Sancho Antonio de Velunza y Corcuera era obispo de Coria en 1726 y estaba acreditado como hombre de carácter poco templado y en ciertos momentos incluso torcido. Tal año le vino el deseo de embellecer una capilla de humildes proporciones ubicada en lo alto de la Puerta Nueva de Cáceres, un arco que comunicaba desde el siglo XV las plazas de santa María y la plaza Mayor. Quizá, su anhelo le viniera porque la ventana de su habitación, en las espaldas del palacio Episcopal, hacía frente con dicha capilla y quisiera tener una mejor vista.
Fuera ese u otro el motivo, contrató con el Maestro lapidario de la vecina Badajoz la realización de una imagen en mármol de la Virgen, encargo que hizo sin pedir parecer a nadie ni, por tanto, rendir cuentas ante nadie. Digamos que lo hizo en secreto bajo su único criterio.
El pacense terminó su trabajo, un buen trabajo a juicio del obispo, quien feliz con el resultado y deseoso de dar una sorpresa a sus feligreses, ignorantes todos de su cábalas, utilizó el silencio y recogimiento de la noche del 29 de junio para dar entrada a dos carretas que traían oculta la estatua desde la ciudad hermana y hacerla colocar en cuanto fuera posible. Hasta entonces la ocultó en la Casa Episcopal.
Tal asunto, el de las carretas claro, se convirtió en misterio y comidilla de la villa, pues era de esperar que algún noctámbulo se percatara del paso de la extraña comitiva y lo aireara a la mañana siguiente a los cuatro vientos, que en esto Velunza no parecía haber reparado. Los rumores fueron in crescendo hasta que dos días después empezara a trenzarse la segunda parte de la historia.
Es así que los maestros comenzaron a demoler la bóveda y el nicho antiguo de la antigua capilla que coronaba la Puerta Nueva. Porque…
¿Qué sucedió que en la mañana del 1 de julio la imagen no estaba puesta, y el arco se dejó como estaba en obras?
Algo en que no había reparado su eminencia:
– ¡La estatua encargada era más grande que la capilla!
De nuevo, bajo su único criterio y lógicamente sin pedir parecer a nadie ni, por tanto, rendir cuentas ante nadie, mandó derribar la capilla, por angosta y menuda, y hacer otra mayor para encajar la Virgen, que aún nadie había visto, aunque algunos ya sospecharan.
Al ver la demolición del templete hecha a espaldas suya, las pretensiones del eclesiástico fueron, así, conocidas por el Concejo de Cáceres, que urdía, por otro lado y quizá con desconocimiento de aquel, planes de derribo, no de la capilla,
‘ ¡sino de toda la Puerta Nueva!
La consideraban, a su vez, angosta y menuda y, por ende, incómoda para el paso, no de enigmáticas carretas, sino de los suntuosos carruajes de la nobleza cacereña, de ahí que considerase necesario ensancharla.
La decapitación practicada causó malestar y un conflicto entre los estamentos civil y eclesiástico, ya que ambos se arrogaron su exclusiva competencia sobre la dichosa Puerta: Velunza, pues al existir de tiempo inmemorial una imagen de la Virgen la consideraba lugar sagrado; el Corregidor y los regidores, que era lugar de tránsito y, por tanto, público.
El obispo, rematado ya su juicio diría el genial Cervantes, alegó estar frontalmente en contra de tal ensanchamiento pues…
‘ el paso de carruajes llenarían de ruido las habitaciones de su palacio más cercanas, entre ellas, la suya personal.
¡Vamos, que no podría dormir cómodamente las siestas!
El primer escenario del enfrentamiento fueron los desgraciados trabajadores que seguían con la obra encomendada por el primero, desconocedores de todo este disparate. Recibieron
‘ de una parte, la amenaza del Ayuntamiento de imponerles una multa de 50 ducados si continuaban su labor;
‘ y de otra, del Obispo una sanción que pudiera derivar en excomunión si no lo hacían.
En vista de la situación, y de la terquedad del obispo, el 3 de julio la autoridad civil pidió a don Bernardino de Carvajal que derribara por entero el maldito paso de la muralla esa misma noche (con nocturnidad y alevosía suele decirse ahora).
¿Por qué a él?
Porque este señor, II Conde de la Quinta de la Enjarada y propietario del palacio de Moctezuma, situado a la izquierda del adarve, era quien más solícito se mostraba por una entrada más ancha que la conflictiva y porque había decidido hacerse cargo de todos los costes de los trabajos, para superar la nerviosa y dubitativa postura de algunos regidores, pues con el Clero se estaban topando.
Y esa misma noche desapareció para siempre toda la Puerta Nueva.
Manuel de Larra y Churriguera fue el arquitecto encargado de diseñar y levantar un nuevo arco, el actual, con tales ángulos que el esviaje de sus paredes debía privilegiar, lógicamente, el paso del carruaje del mecenas a cuya costa se hacía la obra.
¡Que de eso también se trataba, claro!
Contrariado, indignado y superado por los acontecimientos, don Sancho Antonio de Velunza y Corcuera, con el poder que le otorgaba su condición de obispo de la diócesis de Coria, corroído por la ira y el despecho, excomulgó
‘ a don Bernardino de Carvajal, por arengar y convencer al Concejo en pleno, así como financiar tamaña desfachatez que iba en contra de la Iglesia;
‘ a don Antonio de Olmedilla, a la sazón Corregidor y, por tanto, último responsable de la decisión;
‘ a los regidores del Concejo más activos y contrarios al parecer del prelado;
‘ a Manuel de Larra y Churriguera, maestro arquitecto de la nueva obra; y
‘ a los desgraciados oficiales y peones que estaban trabajando en la misma, a los que no le iba en nada la cuita, solo eran unos mandados.
El Concejo dirigió, en virtud de los sucesos, una pregunta al mismo Vaticano de si la tal excomunión era válida, quedando la cuestión aún sin resolver…
¿Debemos entender que el Ayuntamiento de Cáceres sigue excomulgado?
Terminemos.
¿Qué sucedió con la imagen que encargó el Obispo?
La que hoy corona el Arco de la Estrella, que es el resultado de todo este asunto, es otra que mandó colocar el Concejo. La que hizo el Maestro Lapidario de Badajoz inició un peregrinaje, primero destinada a embellecer la fachada de la Iglesia del Monasterio de san Francisco el Real, y luego la capilla del actual cementerio, donde hoy aún se encuentra, libre aquí… del ruido de los carruajes.
FOTO DE CABECERA: Arco de la Estrella.
FUENTES:
HINOJAL SANTOS, JOSE LUIS. Historias y leyendas de la vieja villa de Caceres.
VELO Y NIETO, GERVASIO. El Arco de la Estrella.
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