Cáceres en sus piedras

EL REGÜELDO DEL FRAILE III

 

Sigue a El regüeldo del fraile II

IV

Vamos, al fin, a lo sucedido en las primeras horas de la tarde del domingo dieza de mayo de aquel 1868, momentos previos

‘ del comentado estampido de cañonazo…

‘ del recordado terremoto…

‘ o del…

En el palacete de la Huerta del Conde, cercano a la ermita de Santi Espíritu, estaba todo preparado. Se serviría una generosa comida, dispensada por el IX marqués de Castro Serna, José María de Ulloa, bajo el guiño del abogado ideólogo de la opípara trama con la que pretendían desvelar la identidad verdadera del padre Raspilla.

¡Fraile o espía!, esa era la cuestión.

La flor y nata de la sociedad cacereña había sido invitada con cierta urgencia y se personó para acompañar al anfritrión y al fraile, protagonista misterioro del evento sin él presumirlo siquiera. El día era caluroso pero agradecido, por lo que se dispusieron mesas en los bellos jardines.

 

Huenta del Conde

 

La comida que se sirvió fue abundante, digna del marqués, conocido por su tremenda fortuna y su no menor patrimonio. Los platos se iban sucediendo, a cual más suculento y jugoso. Las miradas de los invitados se dirigían sin disimulo al extraño, cuya calidad al parecer de educación y maneras no eran las apropiadas, pues

‘ ¡devoró inmisericorde los doce platos servidos!

– Bien engulle el bendito – susurró Santibáñez al regidor Gandarias, compañero de mesa que había iniciado la cuita que les tenía a todos esperando el resultado.

– ¿Usted qué opina de nuestro negocio?

– Fraile es, pero esperemos… – contestó el otro observando maravillado la tremenda glotonería que mostraba el aludido y las corrientes de sudor que bañaban su cara.

– ¿Qué otra prueba necesita? Si continúa esta me temo que acaba con la hacienda de nuestro amigo el marqués.

– La definitiva, a mi juicio.

El decimotercero consistía en un magnífico plato de frite cargado de sal y pimentón. Al servírsele al padre Raspillas, el comensal no perdió ritmo y cuando ya llevaba liquidado medio cordero, un criado puso a su disposición un barril de agua para abrir hueco en lo que no daba muestras de estar lleno.

El fraile, entre un silencio expectante, agarró el tonel con ambas manos y de un solo trago, con el agua cayendo de su boca y humedeciendo su hábito, liquidó su contenido sin atender los murmulos de sorpresa y tímida indignación de los invitados, gentes de buena educación y mejores maneras. Acto seguido,

‘depositó el barril en el suelo, a su lado,

‘ alzó el rostro lentamente hacia el cielo, pensando más de uno que era para dar gracias al Señor,

‘ llamando la atención de todos la cara hinchada, sudorosa, con su incipiente tono violáceo,

‘ los ojos desorbitados que parecían de un enajenado.

Con tal postura, abrió la boca hasta el extremo que pudiera desencajarse de un momento a otro. Y echó por ella, sin esperas y  sin que a los presentes les diera tiempo en criticar las desagradables formas del fraile…

¡Un formidable y espantoso regüeldo!

Tan asombroso eructo hizo saltar a los comensales de sus sillas, e incluso alguno cayó de ellas hacia atrás, no sabemos si como producto del estrépito o de una imaginaria onda expansiva. Fue tan portentoso que se contó luego que

– …tronó incluso en el lejano barrio de la Berrocala, como el estampido de un cañonazo.

Los demás miembros de la mesa el fraile, los marqueses de Castro Serna y de Castrofuerte con sus respectivas esposas, el alcalde de la villa José de la Riva, el regidor Gandarias y el abogado Santibáñez permanecieron unos instantes en pie alrededor, quietos, mudos, quién agarrándose el pecho para calmar el acelerado corazón, quién con la cara lívida, las sillas tiradas de cualquier manera por el suelo, observando todos cómo el portugués, con calma pero no sin cierto aprieto, limpiaba su boca con la manga de su blanco hábito.

Del silencio reinante surgió, como un trueno en cielo claro, la voz apasionada y vibrante de Tomás Santibáñez, el extravagante abogado, que, respuesto del susto, gritó:

– ¡He aquí la prueba! Es fraile… ¡Y de campanillas!

 

Fuentes:

EL ADARVE. Periódico político, literario y de noticias. Número 1211, de 20 de junio de 1929, año XXVII.

HURTADO PÉREZ, PUBLIO. Ayuntamiento y familias cacerenses.

 

José Luis Hinojal Santos

Añadir comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.