pánico y de dolor.

Antonia Pérez gritaba su mala suerte y su rabia incontenida.

Le asestó otra cuchillada, para que callara la maldita.

— ¡Calle, señora, calle! –vociferaba sin sentido la joven, mientras clavaba y clavaba el cuchillo en las carnes de la vieja.

María Antonia Fernández calló por fin.

En la habitación sólo se escuchaba ya el jadeo de Antonia y los golpes secos y sordos del cuchillo y de la mano que lo empuñaba, que no parecía acabar nunca el ensañamiento.

Un vecino escuchó los ruidos. Los alguaciles entraron apresurados y vieron a Antonia Pérez ensangrentada, no con la sangre suya sino del cuerpo irreconocible que yacía tirado en el suelo.

— Me convenció mi novio –quiso que fuera su excusa, convencida de su verdad.

 

El verdugo la cogió del brazo y con gesto firme la hizo sentarse en la silla.

— Te pido perdón ­–le escuchó implorar al hombre.

¡Perdón para mí!

¡Piedad!

¡Dios mío! Él me convenció. ¡Un canalla me ha perdido!

¡Padre! ¡Madre!

El verdugo colocó los hierros de la argolla alrededor de su cuello. Notó cómo el cuerpo de la rea temblaba compulsivamente, con el gesto desquiciado. Antonia Pérez manchó aún más la túnica, humedeciéndola con su propia orina.

¡Madre!

¡Mi buhaco!

— ¡Hija mía! ¡Hija de mi alma! –gritó enloquecida la madre entre el gentío, mientras el padre, con la mirada baja, apretaba con sus manos callosas las alas de su sombrero–. ¡Asesinos!

La multitud calló. Por el dolor de la madre. Por respeto a la muerte.

— ¡Madre…!

El verdugo apretó el tornillo. Tres cuartos de vuelta. Por suerte, no estaba oxidado. Bastaron unos segundos.

Toques de campana sonaron a duelo.

Antonia Pérez había muerto.

 

En marzo de 1869, el asesinato de María Antonia Fernández conmocionó a la sociedad de Cáceres y del pueblo de Torrequemada, del que era oriunda Antonia Pérez, quien contaba con veintiséis años en la fecha en que ejecutó el crimen. Un vecino escuchó los gritos y alertó a las autoridades. La criminal confesó y señaló a su novio como inductor, el cual también fue apresado, aunque no consta cómo terminó el asunto para él. Antonia Pérez fue ejecutada con garrote vil el 2 de mayo del mismo año, y luego su cadáver fue colocado en un serón tirado por mula y arrastrado por las calles de la villa.

 

FOTO DE CABECERA: Ermita de santo Vito en 1900 – Archivo Histórico Municipal de Cáceres.FUENTES:

ANÓNIMO. Suplicio de Antonia Pérez, ejecutado el día 20 de mayo de 1869, en la ciudad de Cáceres, provincia de Extremadura.

HINOJAL SANTOS, JOSÉ LUIS. Relatos del Cáceres olvidado.

 

José Luis Hinojal Santos

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